Las fuentes griegasEn una ilustración de La Divina Comedia realizada por Gustav Doré, aparece el dios Minos como juez en los infiernos. Hijo de Zeus y de Europa, en la Grecia Antigua se le conoció como Minos el Legislador. Algunos investigadores piensan que Minos significaba rey, debido en parte a la similitud con Moisés, otro rey fundador, creador de leyes. Los griegos tomaron muchas ideas de la Torah o Biblia hebrea.

Jacques Attali y Pierre-Henry Salfati son los autores de La invención de Occidente (L’invention de l’occident, 2012), un apasionante ensayo que narra el encuentro entre las fuentes judías y griegas, en un singular enraizamiento que dará nacimiento a la cultura occidental. En el trabajo se destacan las diversas coincidencias entre ambas culturas. Si para la religión judía solo hay un Dios, en la Grecia politeísta Platón inventó el Demiurgo, un dios creador del universo y de la idea del bien, un ser superior que organiza el mundo. En la religión griega, los hombres, fueron creados a imagen y semejanza de los dioses y gracias a Prometeo adquieren la dignidad, que vendría a ser una lejana concepción europea u occidental de los derechos del hombre.

Moisés y Homero
Moisés y Homero.

La invención de Occidente refiere la fascinante historia de esta convergencia que comienza con dos nomadismos, uno terrestre, el judío y el otro marítimo, el griego, relatados en los dos grandes libros fundacionales de ambas culturas, el libro de Homero (Siglo VIII a.C.), compuesto de la Ilíada y la Odisea, y el libro de Moisés, la Torah (circa Siglos X a XIV a.C.). Dos libros que describen al detalle la condición humana, revelando muchas similitudes. Aunque el de Homero no sea un tratado religioso, describe al héroe griego como prototipo del hombre libre e introduce la idea de la ética y de la libertad como ideal supremo del hombre virtuoso.

Ambos libros describen a su manera la historia de la emancipación del individuo mediante un retorno al origen. Ulises, desdeña la inmortalidad que le ofrece la ninfa Calipso, prefiriendo regresar a su morada de realidad y en su accidentado retorno a Ítaca se encuentra a sí mismo. Moisés guía a su pueblo a través del desierto, que es comparable a una geografía interior, en busca de la tierra prometida, hasta encontrarse cara a cara con un único Dios, estableciendo la Ley, que es una ley divina. En Grecia, se produce una sucesión de grandes legisladores, Minos, Solón (la igualdad de todos los individuos), Licurgo, entre otros, que participan en la evolución de la Justicia y las leyes (Temis, Nomos, Politeia), que conducen a Atenas a inventar la política y la democracia.

El trabajo de Attali y Salfati nos conduce hasta Alejandría y a la Biblia griega, conocida como septanta o septuaginta, que tiene la importancia de representar la simbiosis entre la cultura griega y la hebrea, fue traducida al griego de textos hebreos y arameos antiguos entre el siglo III y el siglo II a.C., representa una síntesis del monoteísmo judío y el carácter universalista de su ética. Se constituyó en el texto utilizado por las comunidades judías de todo el mundo antiguo más allá de Judea, y posteriormente por la iglesia cristiana primitiva y sus diversas sectas de habla y cultura griega. Es la base y la fuente del Antiguo Testamento de la gran mayoría de las biblias cristianas.

La narración nos transporta al corazón del Sinaí, al monasterio de Santa Catalina, construido por los griegos bajo la égida de Justiniano, emperador y sacerdote bizantino, en el lugar de la revelación divina, donde Dios le hizo entrega de la Ley a Moisés. En 1853 el Conde Constantin von Tischendorff, protestante, erudito y paleógrafo, en busca de antiguos manuscritos descubrió en su biblioteca el ejemplar original de la Biblia griega o Biblia de Alejandría, salvándola de la destrucción. Por cierto que el manuscrito original  fue desmembrado y vendido a la iglesia ortodoxa de Rusia y posteriormente, en 1933, Stalin lo revendió por una suma exorbitante a la Corona de Inglaterra. Desde entonces, el Codex Sinaiticus descansa en el Museo Británico.

Según Attali, el pensamiento griego exalta la búsqueda de la libertad, mientras que el pensamiento hebreo elabora la estrategia para obtenerla, construyendo un camino hacia la sociedad ideal y es en Alejandría donde ambas tendencias confluyen.  En esa ciudad, fundada por Alejandro Magno en 331 a.C., se recopilan y se dan a conocer las obras maestras de la literatura del mundo antiguo: Homero, Hesíodo, Píndaro, Eurípides, Esquilo y otros filósofos, así como la Torah, el libro de los Judíos, llamados por Teofrasto como el “pueblo de los filósofos natos”. En esa metrópolis confluyen la corriente filosófica neoplatónica, los filósofos judíos como Filón y los pensadores cristianos alejandrinos como Clemente y Orígenes cuyas ideas tienen una poderosa influencia en la teología cristiana primitiva.  Esta simbiosis singular de la fe y la razón nutre el diálogo entre las dos civilizaciones, es una hibridación que unifica ambas tendencias y que conduce a una doctrina nueva: el cristianismo.

Al mismo tiempo en que Euclides concibe sus Elementos, Alejandría engendra la religiosidad monoteísta y la mundialización de la economía de mercado. Los valores occidentales se arraigan en la confluencia de las culturas griega y judía, dando origen a las ideas germinales sobre las leyes de la política y los primeros postulados sobre los derechos humanos.

Este ensayo de Attali y Salfati, apoyado por un grupo de destacados especialistas, entre los se encuentran, Katell Berthelot, Philipe Borgeaud, Luc Brisson, Marcel Détienne, Gilles Dorival, Joseph Mélèze-Modzejewski, Didier Pralon, Thomas Romer y Suzanne Said, nos proporciona pistas históricas milenarias para comprender el nacimiento de occidente.

Pensamos que si Occidente no profundiza sobre sus orígenes para encontrar de nuevo su centro de gravedad y contrarrestar su falta de consistencia, difícilmente podrá sortear las amenazas del presente.

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