En su ensayo Las auroras de sangre, el poeta y narrador colombiano William Ospina formula â€â€Â¡y demuestra! la hipótesis de que el castellano alcanzó a hacerse lengua clásica en nuestra América ya en el curso del siglo XVI.
Ospina comenta eruditamente un largo poema épico, de más de 100.000 versos endecasÃÂÂlabos, ordenados en octavas reales, cuyo asunto es la conquista de lo que hoy llamamos Venezuela y Colombia y que pocos han leÃÂÂdo con tan amorosa minuciosidad como él lo ha hecho. Se trata de las ElegÃÂÂas de varones ilustres de Indias, escritas por don Juan de Castellanos, quien vino a América como soldado, antes de hacerse sacerdote, en tiempos de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre.
Otro escritor colombiano, Juan Gabriel Vásquez, ha señalado que Las auroras de sangre pone en claro “por qué el menosprecio que la crÃÂÂtica hispánica ha sentido por este poema es una de las grandes miopÃÂÂas de la historia. Para resumir el asunto: durante siglos, los poetas han despreciado a Juan de Castellanos por considerarlo demasiado historiador; y los historiadores lo han despreciado por considerarlo demasiado poetaâ€ÂÂ.
Ciñéndose en todo a las normas de una docta disertación historiográfica, literaria y aun filológica, Ospina se adentra en lo más remoto de nuestros orÃÂÂgenes sin permitirle al lector olvidar por un instante que el continente de mitológicos prodigios donde ocurren las hazañas de intrépidos españoles e insumisos aborÃÂÂgenes que cantó don Juan de Castellanos es la misma trágica y hechicera comarca que habitamos hoy dÃÂÂa venezolanos y colombianos.
Ospina es conocidamente un hombre de izquierdas, admirador de Hugo Chávez, fervoroso oficiante del culto a BolÃÂÂvar y defensor del socialismo del siglo XXI, sea este lo que fuere. Su probidad intelectual, sin embargo, no autoriza a pensar que juegue en la liga de profesionales de la tiranofilia que integran Ignacio Ramonet o Pablo Iglesias. La carta abierta a Nicolás Maduro, publicada hace poco en El Espectador de Bogotá, asàlo demuestra.
En ella, Ospina desgrana muy debatibles tópicos izquierdistas acerca de la vocación democrática de Chávez como generoso y justiciero caudillo “redistributivo†de la riqueza petrolera. La sanguinaria dictadura de Maduro, sin embargo, no es otra cosa que la prolongación (el “legadoâ€ÂÂ, dirÃÂÂa la retórica chavista) de una implacable estrategia liquidadora de las instituciones democráticas que, con criminal perseverancia, Chávez echó a andar hace ya mucho tiempo.
Con todo, la inequÃÂÂvoca exhortación a “convocar las elecciones regionales aplazadas, fijar la fecha de las elecciones presidenciales, conceder una amnistÃÂÂa presidencial a los prisioneros por causas polÃÂÂticas y revocar la inhabilitación de lÃÂÂderes de la oposición†ratifica que, ante la trágica crisis venezolana, Ospina está del lado de la constitucionalidad democrática y la paz.
Entre los argumentos que Ospina ofrece a Maduro hay uno muy poderoso: “La derrota del referendo chavista y el triunfo de la oposición en la Asamblea Nacional le demostraron al mundo que las elecciones venezolanas son confiables y son democráticasâ€ÂÂ.
“Ahora el chavismo puede con fortaleza, con la fortaleza que da ser fiel a una causa justa, hacer estos gestos democráticos que le demuestren al mundo que la revolución es capaz de correr el riesgo de un resultado adversoâ€ÂÂ.
Dolorosamente, las cosas en Venezuela no han tomado el camino de la concordia porque Maduro y su camarilla asesina no lo han querido asÃÂÂ. Pero el chavismo, con estar ya en su bajamar, sigue siendo mucho más que Maduro y los narcogenerales. El enorme predicamento de que goza Ospina en su seno deberÃÂÂa, pues, obrar su efecto en el ánimo de los chavistas de buena fe.
Amén.
*Publicado originalmente en elpais.es