Casi un paÃs. Elizabeth Schôn.1972
Por tres décadas, ante La Fractura, El discurso del subsuelo y el RÃo de Sangre venezolanos que culminan en esta ruina llamada patria segura, emerge un testigo integral, Antonio López Ortega (n. 1957, Punta Cardón, Falcón), con La vasta brevedad de su obra narrativa, ensayÃstica, compiladora, editora y de promoción cultural, que ahora entrega desde La sombra inmóvil (Seix Barral, 2013) texto repartido en cuento, crónica, relato, fotografÃa, todos de intima reflexión poética por entre una sólida y solvente prosa.
Arturo Uslar Pietri suplicó “sembrar el petróleoâ€, Juan Pablo Pérez Alfonzo advirtió sobre los daños del que llamó “estiércol del diablo†por vendido sin cultivo interior y la literatura local describe en variados modos, la centenaria biografÃa del papas menecrático, desde su primitiva barbarie rural hacia la modernidad urbana por entre caudillaje, dictaduras, breve democracia constitucional y ahora en su cruel regresión militarista. Menelandia por más de un siglo.
Desde el 2000 la producción literaria venezolana se afinca en un género mixto de narración crÃtica que registra este progresivo y brutal cambio del quebrado paÃs. Quien emigró lo realiza desde allá en superficie de lugar, hábitos y lenguaje contrastados con los originarios de cada autor. Quien permanece pero se desplaza ida y vuelta, dentro y fuera, busca la causa en fuentes de costumbre, documento, fauna, flora, cantos, objetos, casas, calles, imágenes, un enorme inventario que cubre hasta el mÃnimo detalle. Ambos grupos del allaquÃ, en diversa manera, se apartan con dolor nostálgico y pueden tomar la distancia necesaria para su soledad creativa. En esta segunda lÃnea de borde, Antonio López Ortega, Alopezo, insiste en preguntar sobre su ayer infantil entre espinosas torres de mene, su posterior itinerario de viajero mentalmente fijo en su lar, el hoy desierto ensangrentado que rescata con una simbólica franja vegetal y un será que vislumbra como suelo renacido, vergel de herencia irrenunciable.
Generoso anfitrión en espacios públicos, ejecutivos y domésticos, más allá de las tramas muy bien contadas, en este libro reciente nos lleva de la mano para mostrar su catálogo sentimental de la Venezuela todavÃa posible, rica en botánica de toda fibra: rosaleda, follaje, huerto, labrados o silvestres siempre abiertos al aroma intenso de una tierra frondosa, cuidada por gente buena que supo recibir a propios y ajenos, nación que fue refugio seguro para fugitivos del fascismo de todos los colores, albergue de verdor para los parias del mundo. Y donde ahora, cada vÃctima de balas rojas necesita su árbol de identidad para renacer y poblar un enorme bosque de rescate memorial.
Ni moda criollista de folclore patriotero, experimento a lo boom latinoamericano, realismo tradicional o ciencia ficción. Menos aún, cursi proclama populista bajo un samán de Güere, cobijo de  fusiles para una guerra entre paisanos. Es la celebración de un retrato fijo donde a lo lejos se desdibujan las torres del campo petrolero y de cerca, un niño desnudo se apoya en una acacia, planta de firme raÃz que renueva su ramaje sin cesar. Está listo para abrir surcos de cosecha. Será, sin uniforme castrense, agricultor, obrero, maestro, artista, o jardinero, flor contra ceniza, fruto contra cementerio, lógica contra dogma.
En el estilo muy personal de Alopezo, sin alarde ni desplante, fiel a vivencias en  tema, tono y propósito. Tal como lo exige el actual drama venezolano: contra gendarmes, comisarios y verdugos una autenticidad sin fisuras hacia todo un hogar nacional libre y resucitado. PaÃs pleno.
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