José Pulido Navas
Pulido se desviste de Esopo, se descobija de Pitágoras, se arropa de Borges y sus seres imaginarios, a objeto de construir un personal zoológico de mágicos seres.

Un hipopótamo rosa. / Un cocodrilo amarillo. / Un león albino… / Son tan diferentes que parecen condenados / a morir por ello:

El rosa de su piel al hipopótamo / le hace vulnerable a los rayos del sol / y ni las aguas le protegen de su daño.

El cocodrilo amarillo se distingue / en la turbidez de los ríos que a sus hermanos oculta.

La blanca piel del león, su melena de nieve, / le delatan / cuando pretende sorprender a una presa…

¿Qué poder les da su diferencia?

José Pulido Navas

Especial para Ideas de Babel. Como Tolkien, Rowling, Salgari o el mismo Esopo, José Pulido Navas versifica su imaginario personal y exclusivo en un nuevo libro de poemas, Las Bodas de la Araña, sobriamente impreso por Ediciones Vitrubio, Madrid 2017. El poeta fábula y sus quimeras recogen las fantasías de un poeta maduro quien, como guardián de la noche, “canta las horas en la ciudad dormida (…) como un bondadoso gigante custodia la puerta / que a los sueños se abre”.

Tres son los itinerarios que transitan las fabulas escritas por el poeta en Ávila, su ciudad de adopción: el bosque encantado, la vida de los números y mágicos animales. Estos rumbos poéticos se sustentan en una misma y única emoción: nueva y vieja, madura y juvenil, que le otorga frescura y atrevimiento a unos poemas que la razón intenta en vano morigerar: no son vanos entonces los dos epígrafes seleccionados por Pulido para que expresen a cabalidad sus escriturales emociones:

…»donde, acaso, todavía se alojan palabras encantadas, imágenes secretas»

Diego Jesús Jiménez

“un reino donde lo que significa y lo significado fueran uno y lo mismo”

María Zambrano

El bosque del poeta está positivamente encantado, lo habitan hadas, duendes, gnomos, cíclopes, toros de piedra; pájaros solitarios, lobos, grillos, perros terrenales que le cantan a la Luna y otros cánidos que ladran, cantan, aúllan alabanzas a la Tierra, sin destino cierto o previsible. Sapos, príncipes encantados y doncellas salvadoras protagonizan nuevos cuentos de finales felices con evidente vocación de tebeos, tiras cómicas o películas de dibujos animados para tranquilizar a más de un niño travieso y retozón: “El que en la palma de la mano / sostiene la doncella, / -Sapo común o príncipe encantado- / participa a la vez de los dos mundos / y en las dos orillas parece ambiguo y torpe, / un extraño anfibio que saltará para perderse /en el incierto dominio donde siempre temimos despertar”.

Navegan inexplicablemente en los ríos y lagos de la foresta encantada, extrañas ínsulas que escaparon de un mar lejano y ajeno; reposan además sirenas desvergonzadas que lujuriosas, valiéndose de sus dulces voces, arribaron al distante bosque del poeta para incitar con sus cantilenas a los habitantes del soto, tentándolos con fingidoras llamadas al placer “sin retorno que se asoma a la muerte”.

Pero principalmente en el boscaje del trovador habita un ángel que merece una mayor jerarquía —¿arcángel, trono, potestad quizás?—, en el amplio catálogo de las fantasías de Pulido, cuyo lamento es desgarrada, desolada, lacrimosa expresión de amores que no pudieron ser, de pasiones en receso, de ternuras engavetadas, de sombras y olvidos con olor de muerte. Escuchemos el imploro, el gimo, el lloro del espíritu celestial, cómplice del poeta:

Bebo amor en el vértigo / de los dulces torrentes de tu espalda / y me es amarga su miel.

De la luz a la luz voy / por tu cálida sombra deslumbrado.

Limita con el cielo / el tormento adorable de tu piel / que me es prohibido acariciar.

Nunca sabrás de mí. Es la más cruel / definición del sufrimiento. / Soy la sombra que muere / cuando te apartas del espejo.

A tu placer mi deseo se encadena / pero muere sin él.

Yo comparto el abismo de tu culpa, / soy el silencio de tus confesiones, / el avaro que guarda para sí / la lujuria del sol en tu cabello.

No le debo a la vida otro milagro. / No cambiaré por otra gloria / este imposible amor que es mi destino.

El poeta, ahora trasmutado en Pitágoras contemporáneo, fabula con los números arábigos o persas, y hasta con los enrevesados romanos o los olvidados mayas. Con el atrevido Galileo Galilei coincide el poeta, cuando —sin tapujos y a riesgo de la temible Inquisición— afirmó que” las matemáticas son el alfabeto con el que Dios ha escrito el Universo”. Pulido enumera y versifica sus números del cero al diez, contemos con él:

· 0: A los engendres mismos de la humanidad, sus vacilaciones iniciales y sus fundamentales preguntas, retorna el poeta para constatar que el número 0 inventado por los mayas —antes de inexplicablemente desaparecer en su enmarañada selva—, quizás sin saberlo, es el: “huevo inicial de todos los enigmas, / da forma al vacío de los ausentes, / dinamita el dilema de la nada / —ser y no ser — ante la calavera /como un eco que al silencio pregunta”.

· 1: Tacaño, cicatero, avaro y generoso, magnánimo, desprendido a la vez, el número Uno: “Nada concede a quien se multiplica / o divide con él, pero se suma / a quien le llama y pone otra mejilla / a quienes del conjunto lo sustraen”.

· 2: Binomio de la vida y de la creación, raíz de la otredad y de los punidos pecados originales y en estreno, Pulido aclara: “Para entender lo uno no había otro / y la Creación fue en la herida y el desgarro. / Fueron la luz y la sombra, / Él y Ella, la simetría y lo opuesto, las formas / con la abierta cadencia del matiz. / Era el amor, que duele porque rompe / la respuesta a la trampa del espejo, escritura del cisne sobre el agua. / Cifra el terror que oculta el Paraíso…”

· 3: Altura, longitud y anchura, son verdadera trilogía espacial, trinomio de contrarios que se separan para luego integrarse, según el poeta tejen su trinidad sobre el tapiz de la nada, juegan en el tablero del azar “hasta que una alineación fortuita / —Tres en Raya— rompe su enemistad, / alumbra la ecuación del universo / como un deseo arrancado a lo vacío.

· 4: No todo es armonía, paz, consenso, avenencia, alianza, la vida puede ser un ring de boxeo, al decir del poeta: “Cuadrilátero para los combates / que miden nuestra humana condición: / el aún no y el ya ha sido, / la condena / del ahora inapresable, cuando el tiempo / escapa y todo está por suceder”.

· 5: Es un número polisémico, plural, identificador, capaz de expresar poco y mucho. En efecto: “Cinco dedos para tomar el mundo / entre las manos y con ellas afirmo mi identidad, ramas de árbol errante / que da su fruto en todo cuanto sueña / Cinco sentidos para que el mundo / se complete y entregue su plenitud. / Cinco continentes, cinco océanos…”

· 6: Mayor explicación no requiere, es autosuficiente, petulante, fatuo, vanidoso:” En un negro infinito de pizarra / se divide por uno, dos y tres, / y por ellos también se multiplica, / perfecto en las seis caras del dado / que se lanza a la apuesta del azar. / El triple seis te expulsará del juego / pero te condenará a repetirlo: / Volver una vez y otra al dulce engaño / del sexto día de la Creación, cuando / se decretó que todo era perfecto”.

· 7: Arcano y autobiográfico, cabalístico, esperanzador, es un brioso caballito de mar que merece el océano de entelequias del poeta: “Si contigo subí al séptimo cielo / y los siete pecados capitales / cometí. Si soy el último de siete / hermanos, navegado siete mares, he escalado siete notas y siete / colores al arco iris le pinté. / Si mis secretos tienen siete llaves, / siete son los días de la semana, / las vidas de los gatos y los sellos /que al romperse abrirán el fin del mundo… / tiemblo en todas las formas del latido /mientras espero que cojas el teléfono / a la séptima llamada”.

· 8: En su aparente simpleza, cómodamente se acuesta a fin de ofrecer el inalcanzable infinito, lo imperecedero, lo perdurable, lo perenne e inmortalidades ofrecer.

· 9. Sin complicaciones, estorbos, obstáculos, no se embrolla ni complica: “Multiplica por nueve el universo / y tendrás siempre el nueve por respuesta”.

· 10: Compuesto, es binario, mucho representa, “puerta de dos sentidos”, Pulido lo estampa en diferentes ángulos, lo vivisecciona, versifica su mutabilidad, y el desigual rol que tiene asignado por Dios y el hombre en la vida y en la muerte:

Cuento hasta diez antes de disparar / a mi enemigo en nuestro duelo a muerte. / Diez pasos para cubrir la distancia / entre el principio y el fin, el disparo / que en ellos desató tan ciega audacia.

En el número escrito por el rayo / puso la ley de Dios sus Mandamientos, / envió diez plagas para ser cumplida, / selló la alianza entre la intemperie / de los hombres y el silencio celeste.

Diez pasos del destino que legisla / en el odio y el perdón; a la venganza / le opone la sentencia, al mar la luna,

y sobre el abismo de la pasión / construye las razones de su templo.

Iguales los teoremas de la rosa, / la trayectoria de la bala y el margen / de error en la esperanza de la presa.

Puerta de dos sentidos que se abre / del corazón al infinito, música / que en él suena como un eco y medita / hasta sentir que es parte de ella.

Cuenta el décimo paso, el que decide / la sentencia absoluta del disparo.

Pulido se desviste de Esopo, se descobija de Pitágoras, se arropa de Borges y sus seres imaginarios, a objeto de construir un personal zoológico de mágicos seres. A los que una vez con sus hijos para entonces pequeños, pergeñamos un Bestiario Familiar, así que – con toda justicia – desde muestra fantasía familiar celebramos la del poeta. Sería enjundioso y prolijo referirnos a todas las bestias paridas por la imaginación de nuestro escritor, nos concentraremos entonces en unos cuantos mágicos animales de nuestra preferencia.

Los ojos del gato 

Los ojos del gato observan / las criaturas invisibles de la oscuridad, / leen la carta del suicida, /asisten al golpe mortal del asesino.

Por ellos la noche se transforma / y se mira en el espejo de la luna.

El gato trepa las escalas del silencio, / baja al sótano de la pesadilla / y escucha la canción de las tinieblas.

Ilumina a la muerte cuando acecha, / atrapa al vuelo los pájaros del alma / y con ellos alimenta sus siete vidas.

Lagartos

Mucho antes que Diógenes el Cínico, / ellos solo piden gozar del sol que les calientam / y hacen, como el Místico, de la inmovilidad / una sabiduría que les une al Universo.

Como ancianos sentados en la calle, / miran a la nada, silenciosos.

El suyo es un tiempo distinto del que les contempla, / vigías de la eternidad a la orilla del polvo y de la muerte / esfinges cuyo enigma no exige una respuesta al caminante.

Si les llegan los dones de la iluminación, / a una larga paciencia pertenecen. / Y no conviene turbar su soledad / porque entonces manifiesta una violencia fulminante, / oculta en un resorte de milenios. / Un arte marcial que solo enseña la quietud. / Lo demás es vanidad.

Luciérnagas 

Tatúan la piel de la noche. / Dibujan en ella imposibles figuras, / constelaciones fugaces. Escriben / en la tiniebla palabras de luz / que solo un instante de fulgor / hace posibles, revelaciones / de absurda belleza, simetrías / que en su vuelo proponen / como crueles paradojas / si un día llegaran a cerrarse.

Danzan sobre el escalofrío / del abismo / Y se apagan.

La mosca

Con las alas le crecieron a la mosca / grandes ojos para ver el mundo / y la impertinente osadía de volar. / Se posó en los labios de la más bella / y en la frente ensimismada del más sabio, / en los lechos furtivos del amor / y en el trono de los poderosos.

Compartió la suerte de las víctimas incómodas, / fue expulsada de los tribunales / con un simple manotazo / y hasta pudo morir de siete en siete.

Convocó a sus hermanas a la miel / y a la carroña; perseguida, hubo de amar / en las redes de la telaraña. / Inquieta y vagabunda, siempre vuelve / y trae —molesta emisaria sin nombre— / un mensaje que nunca, nadie, atiende.

A las bodas de la araña, al casorio de la sabandija con su dócil y sacrificado consorte, asistieron muy pocos invitados, se celebró en la más estricta intimidad animal. Pulido Navas —privilegiado concurrente— reseña el ansiado y apasionado encuentro de los amorosos insectos:

Mientras se aman, Él / se interna confiado en el laberinto / de su sexo, / en la intrincada red de sus caricias. / No puede ser más dulce su deleite, / las fieras suavidades del placer.

Ella le arrastra a sus frondas de seda, / al deseo más extremo y a la muerte.

A la plenitud eleva la carne que devora / en el orgasmo letal de las arañas.

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