Desde su introducción hasta sus consideraciones finales, a lo largo de sus 298 páginas, Historia de un encargo: «La catira» de Camilo José Cela se revela como un intenso y extenso análisis no de una novela hoy casi olvidada de un autor importante, sino de las ideas políticas que marcaron un período histórico de España y Venezuela —a mediados de los años cincuenta—  a través del estudio de la conducta un escritor de renombre como el gallego Camilo José Cela, entonces joven y ambicioso, el mismo que 35 años después ganaría el Nobel de Literatura. El poeta e investigador venezolano Gustavo Guerrero propone un ensayo que se lee como una novela. No porque ficcione sus reflexiones sino porque atrapa el espíritu y los personajes de esa etapa de ambos países con una mirada comprensiva pero nada complaciente. Son personajes de nuestra historia —a ambos lados del océano— que protagonizaron los emblemas de la Hispanidad de Francisco Franco y del Nuevo Ideal Nacional de Marcos Pérez Jiménez. La catira, novela de encargo que acometió Cela en 1953, es el puerto desde donde zarpó una nave que parecía tener un destino seguro, que atravesó océanos de complicidades y terminó atracando en el olvido. Hasta que un venezolano la rescató y la colocó en su sitio, al punto de ganar el 36º Premio Anagrama de Ensayo en 2008, gracias a la decisión por mayoría de un jurado compuesto por Salvador Clotas, Román Gubern, Xavier Rubert de Ventós, Fernando Savater, Vicente Verdú y el editor Jorge Herralde.

Historia de un encargo: «La catira» de Camilo José Cela se sumerge en las aguas de las frágiles memorias colectivas para registrar los escombros de lo que fue un affaire literario de fuerte contenido político en una época en la que las dictaduras constituían la normalidad del poder, tanto en América Latina como en España y Portugal. Ya  entonces Cela había publicado La colmena, novela de particular importancia sobre los estragos del período posterior a la Guerra Civil en España, lo cual le había ganado cierta fama de antifranquista. La primera sorpresa surge al constatar que el narrador gallego fue contactado por el gobierno venezolano para encargarle la escritura de una verdadera «novela venezolana» que se opusiera a Doña Bárbara, publicada a finales de los años veinte por Rómulo Gallegos, escritor que gozaba de prestigio internacional y quien había sido derrocado de la Presidencia de la República por una junta militar que incluía a Marcos Pérez Jiménez, dictador en funciones y solicitante del encargo. Todo esto con la venia del Instituto de Cultura Hispánica y la diplomacia franquista. Cela aceptó el encargo, viajó por Ecuador, Colombia y Venezuela, redactó su novela en Mallorca y sometió su trabajo al aplauso y la polémica en España y Venezuela. Por eso el libro se estructura en tres grandes secciones: Viajar, Escribir y Leer.

Viajar recoge los registros documentales de la presencia de Cela en Sudamérica, entre mayo y noviembre de 1953, a través de un viaje que lo llevó primero a Bogotá y Quito y posteriormente a Caracas, ciudad donde cultivó la amistad de Laureano Vallenilla Lanz, hijo, ministro del Interior de Pérez Jiménez y respaldo intelectual del Nuevo Ideal Nacional. Significa el encuentro de un creador con una realidad distinta a la de España de la posguerra. Pero sobre todo representa la relación de identidad que se establece entre ambas dictaduras. En este sentido, La catira es concebida como la manipulación del acto creador a partir de un programa ideológico. Las artes al servicio de los proyectos políticos. No es una idea nueva, cierto, pero no por ello menos nefasta. En todo caso, es un punto de inflexión ante los intentos del régimen que actualmente gobierna a Venezuela de establecer una cultura oficial que se empeñan en llamar socialista.

Escribir plantea el proceso creativo que gestó La catira, entre febrero y septiembre de 1954, en un chalé de Mallorca, a partir de las experiencias vividas por Cela en distintos campos de la realidad de un país subdesarrollado, especialmente la referida a la concepción de una Venezuela llanera que la convierte en el símbolo de la Venezuela total, con abierto desprecio a las culturas y costumbres de los zulianos, los andinos, los orientales o los guayaneses. La tierra del arpa, el cuatro y la maraca, tan afín —en la representación ideológica— a aquella España de postal turística con la castañuela y la pandereta. La creación de una mitología que pretende marcar una «novela nacional» conforma el compromiso de un escritor en ciernes. En esa ruta, la novela recoge centenares de venezolanismos que intentan brindarle ese sentido de venezolanidad.

Leer, finalmente, expresa las respuestas de la crítica y la opinión pública tras ser presentada la novela en Madrid y Caracas. Reacciones positivas programadas y manipuladas fueron cediendo el paso a pulsaciones más transparentes y críticas, cuyos alcances arroparon al propio escritor gallego. La percepción de los intelectuales venezolanos determinó el carácter falible y poco confiable de la novela. Es la percepción que comprendió —y a la postre condenó— que La catira era la novela del Nuevo Ideal Nacional. Un fiasco, como escribe el propio Guerrero al final de sus páginas. Un fiasco sepultado bajo la losa del olvido.

Estas tres secciones amplias se hallan sustentadas en una investigación prolija y determinante, documentada en textos periodísticos, ensayos y documentos institucionales que registran la evolución del proyecto. Porque, en el fondo, a Guerrero no le interesa tanto la novela como el proyecto que la gestó. De hecho, no hay en el ensayo una valoración netamente literaria de La catira sino una comprensión de las condiciones que la hicieron posible. Al fin y al cabo se trata de una ficción que fue ignorada en la hoja de vida de Camilo José Cela a la hora de su muerte en 2002.

Yo, además, confieso que nunca he leído La catira.

HISTORIA DE UN ENCARGO: «LA CATIRA» DE CAMILO JOSÉ CELA, de Gustavo Guerrero. Editorial Anagrama, Caracas, 2008. Premio Anagrama de Ensayo. 298 páginas.

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