Fue la protagonista británica de una época muy ruda para el mundo, en colaboración directa con su par norteamericano Ronald Reagan. Los años de la hegemonía conservadora, en el marco de la Guerra Fría y de la beligerancia de los movimientos sociales, confirmaron el carácter imbatible de Margaret Thatcher, una líder que  generó simultáneamente admiración y el rechazo y marcó una era en el Reino Unido. Personaje complejo, controvertido, de fuerte personalidad. enfrentó a los medios, los sindicatos, la junta militar argentina, otras naciones europeas e incluso a otros dirigentes de su partido para imponer sus puntos de vista. Las consecuencias de sus políticas públicas aún son discutidas en Gran Bretaña, pero lo cierto es que la primera y única mujer que ha ocupado el número 10 de la calle Downing dejó un legado que se fortaleció a lo largo de una década marcada por la polémica. Este personaje fascinante y discutido es el gran ausente de La dama de hierro, film de Phyllida Lloyd que pretendió elaborar una retrato emocional y político de la Primera Ministra, desde sus inicios en la política hasta sus días actuales. En cambio, lo que encontramos es una colección de estampas de una anciana que recuerda su muy peculiar vida desde la soledad y la vejez. Nada más.

La segunda película de Lloyd —respetada directora inglesa de teatro y ópera y comandante de la Orden del Imperio Británico— se aleja adrede de su muy aplaudida Mamma mia! —la producción más taquillera del cine británico— para enfrentar el reto de mostrar el lado humano de un mito de la política de finales del siglo pasado. Su punto de partida es actual y muestra a la señora Thatcher en su ancianidad, preocupada por el precio de los alimentos, como una ama de casa más, hablando con su marido Dennis, fallecido  años atrás o tratando de escapar de sus recuerdos. Una mujer que pierde facultades sin aceptar sus limitaciones. Se trata de una manera íntima de abordar al personaje pero con el transcurrir de la proyección se convierte en la médula narrativa del film. La mirada humana —muy plausible— sustituye a la expresión política que definió y aún define su vida. Sus conversaciones, sus pequeñas disputas, sus añoranzas, devienen en el manto que cubre toda la obra y, con frecuencia imprecisa, aparecen con un tono melodramático. En realidad, lo dramático se encuentra en sus muy polémicas políticas públicas.

El debate político, los graves conflictos laborales, la ardua lucha por el poder, los recortes de los programas sociales y el afán privatizador —factores fundamentales de los años ochenta en el Reino Unido— son apreciados como elementos de un trasfondo dramático para ilustrar la fortaleza de su personalidad. El fiero combate contra la irracionalidad sangrienta y terrorista del Ejército Republicano Irlandés o la ocupación argentina de las islas Malvinas o Falklands constituyen dos momentos de gran importancia durante su gobierno que pusieron de relieve la dureza metálica de su mano dirigente. En este sentido, La dama de hierro decepciona al centrarse de manera excluyente en el aspecto privado de su vida —su marido, su hija Carol, las cenas familiares, su enfermedad— y no el complejo personaje que ha sido Margaret Tatcher. Más que de hierro, parece una dama de encaje.

Es evidente que el mayor atractivo del film se ubica en la caracterización de Meryl Streep, plena de detalles, gestos, guiños y vocablos que permiten construir el retrato humano de la ex primera ministra británica. La forma de imitar el acento de Thatcher, la manera de mirar fijamente a sus rivales, la capacidad corporal que le permite ganar el liderazgo dentro del Partido Conservador o regatear el precio de una botella de leche, evidencia los recursos de una técnica interpretativa impecable. Streep ha vuelto a demostrar por qué es la más brillante actriz de una generación norteamericana. Ayudada en este caso —eso hay que reconocerlo—  por el excelente maquillaje de Mark Coulier y J. Roy Helland, verdadero acto de magia que otorga verosimilitud al discurso fílmico. Por algo la película se alzó con sendos premios Oscar en iactuación femenina y en maquillaje. ¿Otros factores importantes? la fotografía de Elliot Davis, la dirección de arte de Bill Crutcher y las actuaciones de Alexandra Roach como la joven Margaret Thatcher, Jim Broadbent como Denis Thatcher y Harry Lloyd como el joven Denis.

Al final de la proyección recordamos La Reina, el excelente film de Stephen Frear sobre Isabel II que desnudó su drama humano sin perder de vista el contexto político de la Gran Bretaña que asistió a la muerte de Lady Di. Frear colocó como los dos personajes más importantes a la muy conservadora reina y al muy izquierdista primer ministro Tony Blair. Una manera mucho más rica, crítica y creadora de comprender a una mujer de mucho poder y tremendas decisiones.

LA DAMA DE HIERRO (The Iron Lady), Reino Unido y Francia, 2011. Dirección: Phyllida Lloyd. Guión: Abi Morgan. Producción: Damian Jones. Diseño de producción: Simon Elliott. Dirección de arte: Bill Crutcher. Maquillaje: Mark Coulier, J. Roy Helland. Fotografía: Elliot Davis. Montaje: Justine Wright. Sonido: Niguel Stone. Música: Thomas Newman. Elenco: Meryl Streep, Alexandra Roach, Jim Broadbent, Harry Lloyd, entre otros. Distribución: Cinematográfica Blancica.


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