En el país imperó durante quince años un socarrón control de la divisa que explica el monto ya inconcebible de lo saqueado por el chavismo.

La ola de protestas que viene estremeciendo a algunos países de Sudamérica no ha hallado en Venezuela el eco que muchísimos demócratas habrían celebrado dentro y fuera del país.

La gran masa opositora, que a comienzos de año creyó hallarse a un paso de protagonizar un vuelco dramático en la política nacional que anunciaría el principio del fin de la dictadura, presencia ahora el extravío final de lo que cabe llamar ‘la ruta Guaidó’ hacia Miraflores.

El agotamiento de una audaz estrategia cuya baza mayor era lograr un masivo pronunciamiento militar, con decisivo apoyo de Washington y naciones de medio continente, en favor de un gobierno de “acuerdo nacional”, sin Maduro, que condujese a unas elecciones razonablemente potables para todos ha coincidido con una circunstancia impensable hace apenas diez meses: la inopinada masiva dolarización de la economía venezolana.

Se trata de una dolarización de facto, tan solo normada por la ‘opinión’ que, blandamente y como al pasar, expresó Maduro en un programa de televisión: “no lo veo mal”. Bienes y servicios se pagan hoy desembozadamente en dólares; ya no se persigue a quien difunda la tasa paralela de cambio. Los despachos de prensa y la conversación pública dan cuenta del florecimiento en nuestras ciudades de los llamados ‘bodegones’ –templos del lujo importado− y del consumo conspicuo que a fines de noviembre animó el Black Friday de los hasta hace poco desolados y lúgubres centros comerciales.

Los efectos que lustros de escasez, incuria e ineptitud han tenido en la infraestuctura nacional dan lugar a que miles de emprendimientos particulares busquen ahora colmar todos los rezagos: un ejército de mecánicos y electricistas no se da abasto para reparar el parque automotor, aparcado hasta ahora por falta de refacciones que el mercado negro ha vuelto a suplir. Igual pasa con los electrodomésticos dañados por los apagones. Todo ello pagadero en dólares.

El mercado inmobiliario da signos de vida. Los propietarios ya no hacen ascos cuando se les ofrece el pago en efectivo. Pero ¿de dónde salen todos esos dólares?

La respuesta corta de los analistas es: “¡Oh!, muy sencillo: salen de las remesas familiares que llegan del exterior; son un subproducto de la diáspora. No olvide usted que los exiliados pronto sumarán 5 millones de almas. Las hay que mandan mucho a casa, y las hay que mandan muy poco, pero entre pitos, flautas y cántaros rotos, casi 34% de los venezolanos recibe algún tipo de auxilio directo en dólares”.

La respuesta larga no puede soslayar la corrupción universal que desde el advenimiento del chavismo envenena absolutamente todo en Venezuela, incluyendo, ¡ay!, la política de oposición. La renuncia del embajador del gobierno Guaidó ante el de Bogotá ejemplifica el poderío alcanzado por la mafia de las cajas CLAP, el diabólico injerto de cartilla de racionamiento y negocio familiar de Nicolás Maduro.

En el país imperó durante quince años un socarrón control de la divisa que explica el monto ya inconcebible de lo saqueado por el chavismo. Hace tiempo que la llamada boliburguesía, vasto elenco de fugitivos indeciblemente adinerados, es un poderoso factor financiero global.

La sorna caraqueña sugiere que, embarazados sus movimientos por las sanciones estadounidenses, la boliburguesía –jerarcas expetroleros, banqueros, obsecuentes dueños de medios y magnates de la fraudulenta electrificación nacional, entre otros− ha dado en blanquear sus capitales… ¡en Venezuela! Algo habrá de cierto en esa humorada.

No menos cierto es que la irrupción del ‘dólar informal ‘ –algunos lo llaman así− viene obrando un efecto desmoralizador en una facción cada vez más vasta de la sociedad venezolana. Esa desmoralización acaso sea difícil de aquilatar por una encuestadora, pero es muy discernible para quien la quiera ver o escuchar. Se trata de una disposición a la lenidad ante la corrupción y la arbitrariedad que se encoge de hombros ante la oferta política de la oposición –cualquiera que esta pueda ser ya− y atiende ya no solo a la supervivencia sino a recuperar los signos de consumo que su mente asocia a una ansiada ‘normalidad’. No toda Venezuela siente y piensa de este modo, desde luego.

Hay otra Venezuela que sencillamente no tiene acceso a los dólares –son los ‘sinremesa’− y muere de mengua hospitalaria y de hambre cuando no la asesinan los comandos de exterminio de las FAES. Es la Venezuela que deambula, famélica, por todo el continente mientras el chavismo va camino a cumplir un cuarto de siglo en el poder.

Decía Cervantes que dos linajes solo hay en el mundo: el de tener y el no tener.

@ibsenmartinez

About The Author

Deja una respuesta