Hannah Arendt
Cuando la filósofa judeo-alemana Hanna Arendt describió el síndrome universal ‘banalidad del mal’ en su obra magna Orígenes del totalitarismo, aplicó esta, su frase original, muy directamente al robotizado nazismo del cual fue víctima rescatada a tiempo.

Tema básico para los cambios imprescindibles en próximos programas para remodelar la educación venezolana desde el preescolar hasta los estudios superiores, sus ministros de educación y docentes en todos los niveles.

Individuos y sus regímenes cometen graves errores que forma parte de la humana condición. Su ADN es imperfecto a diferencia de sus criaturas del impecable frígido mundo robótico que parece dominar el futuro planetario. En la perfectible humanidad radica su posible supervivencia y progreso. De sus pecados, equivocaciones y derrotas pueden surgir, cálidas, la corrección y las mejorías. Bibliotecas enormes contienen pruebas de tal fenómeno.

Cuando la filósofa judeo-alemana Hanna Arendt describió el síndrome universal ‘banalidad del mal’ en su obra magna Orígenes del totalitarismo, aplicó esta, su frase original, muy directamente al robotizado nazismo del cual fue víctima rescatada a tiempo. Esa costumbre de practicar lo banal significa burocratizar con rigor la maldad criminal, convertirla en ideología y en sistema de gobierno, normas destinadas a conseguir la sumisión, las obediencias aprendidas bajo estricto control estatal que puede dirigir un piache, un cacique, unas monarquías absolutas, las iglesias, el dictador tradicional y una democracia falsa que esconda legislación autoritaria o mecanismos totalitarios. Sus jefes (G2, PSUV-FANB) vigilan y ordenan a funcionarios (Sebin, Conatel) modernos santos oficio que castigan sin piedad ni remordimiento en nombre del señor (Castro, Chávez, Maduro). Y del modo idéntico que lo hicieron sobre masas gigantescas la Inquisición durante el Medioevo; Mao, Hitler, Stalin y sucesores desde el siglo XX hasta hoy en cualquier geografía.

Las libertades individuales y sociales, derechos humanos consagrados por los postulados de la Revolución Francesa en 1789, son la víctima central que los totalitarismos combaten sin misericordia. Y en Venezuela la terrible muestra es el castrochavismo con careta democrática, delictivo desde su bautismo mentiroso, fraudulento, demoledor de logros obtenidos a lo largo de doscientos años repletos, aunque en escala menor, de sangrientos episodios como fueron los bandolerismo regionales y dictaduras militarizadas (hoy oficialistas guerrillas revolucionarias, paramilitares y sus colectivos).

Su crueldad se activa sin límites en matanzas grupales de gente común desarmada, ejecuciones extrajudiciales de opositores y manifestantes civiles y militares, planificación de genocidio a mediano y largo plazos mediante hambrunas, desnutrición comercializada, reactivación de epidemias, tortura, prisión indiscriminada que incluye niños y adolescentes, enfermos graves y terminales, ancianos y desvalidos, favoreciendo así la emigración masiva. Su objetivo es disminuir la carga poblacional para centralizar el control total con mayor eficacia.

En diagnóstico psiquiátrico elemental de esa perversión planificada en forma sistemática proviene de una dirigencia psicópata y sociópata. La diaria historiografía venezolana de organismos como el Observatorio de la Violencia y el Foro Penal registran esa desgracia política con precisión en masacres desde los recientes años 14, 17 y lo que va de transición. Sus ejecutantes la llaman defensa de su “patria segura y soberana”. Pero es el asesinato militarmente colectivizado desde armas sin alma. La maldad organizada. El mal banal narcochavista.

Para colmo de males, se contagia entre presuntos disidentes y opositores autocalificados como estrictos demócratas. Lo estamos presenciando. La población victimizada ya los reconoce y llama ‘muérgano’, ‘bichos’ y otros vocablos impublicables. Y, al igual que la historia, no los absolverá.

alifrei@hotmail.com

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