Iván Duque y Gustavo Petro
Duque y Petro representan posiciones muy distintas ante el futuro de Colombia pero el proceso de paz continuará.

A pocos días de una crucial segunda vuelta en las elecciones colombianas, pienso en lo que un día escuché decir al extinto Carlos Andrés Pérez desde la desengañada sabiduría de su cautiverio.

«Suramérica se inclinará hacia donde lo haga Colombia», afirmaba el discutido dirigente socialdemócrata, ya en la antesala de la era Chávez. Pronosticaba que el proyecto bolivariano traería consigo ruina y tiranía para mi país y mucho trastorno en el vecindario. Sin embargo, insistía Pérez, a la larga prevalecería en nuestra región la democracia y Colombia tendría en ello un papel estelar. Es lo mismo que hoy veo desde la percha de mi exilio.

Venezuela se ahoga en el marasmo de una dictadura de duración hoy impredecible mientras en Colombia se agitan las gentes pensando ya no en el pasado sino en el futuro: Colombia se mueve.

Mientras en Venezuela una solución electoral que permita poner fin a la premoderna tiranía de Nicolás Maduro luce por completo clausurada y todo anuncia un angustioso inmovilismo político y un doloroso agravamiento de la tragedia humanitaria, las elecciones presidenciales colombianas auguran cambios sustanciales en el panorama local.

A pesar del fragor, las ferocidades y las humaredas de una campaña electoral sumamente prolongada, y aún antes de anunciarse el resultado que todas las encuestas dan por cierto —ganará Duque— estas elecciones, las primeras a que acuden los colombianos en tiempos de paz en mucho más de medio siglo, abren perspectivas que ya quisiera Venezuela para sí.

Los acuerdos de paz, controvertida como sigue siendo la implementación de sus provisiones más importantes, han sido seguidos por unas elecciones tan razonablemente pulcras que la palabra fraude, aunque proferida con pugnacidad en algún momento de la campaña por Gustavo Petro, no entra verdaderamente en los cálculos de nadie.

Un rasgo singularísimo de este proceso señala claramente hacia dónde quieren ir los colombianos y es que la paz, salvo en lo declarativo, no esté ya en cuestión.

Dos terceras partes de los votos emitidos en la primera vuelta favorecieron a candidatos comprometidos con la paz. Es elocuente la rapidez con que el proceso de paz fue desplazado en la agenda del debate electoral por temas como los de la desigualdad social y la lucha contra la corrupción.

Que un candidato inequívocamente de izquierda, Gustavo Petro, luzca presidenciable es otro elemento a destacar pues testimonia un talante colectivo difícilmente soslayable en lo porvenir por las élites conservadoras.

La campaña ha sido, como todas hasta ahora, pródiga en descalificaciones, invectivas, injurias y guerra sucia. También, a ratos, estentórea. Pero, a diferencia de las anteriores, el acentuado interés del electorado en lo ideológico, en la confrontación de modelos económicos, de concepciones del Estado, si bien deformado por las apasionadas retóricas electorales, augura lo que una oposición de centroizquierda, verosímilmente liderada por Petro, reserva ya para el futuro ganador.

Por su parte, esa amalgama de economía social de mercado y agendas de ciudadanía que juntos representan los verdes y el llamado «fajardismo» ha dejado de ser marginal y nada hace suponer una extinción poselectoral: la emergencia de un centro opuesto por igual a ambos extremos y consciente de su potencial futuro es una de las buenas noticias que el posconflicto trae a Colombia.

Hasta hace poco, los pronósticos concedían ventaja a la maquinaria, eufemismo colombiano para el corrupto clientelismo electoral que hermana en un mismo establishment a los caciques regionales y los caimacanes de Bogotá.

Igualmente, se atribuía de antemano a las FARC una capacidad disruptiva que como agrupación electoral no tiene todavía, ni tan siquiera como tema de campaña, mucho menos como acarreadora de votos. Ninguno de esos dos inquietantes y muy fundados pronósticos se concretó en la primera vuelta.

Muchas cosas parecen estar cambiando en este país y seguirán obrando lo suyo, largo tiempo después del 17 de junio. Toda esta complejidad colombiana en reverberación debería ser también buena noticia para los demócratas de Venezuela.

Pero es dudoso que el abatimiento, los muchos agobios, la desmoralización y la descaminadora propensión de muchos de mis compatriotas a mirar las cosas de Colombia por sobre el hombro, a través del pequeño y simplificador lente de nuestra polarización, les deje ver que Iván Duque tal vez no sea del todo un dócil subrogado de Álvaro Uribe, como lo piensan y aprueban, ni Gustavo Petro una réplica moral de Jorge Rodríguez ni mucho menos Juan Manuel Santos imagen especular de Nicolás Maduro.

@ibsenmartinez

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