La relación entre el poder y el arte es asunto que fascina desde épocas antiguas y se volvió común desde que las tiranÃas utilizaron la cultura con fines propagandÃsticos. Durante la etapa del terror de la Revolución Francesa muchos fanáticos jacobinos exigieron que la Ópera de ParÃs fuese cerrada por “simbolizar la decadencia del antiguo régimenâ€. Sin embargo, gracias a un bailarÃn de ballet, coreógrafo y director de ópera, Pierre-Gabriel Gardel, los seguidores del tirano Robespierre toleraron el montaje de obras tradicionales destinadas a la “rancia aristocracia†a cambio de que los actores, ahora empleados de la república, participaran en actividades propagandÃsticas revolucionarias.
El astuto Gardel sorteó al extremismo que condujo a miles de revolucionarios a la guillotina y se mantuvo como el gran promotor de la danza hasta el derrocamiento de Napoleón Bonaparte. En cambio Lenin comprendió que el ballet ruso, famoso en el mundo, debÃa ser patrocinado por los revolucionarios rusos que llegaron al poder en 1917 obviando que las grandes obras seguirÃan siendo aquellas producidas por artistas y directores nombrados por los zares como en el caso de Tchaikovski, quien compuso la música de El Cascanueces en 1891.
Los revolucionarios soviéticos proclamaron que “el arte es para el pueblo†y lÃderes cultos como Lenin o ignorantes (pero astutos) como Stalin asistÃan a las funciones del Teatro Bolshoi conscientes de la importancia de usar las artes, y en especial el ballet, con fines propagandÃsticos.
Todo lo anterior es superado, en versión surrealista. por la recién estrenada obra de ballet Hugo Chávez: de arañero a libertador, que cuenta la historia del autócrata electoral a través de coreografÃas clásicas y contemporáneas del joven que querÃa ser jugador de baseball para convertirse en ¿un gran lÃder? La CompañÃa Nacional de Danza Venezolana, con 40 artistas en escena, presenta lo que vendrÃa a ser, el Cascanueces del fascismo tropical.
*Publicado originalmente en https://arielsegal.wordpress.com/