Dictadura
Momento estelar cuando la persona se reconoce libre, y suma su libertad conquistada a la de todos los otros, hasta multiplicar la rebelión en un delta de corazones retumbantes y encendidos.

Especial para Ideas de Babel. Todos los dictadores se creen eternos e inmortales, dinásticos. Sus dictaduras parecieran ser murallas demasiado altas, palacios resplandecientes de fiestas interminables.

El poder ostenta hasta el derroche. Sus fuerzas armadas son sus sirvientes. débiles y pusilánimes que se ahogan en un vaso de whisky o en un cartel de cocaína. Aunque enmascarados en una fuerza imbatible que reprime y mata. Sus jueces fabrican leyes hasta crear una intrincada trama de prisiones y tortura.

La máxima ley es legitimar la muerte del opositor. Ese bello rostro de la juventud que aplasta la bota militar. Porque la encarnación de la paz es el enemigo al cual más teme el dictador. El fantasma de un inocente que lo atormenta por siempre, ése que puede ser su propio hijo, mucho más que sus guerras imaginarias donde siempre sale triunfante.

Todos los dictadores se dedican a convertir a sus pueblos en una masa famélica, en una muchedumbre ciega, movida por dogmas y consignas. Pero cuando llega la hora crucial de la rebelión contra la dictadura del dictador, el pueblo se transforma en una persona que despierta del horror, en un individuo que siente el dolor propio y el ajeno, y lanza un grito tan temible que hace estremecer de pánico al propio dictador. Momento estelar cuando la persona se reconoce libre, y suma su libertad conquistada a la de todos los otros, hasta multiplicar la rebelión en un delta de corazones retumbantes y encendidos, en una fuerza poderosa que derriba y arrolla las murallas y el poder de la dictadura.

Es entonces, cuando la tragedia de los pueblos sojuzgados termina, y el dictador y sus secuaces, son sepultados en la tumba que le tienen reservado la justicia que vence también a la venganza.

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