Luis E. Galdona conversa con los asistentes a la presentación de su libro en El Buscón.

Para La Cueva es un privilegio trabajar con Luis Galdona, por su trayectoria como médico psiquiatra, por su solvencia intelectual, por su sensibilidad y su conocimiento del mundo arquetipal, de las imágenes míticas –y sus resonancias en el cine y la cultura– que además se manifiesta, aquí, en la belleza de esta edición y el diseño de Anella Armas: sin duda hace más de un guiño a las portadas de Festina Lente, la editorial donde Rafael López Pedraza publicó sus libros, al menos aquí en Venezuela.

Decía que estos conocimientos de Luis –a fin de cuentas hombre de cultura, muchos lo saben– han ido vinculándolo cada vez más con un gusto y una pasión por el cine que lo ha llevado a escribir: va de la palabra dicha a la escritura a encarar la edición de su libro como un proceso creativo, desde que se empieza a imaginar, hasta la corrección, el diseño; como le interesan estas fases, venimos aquí a dar cuenta de ese proceso creador, de ese work in progress, que en este caso ha sido muy afortunado, para La Cueva, para mí, y para el propio Luis, a quien presentamos hoy como autor con esta primera entrega de Los bordes de la imagen. Apuntes sobre cine y psicología de los arquetipos.

Una forma de acercarse al ensayo desde los propios intereses y perfilar los gustos, las intuiciones, tantos caminos de una vida en la imagen y sus infinitas posibilidades; y le doy además las gracias, por invitarme a participar en su libro inaugural, por distinguirme con su amistad y de paso ofrecerme que ponga algunas palabras en el primer ‘borde’ –el prólogo– de su libro. Él, hace un epílogo donde anuncia las expansiones de su proyecto. Vale repasarlo.

En esta ruta que voy trazando hoy para los posibles, desocupados, andariegos, animados, curiosos, lectores, para los habituales y los que ahora se asoman, hay que decir que Luis no se propuso un libro propiamente para especialistas, ni para las diversas corrientes de estudio que convergen en el mundo arquetipal, aunque digo yo que bien lo podrían disfrutar y encontrar más de un hallazgo: el de una sensibilidad presta, ganada para la belleza; y es que Luis, siento, está buscando a un lector que está en muchas partes: el que sale del cine y necesita algo más, el que quiere volver a ver una película y busca un comentario, una conversación más profunda, el que está interesado por las imágenes míticas, quiere adentrarse en sus resonancias y hacer el pase del cine a la cultura en su costado más vivo; el estudiante que tantea y arriesga; el lector apasionado, exigente, despierto, solitario, tal vez. Y por eso me parece ahora pertinente leer un pasaje de lo que vendría a ser, también, su punto de partida, o su poética. Dice Luis:

«Los ejercicios de lectura de imágenes me sedujeron. Un punto de vista desde el cual he hecho mi trabajo con el material de sueños, propios en el análisis personal y de los pacientes en mi ejercicio como analista. El ejercicio consistió en trasladar ese punto de vista (ya que no método) al material cinematográfico, que comencé a ver como producto onírico. Puedo percibir también un paralelismo entre la situación cinematográfica y la terapia psicológica. Pienso por ello que el cine tiene incluso un valor terapéutico, aunque las relaciones que se establecen entre lo que se ve y lo que se tiene dentro ocurran mayormente en un plano inconsciente.»

Luis, en sus cineforos, lo he visto, suele preparar una reflexión, como una suerte de clase, en la que desarrolla, va diciendo, los temas de su interés; si bien puede avanzar su lectura a partir de un hexagrama del I Ching, o un verso, cada uno de estos ‘guiones’, por así decirlo, han sido aquí revisados, ampliados, transformados, porque en el pase de lo dicho a la página hay más de una diferencia.

Y no tiene un solo público Los bordes de la imagen…, aunque ya hablar de ‘público’ implica englobar a un gentío más unido por sus diferencias que por sus rasgos comunes, maniobra buena para las tramoyas de ese dios travieso, llamado Mercado, que todo lo remata y lo recicla y te lo devuelve como si fuera oro, así no lo sea tantas veces…

Ahora bien, una película sorprendente, Caramel, permite asomarse al mundo de Afrodita. No es que Luis va a decir aquí “Afrodita es esto y lo otro, mira qué bella y espumosa”. No, no, él la busca, o se la encuentra, en el tono de la película, que es el de la comedia, es decir, en la risa y la fiesta, pese a las dificultades, más si ayuda a darle sentido y forma al drama que comparten un grupo de mujeres; y al estar juntas, como bien él lo anota, “muestran los diversos intentos de resolver el encuentro con lo masculino”.

Las anécdotas se ponen al servicio de la imágenes que Afrodita tiene para mostrarse, no de su literalización, tampoco de la pesquisa mitográfica. Por esta vía suele llegarse, no a la ‘definición’, insisto, sino al lugar donde ocurren algunas situaciones relacionadas con ella, su mundo: el salón de belleza como el lugar de encuentro, donde las historias y las vidas se entrelazan, la soledad se apacigua y se resuelven las ‘salidas’, carnales o imaginativas. El salón de belleza como sala de tortura, también.  Insisto: las imágenes míticas, las relacionadas con Afrodita ahora, se hacen evidentes en acciones, escenas, colores, diálogos, recursos fílmicos que Luis va captando. La miel, por ejemplo, el color dorado, la luz, vienen a conformar la atmósfera sugerida, sugestiva, de Caramel. Es un movimiento sutil: las imágenes míticas se cuelan en el bastidor, en detalles, menudos, imperceptibles, van entramándose, y poco a poco van hablando.

Otro ejemplo, en tono distinto, tiene que ver con La Ola: esta vez la película sirve para explorar un tema, el totalitarismo, sus filiaciones con el fanatismo, el sectarismo, y cómo estas experiencias y sus ansiedades pueden ‘prender’ en una persona y a su vez contagiar, por su fuerza enorme, a grupos más grandes, hasta tocar límites catastróficos, la ruina de un país entero. Las resonancias del ‘tema’ inducen a mirar ciertas historias recientes, de ciertos patios, no muy lejanos, no sin desasosiego. Luis nos hace ver que hay un conjunto de recurrencias en la salsa totalitaria que se van cocinando, según los guisos, y al tiempo de los fogones locales, en las particularidades de cada suelo, pero el daño, el mal, la barbarie, siempre avanza con la misma fuerza de ola, enconada, avasallante, ‘porque sí’.

Para considerarlo: el contenido de una película aterriza en cada lugar, resuena en cada quien según la circunstancia, el humor, la condición, el ánimo, para dar con un movimiento único, inédito…que pase o no al cuerpo es harina de otro costal.

Los bordes de la imagen… te da, lector, la puntada inicial y algo más: la circulación de los mitos, el fugitivo rastro de su aparición, el tintazo sobre ese bastidor que inusitadamente se desgarró y propició la aparición de los complejos, las patologías, todo a partir de un andar, un ir y venir en los temas, sin agotarlos, sin tanto ánimo enciclopédico, sin establecer juicios, ni moralizaciones, ni menos diagnósticos.

Lo dicho ya: se deja leer en estas páginas el reconocimiento que anima a la mirada y la mueve a escribir, la conjunción entre lo visto y lo leído, más allá de la crítica cinematográfica al uso, el análisis de los planos, los recursos de la semiología, la sociología…

Así Luis abre un espacio de reflexión sobre esas experiencias límite en las que lo humano se prueba: la lucha por la vida, las peripecias que mueve el instinto cuando se las juega entre el amor y la muerte, el poder y sus víctimas, las lidias de toda vida.

Alejandro Sebastiani Verlezza (Caracas, 1982). Ha publicado en poesía: Posdatas (El pez soluble, 2009), Canción de la encrucijada (Eclepsidra, 2016), Partir (OT Editores, 2018) y el diario Derivas (bid & co, 2013). Editor, corrector, profesor en la Escuela de Letras de la UCV.

Puede verse también en:

http://svaj.net/publicaciones/palabras-de-presentacion-los-bordes-de-la-imagen/  

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