The Art of Killing 2
The act of killing de Joshua Oppenheimer, sigue a dos matones indonesios que, entre 1965 y 1966, integraron un colectivo que liberó a su país de los rojos, tras la caída de Sukarno.

El Oscar al mejor documental de este año se lo llevó The act of killing (algo así como El acto de matar) de Joshua Oppenheimer. La película parte de una premisa singular. Sigue a dos matones indonesios que, entre 1965 y 1966, integraron un colectivo —anticomunista este— que liberó al país de los rojos, después del derrocamiento de Sukarno. La película los invita a reconstruir algunos de los crímenes en los que participaron, petición a la cual acceden de muy buen grado porque, como explican,»los crímenes de guerra son definidos por los que ganan… y nosotros ganamos». Habrá que verla.

Entretanto conviene atender a una tendencia del documental histórico-político. Los verdugos hablan, a veces envalentonados por su impunidad, a veces vencidos por su culpa, otras veces de puros parlanchines. En el 2003 salió otro filme sobrecogedor: S21 La máquina de matar del Khmer Rojo. En 1975, este movimiento guerrillero depuso al gobierno títere de Lon Nol y, hasta 1979, intentó implantar el socialismo con métodos cuya brutalidad devino legendaria. El director Rithy Pan visita con dos sobrevivientes, la cárcel en la cual estuvieron recluidos y los confronta con sus carceleros, que para la época eran unos niños. Es un film apasionante porque el director se esfuma y solo deja que los testimonios y los recuerdos tomen la escena, las víctimas son ya ancianos, los verdugos ahora, son adultos. Una forma elegante de decir que frente al horror, la puesta en escena está de más. Por cierto, entre otras cosas, víctimas y verdugos recrean algunos pasajes de su época de cautiverio.

El tercer ejemplo es más cercano. Mario Handler es uruguayo, vivió casi tres décadas en Venezuela y en 2008 filmó Decile a Mario que no vuelva, título que resumía el aviso que recibió, ya en el exilio, de su superior en el Movimiento de Liberación Nacional, el escritor Mauricio Rosencof. La película hilvana testimonios de víctimas, ciudadanos comunes y también verdugos sobre la dictadura uruguaya con las reflexiones del director sobre el período que no le tocó vivir. Entre ellos el coronel retirado Gilberto Vázquez es entrevistado en su prisión y cuenta cómo llegó a torturar detenidos en el marco de sus labores de inteligencia. Hay algo de siniestro en él, porque el personaje es articulado, preciso, buen conversador y simpático a la hora de narrar horrores.

Hay varios elementos comunes a las tres películas. El primero es el tiempo transcurrido, que deja paso al recuerdo y su relectura, al menos en dos casos con reconstrucción in situ de lo ocurrido. Hay un punto crucial, anterior a esto: nadie vuelve ileso de la tortura y de alguna forma, todos han sido tatuados por ella, ya sea en su monstruosa vertiente frívola y vencedora, en la reflexión compartida con la víctima o en el recuerdo socarrón y obsceno de cómo se llegó a ella.

Otro ángulo tiene que ver con el movimiento cinematográfico en sí. El documental político siempre buscó en la denuncia su eficacia, y toda denuncia es, por su propia naturaleza, un movimiento desde el exterior hacia el acusado o lo denunciado. Lo curioso es que los papeles se inviertan y sean los victimarios los que empiecen a hablar, sea por el motivo que sea (al cual no escapa, sin duda alguna, el talento del director del caso). No es necesariamente fácil hacer hablar a una víctima, pero luce en principio inconcebible que un verdugo confiese ante cámaras. Los motivos tienen poco que ver con el balance final y entran en el terreno de lo especulativo, pero la empresa luce apasionante. El resultado sin duda lo es en estos tres casos.

Una asignatura pendiente para los años que vienen, cuando este cenagal haya pasado: hacer hablar a uniformados y paramilitares para que nos cuenten. Porque, y ese es el último punto en común, las dictaduras pasan, los gobiernos civiles vuelven. Y la justicia llega. Y cobra.

Tomado de http://www.talcualdigital.com.

* Héctor Concari es uruguayo, escritor, gerente hotelero y crítico de cine de Tal Cual. Vivió muchos años en Venezuela. Autor de los libros de cuentos Yo fui chofer de Dillinger y Fuller y otros sobrevivientes y de la novela De prófugos y fantasmas. Es el gerente general del Hilton de Santo Domingo.

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