Dancers perform during the "Ballet of the Spider-Seller to Liberator" at Teresa Carreno theater in Caracas
‘Hugo Chávez: de arañero a libertador’ cuenta la historia del autócrata electoral a través de coreografías clásicas y contemporáneas del joven que quería ser jugador de baseball para convertirse en ¿un gran líder?

La relación entre el poder y el arte es asunto que fascina desde épocas antiguas y se volvió común desde que las tiranías utilizaron la cultura con fines propagandísticos. Durante la etapa del terror de la Revolución Francesa muchos fanáticos jacobinos exigieron que la Ópera de París fuese cerrada por “simbolizar la decadencia del antiguo régimen”. Sin embargo, gracias a un bailarín de ballet, coreógrafo y director de ópera, Pierre-Gabriel Gardel, los seguidores del tirano Robespierre toleraron el montaje de obras tradicionales destinadas a la “rancia aristocracia” a cambio de que los actores, ahora empleados de la república, participaran en actividades propagandísticas revolucionarias.

Pierre-Gabriel Gardel.

El astuto Gardel sorteó al extremismo que condujo a miles de revolucionarios a la guillotina y se mantuvo como el gran promotor de la danza hasta el derrocamiento de Napoleón Bonaparte. En cambio Lenin comprendió que el ballet ruso, famoso en el mundo,  debía ser patrocinado por los revolucionarios rusos que llegaron al poder en 1917 obviando que las grandes obras seguirían siendo aquellas producidas por artistas y directores nombrados por los zares como en el caso de Tchaikovski, quien compuso la música de El Cascanueces en 1891.

Los revolucionarios soviéticos proclamaron que “el arte es para el pueblo” y líderes cultos como Lenin o  ignorantes (pero astutos) como Stalin asistían a las funciones del Teatro Bolshoi conscientes de la importancia de usar las artes, y en especial el ballet, con fines propagandísticos.

Teatro Bolshoi en los tiempos de Stalin.

También Fidel Castro financió al Ballet Nacional de Cuba para presentar obras de ballet de alto contenido ideológico y a partir de 1975 el dictador y la gran bailarina y directora de esta institución, Alicia Alonso se aprovecharon, mutuamente —él para internacionalizar “los grandes logros artísticos de la revolución” y ella para convertirse en el símbolo del ballet cubano— tal como lo relata la exilada crítica cubana de danza, Isis Wirth, en su libro La bailarina y el comandante. La historia secreta del ballet de Cuba.

Todo lo anterior es superado, en versión surrealista. por la recién estrenada obra de ballet Hugo Chávez: de arañero a libertador, que cuenta la historia del autócrata electoral a través de coreografías clásicas y contemporáneas del joven que quería ser jugador de baseball para convertirse en ¿un gran líder? La Compañía Nacional de Danza Venezolana, con 40 artistas en escena, presenta lo que vendría a ser, el Cascanueces del fascismo tropical.

*Publicado originalmente en https://arielsegal.wordpress.com/

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