Hace ya un tiempo leí La huella del bisonte, única novela hasta ahora de Héctor Torres, narrador venezolano que abandonó momentáneamente los terrenos del texto corto y conciso para aventurar un relato de más largo aliento y mayores riesgos. Se trata de una obra sobre el despertar a los sentidos y a las pasiones de la adolescencia, pero también sobre el desconcierto de la vida a una cierta edad. Lo que Karla y Gabriela exploran como promesas de la sensualidad femenina —cada una por su lado, a pesar de lo cerca que están— se conecta de forma indirecta con lo que Mario experimenta como hombre con un denso pasado emocional. Es un despertar pero también un desconcierto. Una historia de tentaciones y seducciones, de prohibiciones y curiosidades, que se edifica como una aventura inevitable en el fangoso terreno del erotismo y la locura pasional. Es un viejo tema ya abordado por otros autores, concedo, pero esta vez percibí una manera diferente de trabajarlo, con una sensata madurez narrativa. Es una historia para pensarla, para releerla a ratos, para crear una versión propia. Por fin me animé a escribir sobre ella. Más vale tarde…

En Caracas, a finales del siglo pasado, un cuarentón divorciado y padre de una adolescente, dedicado a la escritura de telenovelas y a rumiar su desencanto por las rutas que ha tomado su vida, encuentra la excusa de la pasión en una compañera de estudios de su hija. Mientras por una parte Mario intenta rescatar el afecto y la atención de su niña Gabriela, venciendo los obstáculos de su fallido matrimonio con América, por la otra cede ante el hallazgo del deseo juvenil de Karla, la chica que ejerce su sexualidad como una manera de dominar las ansias masculinas y de afirmarse como mujer. Un triángulo muy sui géneris, no cerrado ni condenado al erotismo, no equilátero ni tradicional pero sí abierto a la necesidad de comprender los afectos, que se nutre además de la presencia distante pero a la vez cercana de las madres de una y otra adolescente.

Desde el principio Torres ubica su relato en una fecha crucial: comienza el fin de la era Pinochet en Chile con el plebiscito de 1988 que abrirá las puertas al retorno de la democracia. La perestroika de Gorbachev retira las tropas de Afganistán y prefigura la caída del Muro de Berlín en 1989 y dos años más tarde del imperio soviético. Irán e Irak concluyen «su estúpida guerra». Podría haber otras referencias históricas acerca de una situación de bisagra, de paso de página, de fin de una etapa y comienzo de otra, como marcaría la conversión de niña en mujer, a través del asiento de una bicicleta, pero no hace falta. La noción de coyuntura se halla en los treinticinco años de Raquel, la madre de Karla, ésta apenas en sus diecisiete, o en la cuarentena de Mario o los dieciséis de su hija Gabriela o en la medianía de su madre América. La huella del bisonte constituye la narración de una transición existencial, de un tour de force afectivo, de un camino nuevo que depara sorpresas. Despertar y desconcierto.

El dibujo de los personajes busca el trazo atento, pertinente, fundamentado no sólo en sus acciones sino en su manera de expresarse. Karla y Gabriela hablan de sus inquietudes, de sus amoríos, de sus anhelos, con el tono de las debutantes. En cambio Mario se refugia en sus silencios, en sus dudas, en sus experiencias, incluso en su ficción literaria. La creación como escudo y como reafirmación se instala en el texto como recurso secreto. Personajes distintos no sólo porque pertenecen a dos generaciones marcadamente diferentes sino porque sus ambiciones se orientan en rutas distintas. Karla tiene poco que ver con Raquel como Gabriela tiene poco que ver con América. En cambio, el vínculo masculino-femenino halla un espacio más natural entre el escritor y su hija y entre él y la adolescente que lo perturba.

La escritura de Torres es prolija, detallista. Trabaja con la imaginación, seduce con la sugerencia, descoloca con sus situaciones directas. Es una rara combinación, la verdad. Establece varias dimensiones narrativas de acuerdo con la óptica de sus personajes e incluso con el oficio de guionista de Mario. Define un juego entre la realidad en tercera persona y la representación de esa realidad. Rehúsa el facilismo de convertir a Mario en un Humbert y tampoco permite que la atracción erótica adquiera dimensión de tutoría entre un adulto moralista y una pequeñuela traviesa y manipuladora. Es una historia distinta en la medida en que no se nutre de la maldad del pecado, como en el relato trágico del profesor aquél de Nabokov, sino de la seducción del placer. Una historia para contar desde la perspectiva del pintor de bisontes, como cuando se habla de un viejo amor.

LA HUELLA DEL BISONTE, Héctor Torres. Colección La otra orilla, Grupo Editorial Norma, Caracas, 2008. 247 páginas.


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