Ojalá este silencio nos permita separar los derechos sociales del discurso político.

“Tener miedo al silencio es el temor de escucharnos a nosotros mismos”, esa fue la respuesta que me dio mi hermano cuando le comenté lo que me desespera una amiga que nunca se calla, habla sobre los demás y en conclusión no escucha nunca lo que uno dice, porque como es obvio si no callas no puedes oír.

Creo que llegó el momento en que después muchos años sin escucharnos, en los que hemos pasado por una suerte de guerras, de epidemias, de conflictos raciales, de la bomba atómica, de atentados atroces, de hombres que se asientan en el poder buscando una fuerza que no tienen, le toca el turno al silencio y su llamado se produce mostrándonos que a pesar de todos los avances científicos y tecnológicos que nos permite la inteligencia del ser humano,  basta con un solo acontecimiento, en este caso un virus, para que todo quede suspendido mostrando nuestra fragilidad.

Vivimos contra reloj, moviéndonos por impulsos, en muchos casos reactivos y emocionales, nos detenemos a la hora de dormir y estamos tan cansados que no somos capaces de experimentar un instante de introspección que nos permita buscarle respuestas certeras a lo que nos pasa. La ruptura con ese tan necesario proceso interno de indagar en nuestras emociones es lo que nos coloca en situaciones extremas en las que habitualmente no encontramos soluciones.  El ejemplo de mi amiga me sirve también para aplicarlo a nuestra sociedad, repetimos, no analizamos, olvidamos la humildad para imponer nuestras opiniones, no escuchamos a nuestro “liderazgo”, porque ese liderazgo tampoco nos escucha.

No puede ser casual que la vía de contención que se ha encontrado en todo el mundo sea la del aislamiento, ha disminuido en todo el planeta la contaminación sonora, han bajado el tono todos los políticos que vociferaban sus ideas y consignas. El cielo despejado nos habla del cierre de millones de industrias. Los peces regresando a los canales de Venecia anuncia la descontaminación de las aguas.

A todo esto le podemos sumar como un aspecto clave la introspección. Ella nos brinda también la oportunidad de que ese silencio en el que estamos sumidos nos conduzca a valorar nuestros aciertos y reconocer las equivocaciones como sociedad.  Ese reconocimiento debería traer consigo la enmienda de tantos errores cometidos en los últimos años para salir fortalecidos. El respeto es clave en un mundo donde se deben tener derechos y deberes. Donde las acciones deben ser en consonancia con los discursos.  Donde en definitiva el ejercicio ciudadano nos debe llevar a ser exigentes con los que hemos elegido para la administración de nuestros bienes, ya se trate de bienes naturales o los que surgen del pago de nuestros impuestos.

Ojalá este silencio nos permita separar los derechos sociales del discurso político. Ese es el camino más sano para avanzar hacia una mejor calidad de vida, hacia una sociedad en la que hablemos cada vez que nos corresponda y hagamos silencio para escuchar al otro cada vez que sea necesario.

No creo que una situación como esta que nos ha tocado vivir y que seguramente superará con creces cualquier experiencia social de las generaciones más recientes, arrope al mundo con la fuerza con que lo hace, para que una vez que acabe, pasemos la página con la indiferencia de siempre. Vamos a contribuir a que cuando se rompa el silencio nuestras voces sean más diáfanas, más comprometidas, más relacionadas a la acción, la estrategia, la verdad, el respeto y la solidaridad. ¿O creen ustedes que esta sordina es un evento más?

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