El océano.

1. Al principio, una provocación. Hoy, casi una declaración de principios: América Latina ya no existe. O sólo existe en la medida en que se organizan congresos literarios, sociales, políticos y artísticos —nunca científicos— sobre América Latina.

2. Una elíptica confirmación de lo anterior: la mayor parte de los congresos sobre América Latina se organizan fuera de América Latina.

3. Quizás la mayor prueba de la desaparición de América Latina es la nostalgia por ese territorio perdido.

4. Tan fácil sentirse latinoamericano como difícil explicar el contenido de esta expresión.

5. En el periodo que va de 1959 a 1989 —los límites son arbitrarios— resultaba sencillo definir a América Latina: una región dominada por dictadores, guerrilleros, música latinoamericana (de Gardel a Silvio Rodríguez), futbolistas y la retórica del realismo mágico.

6. América Latina, esa América Latina, sólo existió durante ese “breve espacio”: cuando todos, dictadores, guerrilleros, escritores y músicos, e incluso los ciudadanos de a pie, creían que su trabajo los volvía auténticamente latinoamericanos.

7. Durante más de 30 años América Latina se convirtió en una de las marcas mejor posicionadas en el orbe. Todos querían algo típicamente latinoamericano: un novelón épico, una imagen del Che, un disco de salsa con una mujer semidesnuda en la portada, un anhelo, una idea.

8. Los dictadores, auspiciados y pagados por Estados Unidos, aspiraban, ellos sí, a un continente homogéneo. La Operación Cóndor fue una idea auténticamente latinoamericana.

9. Los guerrilleros, auspiciados y pagados por Cuba, y ésta a su vez por la Unión Soviética, aspiraban a liberar a la región con la fuerza revolucionaria. Otra idea latinoamericana.

10. Mientras tanto los escritores del Boom inventaban una América Latina tan deslumbrante que se volvió real.

11. Dos acontecimientos erosionaron en los sesenta la nueva homogeneidad de América Latina: el caso Padilla y el inesperado éxito del realismo mágico.

12. El caso Padilla dividió para siempre a los intelectuales latinoamericanos. Los simpatizantes de Cuba —con García Márquez y Cortázar a la cabeza— y los detractores de Cuba —con Paz y Vargas Llosa como epítomes— se convirtieron en facciones irreconciliables.

13. Aún hoy los herederos de los antiguos procastristas, reconvertidos en partidarios de una izquierda más o menos democrática, no toleran a los herederos de los viejos anticastristas, reconvertidos en fanáticos del libre mercado. Y viceversa.

14. El daño provocado por la entronización del realismo mágico como paradigma único fue enorme (la culpa no es de García Márquez). Primero, porque se convirtió en el instrumento único para interpretar la realidad latinoamericana. Segundo, porque ensombreció la inmensa variedad imaginativa del Boom y de la literatura latinoamericana en general.

15. Transformado en herramienta sociológica por la crítica europea y estadunidense, el realismo mágico convirtió a América Latina en un parque temático del absurdo. Un lugar donde ocurrían las cosas más insólitas o terribles sin que nadie se inmutara. El reino del conformismo.

16. No fue García Márquez, sino sus apologetas e imitadores, quienes hicieron de América Latina el receptáculo del exotismo que siempre ha necesitado, como contraste a sus propias pulsiones, la sociedad occidental.

17. Si al realismo mágico se le añade cierto componente social, como hizo la izquierda académica, el coctel se torna adictivo. América Latina ya no sólo como resort, sino como depósito de las frustraciones de la burguesía internacional.

18. América Latina alcanza su apogeo en 1982, con el Premio Nobel a García Márquez, y justo entonces se inicia su declive.

19. En los ochenta, las dictaduras comienzan a resquebrajarse (salvo en Cuba). Las guerrillas son aniquiladas o disueltas (salvo en Colombia). Y la incesante repetición de los clichés del realismo mágico comienza a empalagar a los latinoamericanos (todavía no al resto del mundo).

20. En los últimos años del siglo XX, América Latina sólo se conserva en las guías turísticas (y la nostalgia occidental). Sus distintos países apenas se conocen entre sí y sus sociedades se han vuelto cada vez más abiertas y plurales, más reacias al encasillamiento.

21. Con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994, México se escinde de América Latina. Toda su dinámica social, económica y política —y, en buena medida, cultural— se dirige hacia el Norte.

22. Centroamérica, en los noventa, abandona las guerras civiles. Y se precipita, casi de inmediato, en la violencia de las pandillas y del narcotráfico y, salvo excepciones, en la obscena corrupción gubernamental.

23. América del Sur entretanto explora vías propias: una camada de líderes de izquierda, más o menos democráticos, inunda la región. Chávez se convierte en su mala cara y Lula en la buena.

24. Chávez encarna la peor nostalgia latinoamericana. Escucharlo glosar a Bolívar es como reproducir un mal bolero en un viejo acetato: clama, ruega o chantajea a sus colegas en aras de una unidad que sabe imposible.

25. Imposible desdeñar, eso sí, los incipientes mecanismos de integración de América del Sur. Pero si con los años se consolida allí una unión transnacional, heredera del Mercosur o el Unasur, será para construir una América Latina distinta: con Brasil y sin México.

26. Todavía hoy, cuando se habla de América Latina, se piensa en una región azotada por la desigualdad, la corrupción y la violencia (aunque ya casi no haya dictadores ni guerrilleros), en la música latina (ya no latinoamericana, del Buena Vista Social Club a Shakira), en sus futbolistas y en una literatura que, a falta del realismo mágico, comienza a centrarse en esa nueva vertiente del exotismo encarnada por el narcotráfico.

27. Es enternecedor —y políticamente correcto— decirse latinoamericano. Pero pocos de quienes lo afirman viven, en realidad, la experiencia de América Latina. Los habitantes de un país apenas viajan a otro. Nada saben sobre su cultura contemporánea. Y no disponen de ningún medio —fuera de CNN en español o del mainstream del entretenimiento global— para conocer a sus vecinos.

28. La idea de América Latina, a principios del siglo XXI, es cosmética. Una copia pirata que intenta resucitar una marca en desuso.

29. América Latina fue una hermosa invención. Y, como toda utopía, el pretexto para justificar numerosas atrocidades. Si de verdad creemos en un proyecto supranacional, deberíamos pensar en otra cosa. Y elegir otro nombre.

30. Si América Latina ya no existe, estas reflexiones deberían concluir aquí. Porque entonces tampoco existe la literatura latinoamericana.

El continente

31. De Nobel a Nobel. El gran arco de la literatura latinoamericana se tiende entre el muy temprano Premio a García Márquez, en 1982, y el muy tardío a Vargas Llosa, en 2010.

32. El Nobel a García Márquez consagra el esplendor de la literatura latinoamericana —y de América Latina— en el mundo. Y convierte al realismo mágico en su única expresión. Tres décadas después, el Nobel a Vargas Llosa desmiente el malentendido. El Boom nunca se redujo al realismo mágico. Y América Latina nunca fue sólo Macondo.

33. El Nobel a García Márquez sonó como una fanfarria para América Latina. El Nobel a Vargas Llosa, como su réquiem.

34. El Nobel a Vargas Llosa se siente irremediablemente anticlimático. No porque él no lo merezca, por supuesto. Sino porque se anunció cuando Vargas Llosa es, con Carlos Fuentes, el último representante de una especie que se extingue.

35. Vargas Llosa y Fuentes son los últimos intelectuales típicamente latinoamericanos. Los últimos voceros autorizados de la región. Nuestros últimos interlocutores con Occidente.

36. Para los autores del Boom, hubo siempre un tema imprescindible: el poder. En una u otra medida, García Márquez, Vargas Llosa o Fuentes no tuvieron más remedio que lidiar con él. En sus libros. Y, con igual intensidad, en sus vidas.

37. Pocas generaciones tan próximas al poder como el Boom. Sin duda, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa han sido sus críticos más severos. Pero también han sido permanentemente tentados por él.

38. Los autores del Boom comprueban la aporía de Foucault: el saber produce poder, y viceversa. Si tantos políticos y empresarios los halagan es porque saben que sus palabras crean realidad.

39. Los escritores de las generaciones posteriores ya no quieren o ya no pueden ocupar la posición del Boom. Cuando Vargas Llosa y Fuentes hablan, habla América Latina. Cuando lo hace cualquier otro autor, habla un peruano, un mexicano, un argentino. Y, con los más jóvenes, ni eso: un simple escritor.

40. Cuando los regímenes autoritarios campeaban en América Latina, los escritores disfrutaban de una libertad de expresión mayor a la del ciudadano común. El arte los protegía de las represalias (no siempre). Y los convertía en conciencias de la sociedad. La llegada de la democracia les arrebató esa condición.

41. En las nuevas democracias, no son ya los escritores de ficción o los poetas quienes critican al poder, sino esa nueva clase de comentaristas que se ha adueñado del espectro público.

42. Los politólogos sustituyeron a los escritores. Con ello, los ciudadanos ganamos en destreza académica (ni siquiera estoy muy seguro), pero perdimos en estilo.

43. Pese a contar con indudables momentos de brillantez, el discurso político del Boom saturó a las nuevas generaciones. En las últimas décadas nada resulta tan antipático, tan demodé, como un escritor comprometido.

44. La democracia había sido tan anhelada en América Latina que, cuando al fin apareció, no tardó en decepcionarnos. La democracia no era la panacea, sino una fuente de nuevos conflictos. Despojados de su condición de conciencia social, los escritores posteriores al Boom se escoraron por completo de la vida pública.

45. A diferencia de lo que ocurrió con el Boom, donde Vargas Llosa incluso pudo ser candidato a la presidencia sin comprometer su prestigio, hoy se cree que el mero roce de la política contamina a los escritores.

46. La devaluación del realismo mágico, sumada a la instauración de sociedades más plurales, permitió redescubrir a escritores olvidados o menospreciados. De pronto, la literatura latinoamericana pareció más rica —y más difícil de clasificar— de lo que nadie había supuesto.

47. Más que el post-Boom, a partir de los noventa se hizo visible una generación completa que había sido su contemporánea. El grupo de la revista Medio Siglo, en México, o autores como Saer o Antonio di Benedetto en Argentina, de pronto pudieron ser leídos como novedades.

48. Los autores nacidos entre 1950 y 1965 —fechas otra vez arbitrarias— son demasiado jóvenes para haber sufrido el eclipse del Boom, pero suficientemente maduros para sufrir la opresión de los regímenes autoritarios: Piglia, Eltit, Villoro, Abad Faciolince, Boullosa, Castellanos Moya, Sada, Bellatin, Aira, Pauls, Fontaine y, por supuesto, Bolaño.

49. Bolaño sólo tiene un precedente: García Márquez.

50. ¿Por qué Bolaño? Quizás porque llevó a sus límites mejor que nadie la estética del Boom. Y porque negó con la misma fiereza su idea de lo que debe ser un escritor latinoamericano.

51. Por su arquitectura y su ambición narrativa, Los detectives salvajes y 2666 son herederas directas de Cien años de soledad, La casa verde, Terra Nostra o Rayuela. Ideológicamente, son su reverso.

52. Bolaño admiraba tanto el riesgo estético original del Boom como detestaba su autocomplacencia, su fe latinoamericanista y su discurso hegemónico.

53. Para Bolaño y sus coetáneos, a partir de los ochenta el Boom se había convertido en una institución monolítica, una marca comercial, en un paradigma tan poderoso como el que sus miembros habían desmantelado décadas atrás. Para sobreponerse a ellos, no bastaba con insultarlos: había que subvertir su discurso.

54. Cada libro de Bolaño es un pulso con el Boom. Y un homenaje implícito. Textos llenos de parodias y burlas, de juegos estilísticos, de socarronería y mala leche y, sotto voce, de honda admiración.

55. Los detectives salvajes es una Rayuela sin romanticismo ni artificios experimentales, ubicada en el desierto mexicano en vez de París, salpicada de dardos envenenados contra la historia literaria oficial. Pero, como Rayuela, también es un canto épico al magma vital de la literatura.

56. 2666 es la mayor respuesta posible a Cien años de soledad. Sin magia, sin genealogías explícitas, sin la cegadora belleza del estilo. Pero con la misma ambición: la voluntad de transgredir todos los códigos e inventar otra América Latina.

57. Si los textos de Bolaño están plagados de oscuras referencias literarias es porque necesitaba desmantelar el canon del Boom. Porque necesitaba crear su propio sistema de signos, su propio contexto, su propia recepción.

58. Como los autores del Boom, Bolaño fue un autor ferozmente político. Sólo que su discurso no intentaba ser una respuesta ideológica al autoritarismo, sino un elusivo retrato de la microfísica del poder.

59. Vargas Llosa, Fuentes o García Márquez narraron el poder desde dentro: O Conselheiro, Artemio Cruz o Aureliano Buendía. O lo experimentaron en carne propia. Bolaño prefirió exhibir sus aristas, sus márgenes, sus corrientes subterráneas. Y, en la práctica —gracias tal vez a su muerte prematura— siempre se escabulló de él.

60. En contra de la imagen construida en el ámbito anglosajón, Bolaño no era un outsider ni un rebelde sin causa, sino un infiltrado que conocía a la perfección el sistema y que se empeñó en desestabilizarlo desde dentro.

61. ¿Cómo el resto del mundo ha endiosado a un autor que no cesa de hacer guiños privados, chistes y burlas a una tradición —la latinoamericana— que a la mayoría se les escapa? Porque Bolaño arrebató esa tradición a los latinoamericanos, la pervirtió y la transformó en un instrumento a su servicio.

62. Bolaño se convirtió, primero, en el gurú de los menores de 40. Luego, en un ídolo de culto en Europa. Y, por fin, en una superestrella gracias a su entronización en Estados Unidos. ¿Un malentendido? Quizás todas las grandes obras literarias lo sean.

63. Bolaño ha comenzado a sufrir la suerte del Boom: el paso de las orillas al centro lo ha vuelto, de pronto, hegemónico. En Estados Unidos, Bolaño no es el último, sino el único escritor latinoamericano. Y de nuevo la intensa variedad de la región ha quedado sepultada bajo su marca.

64. Bolaño vivió obsesionado por América Latina, pero a su muerte incluso él ha dejado de ser latinoamericano. Su nacionalidad apenas importa a sus lectores. Más que un escritor global, un escritor apátrida.

Los archipiélagos

65. Pertenezco a una generación cuyo mayor mérito consistió en tratar de normalizar a América Latina. Aunque otros lo pensaron antes, McOndo y el Crack pusieron sobre la mesa la quiebra del realismo mágico.

66. En 1996, dos iniciativas, una chilena y otra mexicana, sin conocerse mutuamente, alzaron su voz contra esa América Latina que se resquebrajaba. Eran los síntomas de un profundo malestar en la región.

67. Los antologadores de McOndo querían señalar, con este título sarcástico, que América Latina ya no existía. O, más bien, que existía otra América Latina, dominada por las contradicciones de la modernidad y no por la magia o el exotismo.

68. El Crack, por su parte, buscaba reencontrar los orígenes del Boom: el momento anterior a la eclosión global del realismo mágico, cuando sus autores dinamitaban el discurso dominante en vez de representarlo.

69. Más allá de sus flaquezas juveniles, McOndo y el Crack contribuyeron a jubilar esa construcción de tres décadas llamada América Latina.

70. Durante la época de esplendor del Boom, la edición en español se dividía con bastante equidad entre España, México y Argentina. A partir de los ochenta, el desequilibrio que favorece a las editoriales peninsulares se vuelve apabullante.

71. De pronto, los grandes grupos españoles controlan la edición en América Latina. Y España se convierte en una Meca para los nuevos escritores latinoamericanos.

72. Mientras a los autores del Boom les gustaba pasar temporadas en España, para los escritores nacidos en los sesenta y setenta publicar en España se torna una obsesión.

73. Si los intercambios editoriales entre los países latinoamericanos habían comenzado a disminuir desde los setenta, en los ochenta se vuelven raquíticos. Los únicos libros que circulan de un país a otro son españoles.

74. A inicios de los noventa, los escritores latinoamericanos publicados en España (con la obvia excepción del Boom) se cuentan con los dedos de una mano.

75. Los esfuerzos para hacer circular las novedades literarias de un país a otro fracasan sin remedio. Carentes de referencias comunes, a los lectores de un lugar no les interesan los libros de sus vecinos.

76. A diferencia de los autores del Boom, los nuevos escritores no cuentan con editores dispuestos a apostar por ellos más allá de sus fronteras nacionales.

77. Si se atiende sólo al mercado editorial español, entre 1982 y 1998 la literatura latinoamericana es un fantasma. Imitadores del realismo mágico, obras postreras del Boom, y poco más.

78. El desierto comienza a repoblarse a partir de 1998, con la publicación de Los detectives salvajes.

79. A partir del 2000, las editoriales españolas vuelven a perseguir su autor latinoamericano de moda. La estrategia no funciona. Porque ya ninguno de esos escritores parece latinoamericano.

80. Al iniciarse la segunda década del siglo XXI, la literatura latinoamericana no sólo ya no existe, sino que, fuera de a unos cuantos académicos, a nadie le importa su desaparición. Para bien o para mal, ser latinoamericano ha dejado de ser chic.

81. A partir de fines de los noventa, resulta inútil decir “narradores latinoamericanos” o “narrativa de América Latina”. Lo más preciso sería “narrativa hispánica de América” (NHA), en donde “hispánica” no se refiere a la lengua del escritor (que a veces es el inglés), sino a su filiación imaginaria.

82. A principios del siglo XXI, la NHA ya no responde conscientemente a la tradición de la literatura latinoamericana canonizada durante el Boom, sino que responde a otras tradiciones, aunque con especial énfasis en la literatura anglosajona (o, más bien, en los dictados del mercado literario internacional).

83. El siglo XXI señala el fin de la vieja y amarga polémica entre literatura nacional y universal que azotó a América Latina durante dos siglos. Pero con la globalización no ganaron los cosmopolitas, sino el mercado internacional.

84. A principios del siglo XXI, la NHA carece de movimienos o grupos explícitos. Las generaciones se mezclan y recomponen, para fastidio de los académicos. La literatura identitaria se halla en vías de extinción. Quedan unos cuantos escritores, y sus obras. La taxonomía, pasión crítica por antonomasia, se vuelve impracticable.

85. Muerto Bolaño, dos argentinos ocupan su vacío, sin llenarlo. Ricardo Piglia, creador de brillantes piezas que enlazan ficción y metaficción (Borges + Artl). Y César Aira, autor de libros que son casi instalaciones (enésimo derivado de Duchamp).

86. Los escritores nacidos en los cincuenta se hallan de pronto descolocados frente a la sombra de Bolaño. Unos lo alaban, otros lo envidian, alguno lo contradice, nadie lo imita.

87. Imposible ofrecer un retrato de familia de estos escritores. Siendo estrictos, no valen criterios temáticos, ideológicos o estructurales para agruparlos. Si algo los une, es ser sobrevivientes.

88. Migrantes digitales, los escritores nacidos en los cincuenta han tardado en adaptarse a la nueva realidad líquida del mundo digital.

89. Salvo excepciones —Aira, Bellatin, Rivera Garza—, la narrativa tradicional mantiene su predominio (como en todas partes). Pocas artes tan conservadoras, a principios del siglo XXI, como la novela.

90. La literatura experimental vive con los mismos (pocos) fanáticos y los mismos (numerosos) detractores del arte conceptual. El arco se tiende entre Diamela Eltit, y sus juegos posmodernos de género (nuestra Jellinek), y Mario Bellatin, y sus juegos ultramodernos sin género (nuestro Beckett).

91. Un hecho clave para los nacidos en los sesenta y setenta fue el congreso organizado en Madrid en 1999. Por primera vez en mucho tiempo, los escritores latinomericanos volvieron a tener la ocasión de encontrarse. En España.

92. El breve arco de la NHA reciente se tiende entre los congresos de Madrid, 1999, y Bogotá, 2008. El primero marca el último intento de resucitar a la literatura latinoamericana. El segundo es la comprobación última de su imposibilidad.

93. En 1999, los escritores celebran conocerse. En 2008, el desarrollo del correo electrónico, los blogs y las redes sociales muestra el carácter redundante de los congresos literarios. Los intercambios de ideas ya no se llevan a cabo en vivo.

94. En medio de estos dos congresos, una cita especial (por emotiva): Sevilla, 2004. Conviven, por primera y última vez, un miembro del Boom (Cabrera Infante), Bolaño, y 11 escritores nacidos en los sesenta y setenta.

95. Burdo epílogo, la selección de Granta de 2010. Para entonces, ya ninguno de sus autores es latinoamericano y ni siquiera se busca ser más o menos equitativo con el número de representantes por país.

96. Un nuevo estereotipo: la narcoliteratura. Poco importa que sólo se haya reflejado en la ficción de Colombia, México y, en menor medida, Centroamérica. Para los nostálgicos, significa la resurección de América Latina.

97. Decenas de libros rodean ya al narcotráfico, de la explotación comercial al registro lingüístico. E incluso cuenta con una obra maestra: Trabajos del reino, de Yuri Herrera. El problema es que un tema urgente se convierta, a causa otra vez de la necesidad de exotismo de Occidente, en obligación.

98. Se dice que en América Latina proliferan los géneros: la novela histórica y policíaca, en particular. O la narrativa femenina. O la gay. Tanto como en cualquier parte.

99. Si los escritores nacidos en los sesenta son esencialmente antipolíticos, los de los setenta y ochenta son apolíticos. Sólo les interesa el poder en la medida en que interfiere con sus vidas privadas. Es pronto para hablar de los nacidos en los noventa.

100. Entre los escritores nacidos en los setenta y ochenta no hay grupos explícitos (al menos de momento). La individualidad como único imperativo.

101. Otro fenómeno de los últimos 20 años: la extinción de la crítica periodística. Suplementos literarios agonizantes. Revistas literarias que se vuelven políticas.

102. En vez de manifiestos o revistas, blogs (algunos tan influyentes como el de Iván Thays). Para el chismorreo literario, Facebook. Y, para participar activamente en la vida intelectual (de un solo país), ese nuevo telégrafo que es Twitter.

103. Último fenómeno para dinamitar del todo la vieja idea de literatura latinoamericana: a Bogotá 39 fueron invitados como escritores latinoamericanos Daniel Alarcón y Junot Díaz. Ambos escriben en inglés.

104. El fin de las fronteras y las aduanas. De la distinción entre lo local y lo global. De la literatura como prueba de identidad (nacional, étnica, lingüística, sexual). El fin de los departamentos universitarios de “literatura latinoamericana”, de “literatura española” y de “lenguas romances”. ¿Y el inicio de qué?

Jorge Volpi. Escritor y ensayista. Su más reciente libro es Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción.

* Nexus en línea 01/09/2011 http://www.nexos.com.mx

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