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El amañado resultado del 20-M, en el que la abstención mostró cifras nunca antes alcanzadas, evidenció que la mayoría de los ciudadanos venezolanos no apoyan a este régimen, rechazan a Maduro y no creen en la honestidad de las instituciones electorales.

Durante el transcurso de la patraña electoral, montada por el régimen y sus secuaces en las instituciones públicas, el país recordó la infausta fecha del 4 de febrero de 1992. Ese día, hace 26 años, un grupo de felones militares intentó infructuosamente un golpe de Estado contra un gobierno legítimamente constituido y en pleno ejercicio de sus facultades institucionales. Ese aciago día, a pesar de haber sido derrotados, las visiones de irracionalidad, improvisación, ineficiencia y corrupción se abatieron sobre Venezuela y ejercieron un efecto devastador en los valores fundamentales sobre la democracia, el respeto mutuo, la tolerancia y la libertad de actuar que representaban el ideario de nuestro pueblo y que regían la convivencia social en nuestro país. Desde esos días, sin ningún éxito, los aventureros, cuya única motivación para la sedición era la toma del poder y lucrar del erario público, han tratado de construir una reláfica épica que llene de falsa gloria y limpie de vilezas los episodios de violencia, sevicia y cobardía que han enseñoreado su artero e inexplicable proceder desde aquel entonces. Desde esos tiempos, los centenares de muertes que ha ocasionado esa sangrienta aventura siguen impunes. Los familiares de los caídos siguen esperando por justicia y castigo para los victimarios de sus deudos.

La Venezuela de hoy, después de 18 años de mandato de los golpistas, no ha progresado. Los males sociales se han acrecentado a pesar de los ingentes recursos políticos y financieros de los que ha dispuesto el fracasado régimen. El odio, la división y la exclusión es el legado social que nos deja. Igualmente, una economía decadente, las arcas del tesoro vacías de dinero, carencia de  realizaciones, la destrucción del aparato industrial público y privado, la quiebra de Pdvsa y con ello el de la industria petrolera nacional, un enorme déficit fiscal y una difícilmente pagable deuda externa, escasez, desabastecimiento, inflación, desempleo son, entre otros, los índices que representan y miden el descomunal fracaso de la gestión de los golpistas de 1992. Se ha acentuado la inseguridad jurídica, se ha hipertrofiado el tamaño del Estado, la economía venezolana ha perdido la capacidad generadora de empleos de otrora; ha convertido a los jóvenes venezolanos en cazadores de canonjías en lugar de formarlos para contribuir a la ampliación de la producción y mejorar la prestación de los servicios. Presos políticos, exiliados, refugiados, perseguidos, familias destrozadas, la ilegitimidad; la usurpación de funciones y la sistemática violación de la Carta Magna son otros de los pasivos que acumula en su contra el periodo del régimen chavista-madurista. La incertidumbre respecto al futuro atenaza y angustia a los venezolanos.

El amañado resultado del 20-M, en el que la abstención mostró cifras nunca antes alcanzadas en eventos electorales para elegir Presidente, evidenció que la mayoría de los ciudadanos venezolanos no apoyan a este régimen, rechazan a Maduro y no creen en la honestidad de las instituciones electorales.

La inutilidad de la costosa felonía del domingo pasado ha quedado patéticamente demostrada. Para qué y por qué tantas muertes, persecuciones, dolor y desolación si no sabían, ni tampoco han aprendido, a conducir y manejar el poder que en reiteradas oportunidades —menos el 20 de mayo de este año— les ha conferido un pueblo engañado? La perseverancia y destreza política que se requieren para acometer la ineludible tarea de reconstruir la Nación, no están del lado de los que mal gobiernan. ¿Qué más podemos esperar de un régimen como éste? Entonces, ¿hasta cuándo vamos a soportar esta dictadura causante de todos los males que sufre el país?

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