Traducción de Benito Gómez Ibáñez     Foto de Paul Auster © Edu Bayer
Siempre que pienso en Edgar Allan Poe, la primera imagen que me viene a la cabeza es la de la ceremonia inaugural de su tumba en Baltimore en 1875. Poe habÃÂa muerto en 1849, veintiséis años antes, y como todo el mundo sabe, las circunstancias de su muerte fueron bastante horribles y misteriosas: los últimos y tristes años de su vida, que incluyeron el fallecimiento de su mujer, la finalización de su obra maestra, Eureka, más la desesperada y patética búsqueda de una nueva esposa â€â€numerosas proposiciones a mujeres a todo lo largo de la Costa Este, todas ellas rechazadas y luego un viaje a Richmond, en Virginia, el lugar donde habÃÂa pasado la juventud, para dar una conferencia que fue bien acogida y que le sirvió de estÃÂmulo para empezar a pensar en instalarse en su ciudad natal, y por último, la extraña e inexplicable borrachera en Baltimore, donde murió en el arroyo a los cuarenta años. Todos esos hechos son bien conocidos, pero no tanto lo que ocurrió después. La tumba en la que enterraron a Poe permaneció sin nombre durante varios años. Finalmente, uno de sus primos, Neilson Poe, consiguió dinero para encargar una lápida; pero entonces, en uno de esos giros que el propio Poe podrÃÂa haber imaginado, la lápida casi terminada quedó hecha añicos cuando un tren descarriló y cayó en el taller del marmolista que llevaba a cabo el trabajo.
Neilson no podÃÂa pagar otra lápida, de modo que el pobre Poe languideció en su anónima fosa durante dos décadas más. A medio camino de ese purgatorio, un grupo de maestros de Baltimore empezó a recaudar dinero para una segunda lápida, y al cabo de diez largos años la losa quedó finalmente acabada. Para celebrar el acontecimiento â€â€después de exhumar y volver a enterrar los restos de Poeâ€â€, se ofició una ceremonia en el instituto Western Female de Baltimore. Se invitó a los principales poetas norteamericanos de la época pero, uno por uno, todos acabaron declinando la invitación: Longfellow, Holmes, Whittier y otros cuyos nombres ya han pasado al olvido. Al final, sólo un poeta se dignó honrar con su presencia al Instituto Western Female, el más grande de los poetas norteamericanos, según resultó, un hombre cuya reputación tal vez no fuera menos «peligrosa» que la de Poe: Walt Whitman, de Nueva Jersey.
Cinco años después, en 1880, Whitman escribió una breve reseña sobre Poe para un libro que finalmente se publicó con el tÃÂtulo de Specimen Days. El capÃÂtulo, titulado «Importancia de EdgarPoe», incluye un fragmento de un artÃÂculo publicado en The Washington Star sobre la asistencia de Whitman a la ceremonia en memoria de Poe en noviembre de 1875: «Estando de visita en Washington por entonces, “el viejo canoso†se acercó a Baltimore, y aunque enfermo de parálisis, consintió en subir renqueando al estrado y sentarse en silencio, si bien se negó a pronunciar discurso alguno, alegando lo siguiente: “He sentido un fuerte impulso de acercarme para estar hoy aquàen memoria de Poe, y lo he obedecido, pero no he sentido el mÃÂnimo impulso de pronunciar un discurso que, mis queridos amigos, también debe ser obedecidoâ€Â. En un cÃÂrculo informal, sin embargo, durante una conversación después de la ceremonia, Whitman dijo: “Durante mucho tiempo, y hasta épocas recientes, he sentido desagrado por los escritos de Poe. Para la poesÃÂa, yo querÃÂa, y sigo queriendo, el brillo de un sol lÃÂmpido, el soplo de aire fresco â€â€la energÃÂa y la fuerza de la salud, no del delirio, ni siquiera entre las pasiones más tempestuosasâ€â€, siempre con el trasfondo de la moral eterna. Sin cumplir tales requisitos, el genio de Poe ha conquistado sin embargo un reconocimiento especial, y yo he llegado a admitirlo plenamente a mi vez, y a apreciarlo, a él tambiénâ€Â».
Si Whitman fue el único poeta importante que asistió personalmente a la ceremonia, hubo otro que estuvo allàen espÃÂritu â€â€o al menos asàes como lo recordarÃÂa años más tardeâ€â€, lo que viene a ser igual de importante, en mi opinión, si no más. Me refiero a Stéphane Mallarmé y a su exquisito poema, «La tumba de Edgar Poe». En realidad, el poema fue un encargo posterior a la ceremonia de Baltimore para un volumen conmemorativo de Poe, realizado por una tal SarahWhitman, sin relación con Walt, sino más bien una de las novias de Poe de los últimos meses de su vida, que durante muchos años trabajó con diligencia para mantener viva la fama del poeta.
El poema de Mallarmé, que tradujo la propia señora Whitman, resultó ser la única contribución extranjera al volumen, y encuentro sumamente interesante que el colaborador hubiese sido Mallarmé, sin duda el poeta francés más importante de la época, y el único â€â€junto con Whitman que continúa ejerciendo cierta influencia en los poetas de hoy dÃÂa.
La tumba de Edgar Poe
Tal como al fin el tiempo lo transforma en sàmismo,
el poeta despierta con su desnuda espada
a su edad que no supo descubrir, espantada,
que la muerte inundaba su extraña voz de abismo.
Vio la hidra del vulgo, con un vil paroxismo,
que en él la antigua lengua nació purificada,
creyendo que él bebÃÂa esa magia encantada
en la onda vergonzosa de un oscuro exorcismo.
Si, hostiles a las nubes y al suelo que lo roe,
bajorrelieve suyo no esculpe nuestra mente
para adornar la tumba deslumbrante de Poe,
este granito al menos detenga eternamente
los negros vuelos que alce el Blasfemo futuro.
(Traducción de Mauricio Bacarisse)
Pero ese poema no fue la única relación de Mallarmé con Poe. A partir de 1862, cuando sólo tenÃÂa veinte años, Mallarmé habÃÂa empezado a traducir al francés los poemas de Poe; proyecto en el que seguirÃÂa trabajando hasta 1888. En 1883 se publicó por primera vez en francés «La tumba de EdgarPoe» â€â€como parte de un ensayo de Verlaine sobre Mallarmé y fue entonces cuando Mallarmé confundió los hechos y escribió a Verlaine que el poema se habÃÂa leÃÂdo en la ceremonia de Baltimore en 1875. Mallarmé, hombre de lo más escrupuloso y honrado, no habrÃÂa cometido tal error a propósito. La única explicación es que verdaderamente creÃÂa que asàhabÃÂa sido; lo que sirve para poner de relieve la profundidad de su apego inconsciente a Poe.
Antes de Mallarmé, por supuesto, estaba Baudelaire, el gran poeta de la generación precedente, y más que ningún otro él fue el responsable de establecer la enorme fama de Poe en Francia, que continúa hasta nuestros dÃÂas. Su primer ensayo (muy largo) sobre la vida y obra de Poe apareció en fecha tan temprana como 1852, y como la mayorÃÂa de ustedes probablemente sabrá, se encargó de la considerable tarea de traducir al francés todos los relatos de Poe.
La atracción de Baudelaire por Poe era algo más que una simple admiración literaria: PoeconstituÃÂa para él una figura enteramente heroica, el más puro ejemplo de escritor contemporáneo, el escritor como paria, el genio enfrentado a las restricciones de su propia sociedad. Del ensayo de 1852:
«La vida de Edgar Poe fue una tragedia lamentable… Los diversos documentos que acabo de leer me inducen a pensar que para Poe Estados Unidos era una espaciosa jaula, un gran empresa de contabilidad, y que durante toda su vida hizo denodados esfuerzos para escapar de la influencia de esa atmósfera hostil.»
Opiniones como esa condujeron en Estados Unidos a la creciente sensación de que Poe no era realmente un escritor norteamericano, sino un autor francés que escribÃÂa en inglés. Al fin y al cabo, la mayor parte de sus célebres cuentos se desarrollaba en un entorno europeo, y sus famosos relatos detectivescos, «Los crÃÂmenes de la calle Morgue», «La carta robada», ocurren en ParÃÂs y su protagonista es francés, Auguste Dupin. En cierto modo Poe no encajaba en los esquemas concebidos por los historiadores de la literatura sobre los comienzos de la literatura norteamericana. CarecÃÂa de relación con el pasado del Nuevo Mundo legendario, tal como la tenÃÂa Washington Irving, por ejemplo (el Holandés de Nueva York), ni con el pasado colonial, tal como la tenÃÂa Nathaniel Hawthorne (los puritanos de Nueva Inglaterra); y por encima y por debajo de todo, simplemente no era lo bastante optimista para satisfacer los gustos norteamericanos. En 1925, sin embargo, apenas cincuenta años después de la ceremonia de Baltimore, William Carlos Williams  otro autor de Nueva Jersey, y quizá el poeta más conscientemente «norteamericano» desde Whitman decÃÂa lo siguiente sobre Poe en su libro En la raÃÂz de América:
«Poe no fue un “fallo de la naturalezaâ€Â, “un descubrimiento a ojos de los francesesâ€Â, maduro pero inexplicable, como hemos tratado de calificarlo en nuestro atolondramiento, sino un genio ÃÂntimamente conformado por su tiempo y su ámbito. Por guardar las apariencias le hemos dado fama de loco a un escritor a cuyo rigor clásico no hemos sabido escapar de otro modo…
»Es el Nuevo Mundo, o para sustituir ese término por otro mejor, es una nueva localidad lo que se afirma en Poe; es Norteamérica, el primer gran estallido de expresión del genio del lugar en su nuevo despertar.
»Por primera vez en Norteamérica, Poe concita la sensación de que la literatura es seria, que no es cuestión de cortesÃÂa sino de verdad.»
Cuando un poeta busca inspiración en un creador de otro paÃÂs, es porque busca algo que de inmediato no encuentra disponible en su propia lengua o literatura, porque pretende liberarse de los confines de su propia cultura; pero siempre, en definitiva, para hacerlo suyo, para llevarlo de vuelta a su propio lugar.
Williams continúa hablando largo y tendido sobre la crÃÂtica literaria de Poe, las recensiones y artÃÂculos que el esforzado autor escribió a lo largo de su breve existencia en relación con los libros norteamericanos recién publicados â€â€un ataque tras otro contra la mediocridad que encontraba por todas partesâ€â€, su lucha por definir lo que serÃÂa una inconfundible literatura norteamericana, independiente de los modelos ingleses y europeos. En ese sentido â€â€y tal vez en ese único sentido se parece a Whitman: un escritor norteamericano que trata de encontrar una base sólida para afrontar la escritura desde un enfoque puramente norteamericano.
«Por tanto, Poe debe sufrir en razón de su originalidad â€â€prosigue Williamsâ€â€. Crea algo que sea nuevo, aunque esté hecho con pino de tu propio jardÃÂn, y nadie sabrá lo que has hecho. Y eso porque no tiene nombre. Ésa es la causa de la falta de reconocimiento de Poe. Era americano. El asombroso, inconcebible fruto de su localidad. Lo miraban boquiabiertos, y él, a ellos, atónito. Después con odio mutuo: él con repugnancia, ellos con recelo. Sólo lo que tienes delante de las narices parece inexplicable.
»Ahàemerge Poe: en modo alguno el escritor estrafalario, aislado, la curiosa figura literaria. Por el contrario, en él está anclada la literatura norteamericana, sólo en él, en tierra firme.»
Para entonces ya estamos en el siglo xx, y es interesante observar que los tres contemporáneos de Williams más distinguidos â€â€Eliot, Pound y Stevens se dirigieron a los franceses en busca de inspiración. Aproximadamente al mismo tiempo que Paul Valéry, discÃÂpulo de Mallarmé, basaba su teorÃÂa de la poesÃÂa en una interpretación del «principio poético» de Poe (un ensayo que con toda probabilidad se escribió para gastar una broma), Eliot, Pound y Stevens se encontraban inmersos en la poesÃÂa de Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Laforgue y otros poetas franceses de las postrimerÃÂas del siglo xix. Y en ese mismo momento tenemos a otro importante poeta francés, Valéry Larbaud, en quien Whitman ejerció una influencia tan abrumadora que no sólo tradujo Hojas de hierba sino que acabó esforzándose por crear poesÃÂa en francés que se correspondiera directamente con el tono expansivo y las florituras lingüÃÂsticas que se encuentran en la obra del poeta americano. En otras palabras, en cada paÃÂs los poetas buscaban nuevas ideas al otro lado del mar. Eliot: «La clase de poesÃÂa que necesitaba, para aprender a usar mi propia voz, no existÃÂa para nada en Inglaterra, y sólo se encontraba en Francia». Pound: «Prácticamente todo el desarrollo del arte de versificar inglés se ha logrado mediante apropiaciones del francés». Stevens: «Francés e inglés constituyen una sola lengua».
Cuando un poeta busca inspiración en un creador de otro paÃÂs, es porque busca algo que de inmediato no encuentra disponible en su propia lengua o literatura, porque pretende liberarse de los confines de su propia cultura; pero siempre, en definitiva, para hacerlo suyo, para llevarlo de vuelta a su propio lugar. La imitación servil no puede producir nada de interés, pero todo artista original siempre ha de estar alerta a lo que hacen otros artistas (nadie puede trabajar en el vacÃÂo), puesto que lo importante es utilizar la propia inspiración en otra obra para los propios fines; lo que significa que, en primer lugar, ha de tenerse una finalidad. La relación Whitman–Larbaud es ilustrativa. Larbaud escribió que querÃÂa inventar un poeta â€â€ÃƒÂ©l mismo «que fuera sensible a la diversidad de razas, pueblos y paÃÂses; que encontrara lo exótico en todas partes; que fuese ingenioso e internacional; que, en una palabra, fuera capaz de escribir como Whitman pero con una vena ligera, además de aportar esa nota de irresponsabilidad cómica y gozosa que falta en Whitman». Larbaud esperaba inspiración de Whitman, sÃÂ, pero también rechazaba aquellos aspectos de su obra que no le parecÃÂan relevantes: y el resultado fue totalmente original, completamente francés, ÃÂntegramente Labrad.
Apollinaire fue el primer poeta verdaderamente moderno en Francia, el primero en asumir las maravillas y contradicciones del siglo xx, en sentirse perfectamente a gusto en un mundo de automóviles, aeroplanos y ciudades colosales
Si la fibra y el espÃÂritu de muchos de los mejores poetas franceses de principios del siglo xx â€â€Larbaud, Apollinaire, Cendrars pueden considerarse como una respuesta transatlántica a Whitman, igualmente cierto es que esos mismos poetas tienen mucho que ver con la fibra y el espÃÂritu que se desarrollaron en ciertas vetas de la poesÃÂa norteamericana en la década de 1950, en especial en la obra de los poetas que componÃÂan lo que se conoce como escuela neoyorquina, John Ashbery y Frank O’Hara â€â€ambos francófilosâ€â€entre ellos…
Pienso a veces que el alma de Guillaume Apollinaire cruzó volando el océano al morir en 1918, y después de pasarse siete años en busca de alguien en quien renacer, finalmente se decidió a habitar la mente y el cuerpo de Frank O’Hara. Los paralelismos entre ambos poetas son extraordinarios, incluso asombrosos. No sólo por la exuberancia que se encuentra en su obra, su armonÃÂa con la época en que vivieron, su sensibilidad urbana, la libertad estilÃÂstica de sus creaciones poéticas, sino también porque ambos vivieron y escribieron entre pintores, los pintores radicales de su tiempo (Apollinaire, los cubistas; O’Hara, los expresionistas abstractos), y porque los dos murieron tan horrible, tan tremendamente jóvenes â€â€Apollinaire a los treinta y ocho, O’Hara a los cuarentaâ€â€, como si almas como esas simplemente se consumieran por arder con demasiado brillo, con demasiada intensidad para que se les hubiera concedido una vida larga en la tierra.
Todos los poetas son de un sitio, de una lengua, de una cultura. Pero si el cometido de la poesÃÂa es contemplar el mundo con otros ojos, volver a examinar y descubrir las cosas frente a las que todo el mundo pasa de largo sin darse cuenta, parece lógico entonces que el «sitio» del poeta resulte muchas veces desconocido para el resto de nosotros
Apollinaire fue el primer poeta verdaderamente moderno en Francia, el primero en asumir las maravillas y contradicciones del siglo xx, en sentirse perfectamente a gusto en un mundo de automóviles, aeroplanos y ciudades colosales. Samuel Beckett tradujo «Zona» al inglés en 1950, véanse los primeros versos:
Al final te cansas de este mundo antiguo
Sólo la religión sigue joven la religión
tan simple como los hangares de Port-Aviation
El europeo más moderno es usted Papa PÃÂo X
Y a ti a quien observan ventanas la vergüenza te impide
Entrar en una iglesia y confesarte esta mañana
Lees octavillas catálogos carteles que cantan bien alto
Están los fascÃÂculos a 25 céntimos llenos de aventuras policiacas
Retratos de grandes hombres y mil tÃÂtulos diversos
Nueva y reluciente clarÃÂn del sol
Cuatro veces al dÃÂa del lunes por la mañana al sábado por la tarde
Una campana rabiosa ladra a mediodÃÂa
Las inscripciones de muros y letreros
Las placas los anuncios chillan como loros
Me encanta la gracia de esta calle industrial
de ParÃÂs entre la calle Aumont-Thiéville y la avenida des Ternes
Lo que nos lleva de vuelta a Poe: el infortunado, incomprendido Edgar Allan Poe, el hombre que no encajó en Norteamérica, pero norteamericano de todas formas. Y más profundamente americano que los poetas que se negaron a asistir en 1875 a la ceremonia celebrada en su memoria: Longfellow y Whittier, a quienes años antes habÃÂa calificado justamente de imitadores y farsantes. Tuvieron que ser los franceses quienes rescataran a Poe de la oscuridad. Pero desde entonces hemos sido capaces de reclamarlo como nuestro.Poe y Whitman, dos escritores sumamente diferentes, pero ambos intrÃÂnsecamente norteamericanos, y es significativo, en mi opinión, que el propio Whitman pudiera finalmente reconocerlo hacia el final de su vida. ¿Qué quiero decir con norteamericano? Un escritor que está directamente comprometido con la cuestión misma de Norteamérica. En la primera mitad del siglo xix, eso significaba encarar la novedad del paÃÂs, su enorme tamaño, el frenesàmaterialista que impulsaba a sus ciudadanos, pero también la idea de Norteamérica, el sueño utópico de que en cierto modo estaba destinada a convertirse en un segundo Edén. Whitman, desde luego, trata todo eso en su obra, mientras que Poe lo rehúye, horrorizado por la falta de tradición del paÃÂs, su vulgaridad, su entusiasmo por dar siempre la última palabra al dinero. Sin embargo, nadie que no fuese norteamericano podrÃÂa haber escrito la obra de Poe, lo mismo que Baudelaire y Mallarmé â€â€dos colosos igualmente enamorados de Poe no podrÃÂan haber sido de otro sitio que no fuera Francia.
AllÃÂ, el problema era precisamente el contrario de lo que prevalecÃÂa en Norteamérica: demasiada tradición, demasiado pasado, demasiados monumentos que saturaban el presente, sin regiones inhabitadas ni espacios en los que perderse, en los que reinventarse. Empezando por Baudelaire, la historia de la poesÃÂa francesa ha sido de corrosión, un intento de desgastar esos monumentos y despejar un espacio nuevo en el que respirar. Creo que por eso sentÃÂa Baudelaire tanto entusiasmo por Poe: porque estaba enfrentado con su territorio. Pero también por eso atrajo Whitman a tantos poetas franceses de épocas más tardÃÂas: porque los inició en el mito del aire libre…
Publicado originalmente en http://www.librosyletras.com