La primera novela de Sonia Chocrón se define como un viaje en el tiempo, hacia adelante y hacia atrás, incesante y sorprendente, cuya brújula conduce a una mujer de hoy a indagar en las vidas de su madre y de su abuela —por separado— para poder encontrarse a sí misma. Sara Soler, esa astróloga que no quiere compromisos de pareja, que habita una desordenada Caracas contemporánea, que se fuma un cacho para soportarse a sí misma, es una contradicción de los tiempos vividos y por vivir. Su áspera relación con Helena, su madre, que la abandonó por años de forma inexplicable, y los misterios en París de Lía, su abuela, hacia 1939, que lanzan la sospecha de la  infidelidad y la traición, conforman el camino tortuoso de sus preguntas y ansiedades ante las ausencias femeninas. En Las mujeres de Houdini cada una de ellas saltan al vacío en una etapa de su vida —sin comprender totalmente las razones— para salir de la suerte de una situación desesperada, como lo hacía a principios del siglo pasado Erik Weisz, el ilusionista y escapista húngaro de origen judío a quien todos conocemos  como Harry Houdini.

Después de labrar una trayectoria como poeta, cuentista y guionista, Chocrón urde una trama de largo alcance que de varias maneras recoge el espíritu de sus relatos en La virgen del baño turco y otros cuentos (Ediciones B, 2008) y sobre todo en Falsas apariencias (Alfaguara, 2004), en los que prevalece la mirada femenina desde perspectivas heterogéneas. La yuxtaposición de personajes, tiempos históricos, situaciones dramáticas y conflictos afectivos se realiza en torno a la figura de Sara pero al mismo tiempo fluye hacia otros seres humanos —su abuelo Isaac Brandao, su amante Xavier, el lejano Antonio Puig, el misterioso Marcel Gabal, su padre Agustín Soler— que encarnan la visión masculina, para bien o para mal, de toda esta historia de apariencias falsas como en su volumen de cuentos.

Escrita de manera realista y sin concesiones a lo fantástico narrativo, Las mujeres de Houdini se edifica sobre la base de hechos a verificar y sospechas a develar, desde la perspectiva de Sara, quien ofrece su visión actual, limitada y curiosa, para comprender o rechazar a todos los demás personajes. El traslado físico a París, al pasado, a lo umbrío, constituye el viaje afectivo de esta muchacha caraqueña con demasiadas preguntas. Chocrón narra sus vivencias de manera detallista, con cierto tono cotidiano, como si usara una cámara de cine para encuadrar en primer plano el rostro de Sara, sus besos con Xavier, su encuentro con un viejo comunista español, sus peleas con Helena, sus paseo por la urbanización. Porque la forma como está contada la historia recuerda la narrativa cinematográfica, lo cual se explica en la experiencia profesional de la autora en el campo del lenguaje audiovisual. Pero no se trata de un guión,  cuya preceptiva es muy particular, sino de un trabajo literario que se sumerge en aguas distantes y cercanas para hablar de tres generaciones de mujeres.

Hay una historia mayor en cuyo interior pasan otras historias más pequeñas. Pero lo más importante de su construcción narrativa reside en la complejidad de situaciones y sentimientos articulados firmemente en una trama que avanza y revela secretos hasta construir un inmenso rompecabezas. La historia está contada hacia afuera, hacia el lector, hacia el otro polo de la escritura. No se encierra en sí misma ni en las obsesiones de su autora. Al contrario, se evidencia un interés profundo en la comprensión y aceptación de sus personajes. Las mujeres de Houdini conforma el preludio de los siguientes trabajos novelísticos de Chocrón, ya en camino.

LAS MUJERES DE HOUDINI, de Sonia Chocrón. Ediciones B Venezuela, Caracas, 2012.

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