Protestas en las calles venezolanas
Hemos empezado a vivir una nueva era que irrumpe y destroza los paradigmas del pasado que le impedían al régimen ver la realidad, tal cual es.

La Venezuela de hoy —después de conocer la actitud antidemocrática, criminal, perversa y delincuencial  del régimen al desconocer el derecho de los ciudadanos a exigir que se respete y se cumpla con lo establecido por la Constitución y las leyes vigentes— es cualitativita y cuantitativamente diferente. En efecto, la hegemonía numérica que el régimen usufructuó durante tanto tiempo llegó a su fin; ahora su ventaja se reduce a unos cuestionables y manipulados miles de votos. Igualmente; la hegemonía política que les permitió —al que se fue y al impresentable heredero— manejar al país como feudos personales, se ha esfumado. No puede ser de otra forma. Han sido y son demasiados los errores, omisiones y negligencia del gobierno que han llevado al país al borde milimétrico del colapso total. Las grandes falencias de Maduro, sus profundas limitaciones, su falta de conexión con los ciudadanos, erosionó el inasible legado recibido, lo que le ha ocasionado también, desde el interior del régimen, rechazos a su liderazgo. Ahora el equivocadamente ungido debería reconocer, mirar y tomar en cuenta la opinión, casi unánime del país que no comulga con los fundamentos del ideario comunista de sociedad que están implícitamente planteados en las bases comiciales y en la convocatoria para una Asamblea Nacional Constituyente. Las circunstancias presentes por las que atraviesa el país le imponen al Presidente, sin demoras y de manera terminante, revisar y replantear la filosofía y la operatividad de su gobierno y establecer sinceros y veraces mecanismos de diálogo con el cada vez más grande mundo opositor. De no hacerlo la inviabilidad y la falta de legitimidad de origen y desempeño de su mandato y la descabellada intentona Constituyente con certeza profundizarán la parálisis y el caos en que se encuentra el país y abrirán el  indeseado cauce para una eventual búsqueda de soluciones no democráticas.

Hemos empezado a vivir una nueva era que irrumpe y destroza los paradigmas del pasado que le impedían al régimen ver la realidad, tal cual es. Sólo una transición de su pensamiento hacia una nueva forma de ver el desarrollo democrático —humano y sustentable— y ser capaz de administrar y resolver los conflictos de manera institucional y sin violencia, es la única forma en que podría resolver situaciones de confrontación y garantizar la paz en el mediano y largo plazo. Cuando hay voluntad política, incluso los obstáculos que parecen insalvables pueden tener una solución aceptable. El diálogo y la subsecuente negociación no es un asunto que se pueda postergar para etapas venideras: debe ser  el centro y esencia del proceso de reconstruir el país y la convivencia entre los venezolanos. Esa es, a mi juicio, la gran tarea que tiene por delante el liderazgo del país. Es la responsabilidad del gobierno y de la oposición que debe ser abordada de inmediato en un clima político en donde es claro que hay gran confrontación y la nefasta posibilidad que millones de ciudadanos seamos perdedores si la intolerancia, la falta de visión y el odio fratricida sean los inspiradores de la conducta de los líderes del debate nacional.

El país en que vivimos, sumergido, como está en la violencia, miseria, involución, desencanto, desesperanza y sin perspectivas para el futuro; que se desintegra a ojos vista y se acelera su alejamiento de sí mismo para convertirse en otro peor, está muy lejos de haber alcanzado las metas que los embusteros del régimen pregonan y tratan de vendernos a través de la saturación de los medios de comunicación con fariseícas promociones de unas realizaciones inexistentes y de largas y tediosas peroratas presidenciales en las cuales las vetustas consignas que se esgrimen suenan cada día más jactanciosas, huecas y vacías.

La descarada actitud del régimen manipulando al CNE, al TSJ y a otras instituciones de la República, realizando las mas groseras maquinaciones y aplicando la más cruenta y perversa represión para tratar de contener y neutralizar la inmensa avalancha de descontento y rechazo que existe en su contra, no refleja otra cosa que no sea el desaforado terror y desesperación que le embarga por los resultados adversos que se perfila obtendría en cualquier evento político o electoral. Es el miedo que le atenaza cuando constata diariamente que las fuerzas desatadas de la sociedad venezolana han determinado sindicarlo como el causante de los terribles males que la aquejan y las llevan a aspirar y buscar un profundo cambio tanto, en la forma de conducir, como de los conductores actuales del gobierno del país. Los venezolanos hemos aprendido —y esperamos que para siempre— que la manipulación perversa de las masas y la exaltación de sus peores instintos que el régimen ha utilizado por más de tres lustros sólo conduce a crear una inmensa bola de odios, rencores, abusos y descalificaciones, sin un resultado positivo tangible para los ciudadanos. Particularmente para los jóvenes que no creen en nada porque no encuentran nada en que creer, porque la visión de un mundo mejor pretendido por el régimen para ellos ya ni siquiera es un cuento, sino una colosal mentira.

Hasta cuándo vamos a aceptar pasivamente que por las calles de Venezuela deambulen personas sin expectativas, llenas de indignación por la carestía de lo más esencial para la vida cotidiana y por lo que les ha sido negado por el despilfarro y la concupiscencia del régimen, a pesar de las tantas promesas y discursos. Son hombres y mujeres hijos del descalabro causado por este régimen y cansados de recibir la pobreza repartida a conciencia por el gobierno.

Hasta cuándo permitiremos que el régimen nos imponga la sumisión como la esperanza de sobrevivir en el caos en que ha convertido a la República. La política de combinar el poder omnímodo y totalitario del Estado con  una demagógica ideología repleta de mentiras y promesas incumplidas, para engañar la voluntad  de millones de personas y para potenciar la subyugación y avasallasamiento de la libertad.

Estamos cansados que nos atemoricen colectivamente —»lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas»ÃƒÂ¢Ã¢â€šÂ¬Ã¢â‚¬Â para controlarnos y obligarnos a asumir una pasividad lacerante para tratar de evitar que nos califiquen como enemigos internos a los que hay que reprimir, matar, torturar, encarcelar, despojar de sus propiedades y fueros ciudadanos y así convertirnos en parias ante la historia.

Con el devenir de los años, se han alterado de una manera irreversible dos percepciones: la que el país tiene del régimen y la que el régimen tiene del país. Ese proceso, traumático y doloroso, ha hecho que el ciudadano común se haya percatado que las privaciones, carencias y prohibiciones que ha sufrido estoicamente en aras de un prometido futuro mejor, se ha perdido irremisiblemente y que el régimen es el resultado de la mayor suma de incompetencia, despotismo, brutalidad y mitología patriotera, de la intransigencia, del fanatismo repleto de odio pero, por sobre todo, concebido para hacer buenos negocios aprovechando su pasantía por el poder. Sin  embargo, el gobierno que debería proveer alternativas sensatas para superar las dificultades pierde miserablemente el tiempo. El oficialismo tiene un objetivo claro: mantenerse en el poder a cualquier costo.

La oposición, en cambio, trata de aumentar su influencia en el ánimo de quiénes padecen las consecuencias de las erradas políticas gubernamentales para sumarlos a la gran tarea de poner término a este nefasto gobierno. En tal sentido, procura desarrollar mecanismos de articulación, con la población, más allá de lo electoral, y definir programas de largo alcance. Advierten la urgencia y que esta urgencia necesita de un cuerpo opositor múltiple en sus orígenes, pero unicolor en su objetivo de salvar la República y la democracia. En la Asamblea Nacional la oposición ha tratado de elaborar y votar leyes en el ámbito legislativo, pero la conflagración judicial e institucional que se le aplica para hacer insignificante e inoperante, ante el país, cualquiera de sus iniciativas, lo ha impedido y/o obstaculizado. La oposición organizada no es escuchada por el régimen.

Es evidente que el relato oficial tiene potencia, pero carece de responsabilidad y límites éticos. No le interesa cómo van las cosas en la realidad concreta; todo vale, las contradicciones, también las mentiras, para imponer un falso y falaz discurso. El envilecimiento del régimen se derrama como una lluvia de pus sobre el país. Desde arriba se esparce el ejemplo de cómo se puede usar el poder para impunemente matar, encarcelar, torturar, vilipendiar y enriquecerse ilícitamente. La sucesión de inequidades con que el régimen muele las espaldas de la justicia y del derecho ciudadano y la inconmensurable ineficiencia de la acción gubernamental que ha destruido al país, han logrado estremecer a la ciudadanía, le han enseñado a desarrollar su poder de lucha por lo que siente justo y la han impulsado a actuar con decisión y sin miedos ante los reiterados abusos de los que es objeto.

Vuelvo a insistir. Este pueblo sufre un autoritarismo muy largo. Un autoritarismo con más arbitrariedades y persistencia inflacionaria que ninguno en nuestra historia. Somos un pueblo que sabe cómo se han despilfarrado y robado sus recursos y su futuro. Por eso los que nos oponemos al régimen debemos asumir que salvar la República y la democracia es la tarea primordial por sobre todas las cosas. Los matices ideológicos y las legítimas aspiraciones personales deben quedar para más adelante.

 

 

 

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