A mediados de noviembre del año pasado, la periodista Marianela Balbi —de amplia trayectoria en el mundo cultural venezolano— presentó su libro El rapto de la odalisca, una acuciosa investigación sobre el caso de Odalisca del pantalón rojo, pieza de Henri Matisse que fue sustraída de la colección del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber —como se llamó hasta 2006, cuando volvió a su antigua denominación: Museo de Arte Contemporáneo de Caracas— en una fecha aún indeterminada y puesta a circular en el mercado artístico internacional. En diciembre de 2002 un correo electrónico originado en Miami alertó sobre la situación irregular de la obra. Fue el inicio de un escándalo que puso en entredicho la idoneidad de la gerencia del que fue durante años uno de los museos más importantes de América Latina. Mientras leía leía el libro en diciembre pasado, lejos de Caracas, me preguntaba por qué esta estafa contra el patrimonio artístico de los venezolanos había caído en un silencio que insinúa complicidad, tanto de la administración anterior, conducida por la señora Imber, como de su sucesora, Rita Salvestrini, y finalmente de la actual gerencia del museo. Pero he aquí que la Fiscalía General de la República ordenó el viernes pasado llevar a fondo la investigación para establecer los responsables. Me imagino que el texto de Balbi fue un factor de importancia a la hora de solicitar un trabajo más profundo El interés sobre la materia ha conducido a que la Fundación Francisco Herrera Luque organice una tertulia sobre el libro el próximo miércoles 27 de enero, a las 5 de la tarde, en la mezzanina del Centro Altamira, en la avenida San Juan Bosco de Caracas. Lo que todos nos preguntamos es si habrá esta vez vocación de justicia o será un simple gesto retórico.

Editado por el sello Aguilar —especializado en investigación y ensayo— de la Editorial Santillana  de Venezuela, El rapto de la odalisca pone de relieve el trabajo minucioso y extenso de la periodista para juntar toda la data levantada o identificada alrededor de la sustracción de esta obra del maestro del fauvismo, valorada en 3.7 millones de dólares. El hallazgo de la sustitución de la pintura original por una burda imitación devino en la mancha que oscureció la trayectoria deslumbrante del MAC de Caracas, cuya colección incluye —o incluía, hoy no se sabe— trabajos de Kandisky, Nolde, Ernst, Matisse, Chagall, Monet, Rodin y Picasso, entre otros maestros, hasta completar 4 mil 600 obras. Este “rapto” descubrió de súbito las irregularidades de la gerencia de la institución. Ni Imber ni Salvestrini han podido esclarecer la desaparición. Sus sucesores tampoco. Lo cual evidencia  una actitud por lo menos negligente que impide establecer las debidas responsabilidades pasadas y recientes.

Balbi observa las actuaciones de personajes fundamentales dentro del museo —especialmente de su fundadora y directora y de la asistente de la anterior y su sucesora inmediata, así como de Carmen Hernández, tercera directora de la institución, la curadora María Luz Cárdenas, la gerente de Promoción Águeda Hernández, la entonces jefa de Exposiciones Teresa Zottola, la gerente Sonia Chacón, etcétera, todas mujeres, con la mirada distante del artista plástico Manuel Espinoza, en aquel momento viceministro de Cultura— y de los protagonistas externos —la vendedora de arte de Miami Sylvia de Azevedo, también conocida como Silvia Ferreira de Mannelo, un misterioso militar venezolano llamado Efrén Castillo que le llevó la Odalisca a su oficina en Florida, el galerista francés Philippe Cazeau, el intermediario también francés Michel Eyrie, la certificadora oficial de la Sucesión Matisse, Wanda de Guebriant, el curador del Museo de Arte Moderno de Nueva York, John Enderfield, el también director del MOMA Glen Lowry, el representante de Sotheby’s en Miami, Axel Stein, etcétera— hasta construir un dramatis personae con todos los que intervinieron en las condiciones que permitieron—o trataron de evitar— este robo.

La periodista identifica de manera muy documentada los nexos entre distintas circunstancias alrededor del hecho y pone en evidencia las posibilidades de la complicidad, los manejos dudosos de un intento de certificación de la pieza y, sobre todo, las condiciones políticas que rodearon el hecho. La primera noticia de la desaparición de la obra de Matisse se llevó a cabo a principios de diciembre de 2002, en medio del paro cívico y petrolero que afectó la realidad venezolana hasta finales de enero de 2003. Es decir, el fragor político cubrió un hecho de proporciones insospechadas en su momento y que hoy vuelve a ser noticia. En parte, por la aparición del libro de Balbi y, posteriormente, por la investigación que el Ministerio Público debe llevar adelante.

Pero otros elementos de actualidad intervienen hoy. A raíz del reciente crack bancario venezolano que afectó a muchos de los banqueros y empresarios —hoy fugados o presos— identificados con representantes del chavismo, se afirma que la Odalisca con pantalón rojo se encuentra en manos de un reconocido operador político, que ocupó los cargos más importantes del gobierno, vinculado con algunos de los banqueros afectados. Desde luego, esta especulación o sospecha no se encuentra en el libro de Balbi, así que habría que librarla de toda culpa por una afirmación de ese tenor. Pero es vox populi en el universo cultural venezolano que este tenebroso personaje es el nuevo dueño de la obra de Matisse valorada en casi 4 millones de dólares. El suspenso continúa.

EL RAPTO DE LA ODALISCA, de Marianela Balbi. Sello editorial Aguilar de Editorial Santillana, Caracas, 2009. 138 páginas.

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