al-ramos-3Especial para Ideas de Babel.

—Always era el tema de entrada y salida en cada set —aclaró moviendo los dedos como si tecleara en el aire. Bebió de un trago la mitad de su cerveza y sonrió.

Fue una época de intensa bohemia, de transacciones turbias y rupturas. Su debut: la compra de un bar embargado, en el cual perdió el poco dinero que llevaba. Luego dio con su viejo amigo Tino Rodríguez —quien ya era un veterano del clarinete y del saxofón— y éste lo recomendó con Gregorio Garrido. Así volvió a comenzar con la cuarta trompeta. Cierto mediodía, al despertar, no vio a Diana. Alejandro venía de una semana dura: bailes en los salones del Club de Comercio,  en la Casa de Los Andes y otros tigres sueltos que le tenían el horario invertido. Lo tomó con calma. No la culpó ni la buscó. Recordó sus propias deserciones y camino a la noche se limitó a silbar un trozo del viejo bolero que la brisa del lago tradujo con fidelidad:

Vuelve ahí cabaretera / vuelve a ser lo que antes eras / en aquel pobre rincón

ahí quemaron tus alas / mariposa equivocada / las luces de Nueva York.

Cuando las cosas comenzaban a mejorar los cinco saxos de Garrido y sus solistas abandonaron la nave para formar el Super Combo Los Tropicales. Alexander, entonces, se fue a recorrer los cabarets en compañía de dos amigos: Orteguita en el piano y Carlos Valenzuela, el popular Calavén, en la voz.

La noche porteña se desgarró en relámpagos, en fogonazos.

Reapareció por una orilla de La Guaira cuando la gráfica de Héctor Rondón circulaba en primera plana: esa imagen emblemática del cura de Puerto Cabello protegiendo al soldado herido a espaldas de la carnicería La Alcantarilla, narraba momentos duros. El retrato del presidente Betancourt se tambaleó; pero no se cayó. Ni Alejandro tampoco: Úrsula había comenzado a comprenderlo y aún faltaban dos hijos para completar la carga familiar.

al-ramos-carnaval-de-1965El Rey del Merecumbé entra y sale de Los Peniques, graba Bésame negro con Canelita Medina y La Reina de las Pistas Bailables —la banda de Pedro Jota— y busca a Alejo para formar la Orquesta del Caribe, en momentos en que éste, frisando los 30 años, se reinventaba: a la vez de convocar a los muchachos de su combo, en la esquina de Cipreses incursiona como intermediario entre los artistas y los ejecutivos del espectáculo. Ingresa a Víctor Piñero y sus Caribes —como también se le conoció a la orquesta durante su corta existencia— y a la vez acompaña con su combo a Estelita del Llano en los carnavales del puerto de La Guaira.

La oficina era un punto de contacto y la antesala de Radiodifusora Venezuela. Por allí desfilaban los mejores talentos, bajaban desde la tertulia de La Matica, en Padre Sierra, con sus instrumentos impecables y sus sacos cruzados, cortados por Félix Morreo o Vicente Pasillo, exhibiéndose por las torres de El Silencio y entre la feligresía de Santa Teresa —a ver qué les reparaba el señor en materia de amantes de la música— hasta parar en lo de Alejo —a ver qué les ofrecía el negro en materia de telones— y seguir entre las buenas y las malas hasta la emisora.

La oficina de Cipreses, frente al Teatro Nacional, fue la guarida de cinco trompetistas bajo la aparente paz del gobierno de Raúl Leoni, allí cuadraban la agenda de tigres y contratos Lewis Vargas, el Gallo Velásquez, el Negro Plaza y Rafael Romero, mejor conocido como ‘Romerote’. El lugar era un termómetro del ritmo y ya se empezaba a notar que la música ‘pimientosa’ evolucionaba hacia una nueva tendencia, mezcla de son y guaracha, como decía Phidias Danilo Escalona, un locutor amigo de la casa que venía de trabajar en Radio Rumbos.

—Fidias y yo teníamos un almuerzo muy especial en unos chinos al lado de la Radiodifusora: eran unas papas rellenas que costaban real y medio. Y uno decía “pásame la salsa ahí, para echarle a las papas”. Un día Fidias, en medio de su vaivén, me dice: “Vamos que llegó la hora de la salsa”; o sea, la hora de comer. Y a mí me pareció del carajo y le dije que ese nombre le cuadraba a su programa. Entonces él, para que lo aceptaran, disfrazó la cosa: viendo el reloj decía: “Las hermanitas negras del reloj anuncian que ha llegado la hora de la salsa”. Y así se quedó. Reveló Alejandro en tono festivo. Brindamos por el menudo secreto y por la alegría del mundo alrededor: los bañistas que aparcaban los carros y seguían su destino de arena bajo la danza borracha de las palmeras y también brindamos a la salud del hábil mesonero por haberse acoplado a nuestro ritmo.

Y dicen los muchachos de Cheo Navarro en el coro de Bailatino:

Ahí viene Danilo / con su tremendo bigotón

recordando el principal emblema del locutor que después pasó a Radio Aeropuerto: el mostacho a lo Bienvenido Granda. El otro emblema era la camisa: “Epa, guayabera”, le decía Dimas Pedroza —la voz de ‘Cocolía’— y Phidias Danilo le contestaba: “Ese piecita”,  en alusión al grito de guerra del cantante.

al-ramos-carnaval-de-1971En el ínterin aparece nuestro protagonista tocado de pajilla y pajarita en cuello como lechuguino de otrora, llamando a la puerta de don Jacobo Espinoza quien con  amplio gesto le abre, al mismo tiempo, un lugar en Los Antaños del Stadium y, lejos de imaginarlo, otro en el corazón de su hija Nicol. Alejandro alternará entonces la pimienta del combo y el cañón añejo del grupo en las tardes dominicales de El Refugio Alpino en El Junquito, entre otras salas no menos animadas. Y alternará también los sinsabores, los silencios y las dichas con Nicol y Úrsula, entre otras emes menos conocidas.

La salsa que anunciaba Phidias llega en 1966 cuando el Combo Caracas se disuelve. La sirve para llevar en un long play la banda que el timbalero Roberto Monserrat le vende a Federico Betancourt, un valenciano de 26 años que llegó en el momento adecuado para asistir al nacimiento del nuevo ritmo, quien en público combinaba la guataca con el voleibol y su empleo en el Banco de Venezuela y en privado compartía las atenciones entre la música y su mamá, con quien vivía en la última esquina de la avenida Baralt, en Quinta Crespo, donde comenzó el alboroto para el asombro de los vecinos del edificio López Gómez quienes padecían o disfrutaban los ensayos.

En la sala del apartamento armaban las piezas que el viejo Eduvigis Carrillo, extrompeta de la Billo’s, copiaba directamente de los álbumes de Eddy Palmieri o de Mon Rivera, entre otros: Enrique Iriarte subía de Maiquetía, Dimas Pedroza bajaba de la Quebrada de Caraballo en una motico con la que chambeaba de mensajero en el diario La Verdad, César Monge con sus patillas a medio carrillo y su trombón de vara llegaba de Catia y Carlitos Rodríguez Villasana —mejor conocido como Carlín, gracias a Phidias— caía desde San Agustín con su saco rojo y su estilacho.

Esa parte del personal de Federico y su combo latino venía creciendo desde comienzos de la década: el flaco Iriarte había sido bautizado como Culebra por Johnny Pérez y fue el último pianista de la Sonora Caracas, Dimas había pagado el servicio militar cantando boleros en los casinos y ahora mataba el tiempo con su vecino Carlos Quintana (el ‘Tabaco’ del Sexteto Juventud), Monge —el futuro Albóndiga— se había fogueado en la banda marcial en la escuela militar de Maracay, Carlín ya había cantado en la sonora de Próspero Díaz y, junto a  Roberto Monserrat, acababa de renunciar a Los Caciques, la orquesta del  trompetista Leonardo Pedroza,  con la idea de formar un grupo más moderno.

Los doce temas del primer disco pegaron duro; pero nada como Cocolía, un número popularizado en Borinquen por Efraín Rivera Castillo —alias Mon Rivera— y la orquesta de Joe Cotto, donde la efervescencia de los bailadores requiere la intervención de la policía, la cual pone fin a un ‘twist pachanga’. La pieza, aclimatada a nuestro patio por la voz de Dimas Pedroza y el coro de Carlín y Federico, fue todo un éxito:

Pobre Cocolía / se lo llevó la policía / caballero

Entonces Alejo, en pleno rucaneo entre Úrsula y Nicol con aires de vals y tango-merengue, no conforme con soplar en la retreta, decide volver a la pelea: no esperó que el legendario Guajiro González —excantante y empresario— se lo pidiera por segunda vez y en el acto armó un ventetú que se convertiría en la banda que el Guajiro necesitaba para acompañar a una artista excéntrica y exigente que  traería para los carnavales de 1968: Al Ramos y su orquesta nació para acompañar a La Lupe en Plaza Venezuela.

El trompetista volvía a entrar por la puerta grande del espectáculo. El servicio le auguraba al grupo un éxito sin precedentes y, a la vez, le imponía el difícil reto de colocarse al nivel de la orquesta de Tito Puente, con la cual La Lupe había debutado en ese mismo escenario el año anterior, para celebrar los cuatrocientos años de Caracas. De aquella tarima ya había volado una buena cantidad de zapatos; es decir, la mujer tenía un público cautivo y éste —después de verla abrirse las venas y reír, llorar e intentar desnudarse— volvería a pedir a gritos los tacones que ella terminaría por arrojarle y, una vez pasada la locura colectiva,  tendría la última palabra para juzgar la calidad de sus peticiones en un repertorio, por fortuna no muy amplio, que abría con Bomba Na’Má y cerraba con Mensaje a Juan Vicente, después de pasar por Todo, Menéalo, Adiós y Jala jala, entre otras piezas menos solicitadas.

Tres noches duró la fantasía. Tres noches tocaron los muchachos detrás de la diva, envueltos en sus maravillosos aromas. Alejandro brilló y cada ejecutante dio lo mejor de sí; pero a la medianoche del martes la mujer se evaporó y solo les dejó al pie de la tarima unos cuantos retratos firmados y la desolación más absoluta.

El despecho les duró hasta la octavita, cuando una llamada de la gerencia de Discomoda les hizo reconocer el triunfo al presentarles la oportunidad de grabar un acetato de larga duración. Entonces Alejo planificó todo desde Cipreses: concepto del disco, ejecución artística y estrategia de mercado. Quería una producción impecable que le transmitiera al bailador la fuerza de la salsa y, como es natural, quería vender el producto, hacerlo llegar a todo el mundo. De modo que le encargó a Carlos Guerra la letra de un guaguancó especial para montarse en la ola de la campaña electoral del momento —aquella que llevaría al doctor Caldera a la Presidencia de la República— e intentar ganarse al bailador con su candidato: un muchacho moreno llamado Ely Méndez, ataviado con frac, sombrero de copa, pajarita y guantes blancos, cuya voz y figura abren el álbum.

El candidato fue el primer disco de los dos que grabó Al Ramos y su orquesta.  Alejandro aumentó la dotación: cuatro saxofones, tres trompetas, dos trombones, piano, bajo, batería, tumbadora y bongó, más tres cantantes de planta y tres invitados, para interpretar los doce temas que lo integran Con salsa y sabor, como dice Ralf Flores en la charanga homónima:

Lo que está de moda / produce calor

mozambique y plena / con salsa y sabor

Interviene el coro:

Con chicas yeyé  / y pavos gogó

Y Flores inspira:

Morena baila la rumba buena / y también mi guaguancó

Con chicas yeyé / y pavos gogó…

Era el nacimiento de la postmodernidad y aquí nadie tenía porqué saberlo: ni la juventud de perfil iracundo y contracultural reclutada por la guerrilla ni los intelectuales de izquierda que se fueron acogiendo al programa oficial de la pacificación a cambio de buenas colocaciones en el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes ni los intelectuales de derecha que los contrataban ni, mucho menos, la masa yeyé-gogó invocada en el coro, con chicas-batidoras dibujando el twist con sus cuerpos y pavos brincando las olas transculturadas del surf en su tránsito a la psicodelia que en breve entraría por las puertas del norte.

¿Acaso lo sabrían Johnny Pacheco y Jerry Masucci al fundar por esos días el sello Fania Records en Nueva York? En modo alguno; pero algo estaba pasando en esa mezcla de mozambique y plena con la cual la morena baila la rumba buena y se va desplazando desde los bordes al centro:

Con chicas yeyé  / y pavos gogó

La trompa periférica de Alejandro ilumina en el pompo Ahora no pare y en la charanga El que llegó y pegó, entre las voces de Willy Muñoz y Benilde González, de Ralf y Ely. Y también de Ángel Jiménez, El Turubao que experimenta una Turuchanga cuatricentenaria en honor a la ciudad.

La sonrisa de Alejo sube con la espuma de la cerveza que una vez más el mesonero ha repuesto, sopla y me contagia la risa que le provoca ese pasado en blanco y negro con raya en el medio de la cabeza y algún detalle estrafalario.

al-ramos-4Los jóvenes solían llevar gafas de concha tipo antifaz o, lo que es lo mismo, lentes con montura de pasta negra —o de carey— y cristal claro semejantes a mascaritas de choros, bufandas, camisas estampadas con bacterias y pantalones ajustados en la cintura y acampanados en la bota. Así se presentaban en Ritmo y Juventud —el programa que animaba Franklin Vallenilla en Venevisión— los muchachos de Federico, Olinto Medina con el Sexteto Juventud o Ray Pérez con Los Dementes. Ante ellos Alejandro podría parecer chapado a la antigua por las horas de vuelo que le sumaban trece años en el oficio. Aún no venía de vuelta, solo había pasado de los estudios de radio y televisión a los clubes privados y de estos a los templetes callejeros; no obstante, en el trayecto había presenciado ciertos cambios como los del pícaro conductor del antiguo Show de las Doce —recién elegido Personero de la Ciudad de Caracas— quien pasa a ser el amable Tío Saume de la audiencia infantil  o, también, asistir al nacimiento de un fenómeno: el showman Renny Ottolina, al tiempo que los trajes cruzados que tantas amantes de la música le procuraron, se vencían en los armarios.

Ahora las mujeres preferían a los hombres semi-ocultos en los antifaces de cristal, con guayas de oro en el pecho, bajo una indumentaria menos formal. En resumen: el calor de la moda imponía un estilo casual y así debió asumirlo para ilustrar la carátula de Bloque uno, el segundo disco de su banda, donde aparece junto a los cantantes Tony El Niche y Enrique Rivas. La locación presenta un edificio residencial —un superbloque del Banco Obrero— como los que entonces se inauguraban en Caricuao, Coche o Lomas de Urdaneta. Por detrás, el personal en torno a la cónsola de sonido: Edmundo La Rosa (saxo alto), Antonio Castillo (saxo tenor), José Martínez (saxo barítono), trompetas: Alejandro, Eduardo Arabú, Alberto Lewis; Alfredo Sojo ‘La perrita’ (piano), Samuel Youngo (trombón), Jaime Sarrín (bajo), Jesús Pedroza (batería), Pedrito García ‘Guapachá’ (tumbadora), Rafael Flores (bongó y coros).

Y para la distinguida clientela diez numeritos en formato de 33 revoluciones por minuto de los que sobresalen, por el lado A: Riquitín ban ban y El día que me quieras, y por el lado B: Bloque uno, Caminito y Parranda puertorriqueña. Con estas piezas Al Ramos y su orquesta armó unos cuantos telones para entretener al público de Eddy Palmieri, Pupi Lagarreta, Ismael Quintana o, incluso, de Dámaso Pérez Prado, en las tarimas del Puerto de La Guaira o en Plaza Venezuela, donde también tuvo la oportunidad de acompañar con sobrado talento a algunos astros de la Sonora Matancera como Celio González, Leo Marini y la mismísima Celia Cruz.

De pronto en esas tardes amarillas de Caracas, Radio Tiempo sorprendía con ‘Los dos ligaditos’: Riquitín ban ban  de Al y Jaleo de Ñico Saquito, en versión de Federico, para beneplácito del taxista —que bien pudo ser Oscar Emilio León en su prehistoria— que percutía en el volante esperando el cambio de luz en la Nueva Granada o de aquella morena  de la rumba buena o del swing caqui de los liceístas en recreo o del malandro anónimo que arrebata el transistor del lotero y se pierde cerro arriba con la melodía de “Radio Tiempo todo el tiempo”.

Después de la enésima ronda Alejandro disolvió la orquesta por razones muy distintas a las de Federico Betancourt, quien también acababa de liquidar un combo cuyos servicios ya nadie solicitaba. Un año después, el tornado de Woodstock asolaba nuestras costas y la malanga enfurecida le ponía dura la calle al bailador que debió conformarse con los acetatos de sus estrellas locales. La década miserable comenzaba con la extinción del son: Canelita Medina escondió su voz en una droguería de Caño Amarillo, Federico montó un puesto de discos en el mercado de Chacao y Culebra ingresó al Trío Universo. Solo el gallegueo de las grandes orquestas sobrevivió: Ely Méndez firmó con Billo Frómeta y Porfi Jiménez  apuntó en su nómina el nombre del timbalero Alfredo Padilla, gracias a los oficios de El Gallo Velásquez.

Alejo se abrió al Caribe encrespado de las emes:

—Me fui por el tropel de las mujeres: el dinero no me alcanzaba y ya no les podía cumplir. Eran cuatro sueldos, cuatro mujeres, y ya tenía pérdidas con la orquesta. Entonces vendí el carro, un chevrolito azul que tenía, y decidí tomarme un descanso: me fui a Curazao donde no pude quedarme, luego pasé a Aruba y nada.  Entonces seguí para Puerto Rico —dijo, por supuesto, riéndose.

A los pocos días de haber llegado a San Juan, la solidaridad sindical legalizó su estancia y lo ubicó en una vacante en la orquesta de Pablo Elvira por alguien que dejaría su juventud en Vietnam. Elvira lo puso en contacto con Willie Meléndez, quien a su vez lo recomendó con Ángel Hernández, quien hizo lo propio con Nacho Sanabria, y así fue dándose a conocer en la plaza cocola borinqueña donde trabó amistad con unos cuantos, especialmente con el trompetista Luis ‘Taty’ Maldonado y con Rafael Ithier, a la sazón fundador y director vitalicio de El Gran Combo.

Todo iba viento en popa —imagen de especial aprecio en la vida insular— hasta que una noche, en Ponce, debió suplir a un trompeta de la orquesta de Joe Quijano en el mismo escenario donde pocos minutos antes se había presentado con la banda de Johnny El Bravo. Él lo había hecho aquí una que otra vez y nada había ocurrido; pero allá era otra cosa: la sanción por ‘doblar’ fue tan severa que ni las diligencias de Taty ni la autoridad del negro Ithier lograron levantarla. El presidente del sindicato le prohibió al pianista y director que apuntara el nombre del venezolano en su nómina, cuando se produjo la migración de la orquesta de Meléndez a El Gran Combo. Así concluyó su historia en “la tierra del edén, la que al cantar el gran Gautier llamó la perla de los mares”.

Por fortuna, Alejandro siempre mantuvo los contactos con tierra firme y uno en particular lo sacó del atolladero: la oficina de Atracciones Mundiales, la firma de Alejandro González y Genaro Infante, que le facilitó seguir hasta Miami y de ahí a Nueva York, donde —mientras hacía los contactos con Celia, Pacheco y ‘El Conde’, para que volvieran a protagonizar el cartel de los carnavales caraqueños— amenizó las noches de la gran manzana en el ventetú de Monguito, ‘El único’.

Cuando regresó vio el eslogan del país en Maiquetía: llegó a la Gran Venezuela como se había ido, ya se había acostumbrado a vivir al día o a beberse la vida. La gente se había reagrupado y La Dimensión Latina estaba dando la hora. Era una tarde impecable como aquella del bulevar que veíamos pasar como una película que se rodaba a orillas del mar. Las olas de cerveza continuaron arrastrando nuestras palabras y hubo un momento en que la marea nos llevó hasta el techo de vinil quemado.

En el ínterin —antes, o quizá después, de arreglarnos con el mesonero— me dijo aparentando seriedad:

—La verdad es que allá corría peligro. Me tuve que fugar, por ahí andaba El Niño de Trastalleres asustando a la gente como lo hizo con mi pana Joe al cantar:

Joe Quijano ya te veo / diciendo adiós por las calles

pues según dijo John Valle / van a eliminar los feos…

Ambos reímos. Luego, exprimiendo la cerveza, añadió:

—Al llegar armé la Gran Casino y después de los bailes amanecíamos por ahí los domingos y nos íbamos al bloque 12 del 23 de Enero, nos sentábamos en el carro y empezábamos a improvisar con unos cassettes del Sexteto Borinquén que había traído en mi maleta… y les digo a Pichín, al Alacrán,  a Johnny Pérez: Vamos a hacer un conjuntico así, vale, de son. Y estuvieron de acuerdo y comenzamos a ensayar. Y cuando la gente del barrio pidió el grupo,  Pichín dijo: Vamos a llamar a Pan con queso. Yo me dije: Me jodí. Pensé que no me querían en el grupo, porque Pan con queso iba a llamar a su compadre Carlos Guerra, que era su vecino en Propatria, para que hiciera la trompeta. Y así fue. Así nació el Sonero Clásico del Caribe.

Alejandro también revivió su vieja orquesta y la alternó con la Gran Casino, era casi el mismo personal, entre otros entró  Jhonny ‘El Biri’ Padrón en la percusión y todos los músicos podían doblar a su antojo. En Altamira en La Guacharaca, en La Bodeguita del Medio de Los Manolos, en Triana Tropical en Sabana Grande y en Viejo Casino de El Rosal.

—Fueron muchas noches —dijo al abrir la puerta—, te debo esas historias pero tengo que reponer las fuerzas, vuelve más tarde. Luego se acostó en el asiento trasero, sonrió, silbó y se durmió.

 

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