Mayúsculas
En nuestra gramática emocional la letra crece y se mayusculiza en un intento de lograr que el tamaño del significante incida sobre el significado.


De donde menos uno lo espera le salta al rostro una letra mayúscula. En este territorio de gramática emocional que hemos llegado a ser, nada es suficientemente bueno si no se escribe con mayúsculas. Sin olvidar los énfasis que se distribuyen a diestra y siniestra y convierten una sencilla frase en una suerte de nocaut visual: “Más que por la fuerza, nos dominan por engaño”, comillas, negritas y cursivas para una frase de Simón Bolívar que, de citarse, no necesitaría más que uno solo de los dichos énfasis, que ya con el que la engendró su autor tiene. Y bastante.

Quiere, pues, la gramática emocional que el hombre sea más Hombre, la mujer más Mujer, la patria más Patria, la Libertad más libre, lo Eterno más para siempre si lleva su letra inicial en mayúscula o caja alta (ca), como la abreviaba el antiguo glosario tipográfico. Caja era, antes del advenimiento de la tipografía digital, el cajón de madera en donde se depositaban las fuentes tipográficas. La caja alta correspondía a la parte superior izquierda en donde se colocaba la letra mayúscula o versal, nombre que en tipografía se le dio a esa letra (alta) porque estaba situada en esa parte de la caja.

En la Antigüedad la caligrafía uncial, así llamada –según algunas fuentes– por la cantidad de oro que se usaba para trazarla,  requería dos líneas paralelas horizontales y todo el texto se escribía sin separación entre palabras. La entonces incipiente minúscula, que se generalizó como escritura recién a partir de los siglos X y XI, requería cuatro líneas horizontales, y sus letras, más pequeñas y redondeadas, estaban entrelazadas entre sí. En la escritura uncial las letras tendían a ser circulares y amplias, sin demasiados ornamentos. Fue la escritura preferida de los copistas en los monasterios y estaba reservada –dicen los estudiosos– para los manuscritos de lujo y la transcripción de todo aquello que tuviera cierta importancia. Quizá de allí nos lance hoy el inconsciente ese uso indiscriminado de mayúsculas que pretende remediar tallas y substancias y, haciendo caso omiso de la Rae y sus normas, escribe Presidente, General o Gobernador en altas, aun cuando esos cargos vayan acompañados de los nombres de los respectivos cargohabientes, si se me permite el neologismo.

Quiso Heráclito utilizar la palabra enantiodromía (enantios, contrario, opuesto, y dromos, carrera)  para significar la conversión de algo en su opuesto, pues “todo lo frío se calienta, todo lo vivo muere y todo lo bueno se degenera”, es decir, se convierte en lo contrario. Y quizá sea ese y no otro el fenómeno detrás de la necesidad de mayusculización: una carrera por dilatar lo que se ha empequeñecido, un denodado esfuerzo óptico por devolverle su valía a vocablos usuales que, no mucho tiempo antes, se bastaban a sí mismos en su cotidiana expresión. Todo el hombre, con su carga de opuestos, cabía en la hache minúscula, y toda la libertad en la pequeña ele.

Hábito pasajero ese de mayusculizar a troche y moche, dirán; intrascendencia que a nadie ocupa y preocupa porque el uso la ha ido dotando de legitimidad en la misma medida en que las palabras así enfatizadas han ido perdiendo valor, diluyendo su carga semántica y ontológica en esa carrera en la que el significante reemplaza al significado.

Como Heráclito antes, Carl Gustav Jung utilizó el fenómeno de la enantiodromía, pero aplicado más específicamente a la psiquis humana. En su psicología analítica lo define como: “La aparición, especialmente en sucesión temporal, del principio opuesto inconsciente, fenómeno característico de casi todos los sitios donde una dirección extremadamente unilateral domina la vida consciente, de modo que se forma en el tiempo una posición opuesta inconsciente”. Es decir, la transformación de algo en su opuesto: una persona tímida y reservada se convierte, de pronto, en alguien altisonante y grosero; un político, en sus inicios demócrata, deviene un dictador; un abogado exitoso lo abandona todo y se hace hippy; a un monólogo obcecado se le opondrá la necesidad de un diálogo flexible y plural, et caetera…

Para Jung, la Sombra, ese no lugar en donde los humanos escondemos todo lo que rechazamos de nosotros mismos –incluidas las dotes o inclinaciones naturales que por presión social o familiar nos vemos incapacitados de asumir–, sería uno de los arquetipos más profundos del inconsciente. Y es justamente allí, en la oquedad partenogenética de lo oscuro, donde se desarrolla esa enantiodromía que busca equilibrar los opuestos para ver si, conscientemente, somos capaces de mirarnos tal cual somos… o tal cual nos hemos (y nos han) ido haciendo.

Letra mayúscula 1Así, para retomar ese asunto del uso y abuso de la letra mayúscula en el que se incurre a diario –aun en doctos espacios–, se podría suponer que la creciente minisculización del hombre, y de todo cuanto a él atañe, quiere echar mano de un equilibrio inconsciente para recuperar la talla perdida.

En nuestra gramática emocional la letra crece y se mayusculiza en un intento de lograr que el tamaño del significante incida sobre el significado. El idioma, esto es, el hombre –por aquello de que “Somos las palabras que tenemos”, que acuñó Guillermo Jaim Etcheverry–, va imperceptiblemente, cual si marchara a lomo de tortuga, cuesta abajo.

 

                                         

About The Author

Deja una respuesta