«And now the end is near» cantaba Frank Sinatra, por allá en 1969, cuando se jactaba de haber vivido a su manera. «Y ahora el final está cerca» comenzaba la letra que el canadiense Paul Anka había puesto a una bella canción francesa de Claude François. En la versión anglófona, My way habla de un hombre próximo a la muerte que recorre su vida mientras un amigo lo escucha muy atento. «Oh no, oh no not me, I did it my way», concluye la canción. Un hombre fuerte, decidido, de trayectoria, sabe que le espera lo inevitable, pero siente orgullo de haberlo hecho a su manera.  Se convirtió en el himno de Sinatra, aunque el legendario cantante y actor tardó 29 años en despedirse de este mundo, en el ya lejano mayo de 1998. En estos últimos días he tarareado A mi manera de forma involuntaria, mientras pienso en esta tragedia nacional que vivimos. Un hombre que convirtió el micrófono en su herramienta de gobierno, que cada domingo atraía la atención de todos hablando de sus caprichos y amenazas, sus devaneos y canciones. Que despidió a los gerentes de PDVSA en abril de 2002 con un micrófono y un pito. Hoy se enfrenta a la enfermedad. Divisa un final. Sabe que el mal que lo aqueja es asunto de Estado, que su destino vital afecta el curso de todo un país y que sin su liderazgo no hay continuidad en su proyecto político. Tiene un secreto que muchos comentan pero nadie confirma. Se comporta de forma obsesiva. Asegura que está sano. Se planta ante un micrófono e insulta durante nueve horas. Trasgrede cualquier noción de prudencia. Luego tiene que irse a Cuba para ser operado nuevamente del mismo mal en el mismo sitio. Habla con tono de epopeya pero siente la desesperación de la derrota, de varias derrotas, unas más personales que otras. Así son los caudillos. Autoritarios, sordos a otras voces, caprichosos en sus creencias, presos de sus miedos. Todo lo hacen a su manera. Pero llegará el momento de la soledad del micrófono silente. «And now…»

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