Jojo tiene como amigo imaginario a Hitler.

«El humor es una cosa muy seria», repetía insistentemente Pedro León Zapata, maestro de la ironía y del trazo sugerente. El mundo de la creación —literatura, plástica, cine, teatro, música, danza— está lleno de ejemplos que respaldan su frase.

Hoy quiero resaltar la forma como el cine ha abordado los dramas del ser humano desde la perspectiva de la comedia y, en particular, la Segunda Guerra Mundial del siglo pasado, lapso histórico que sintetiza el autoritarismo nazi y la tragedia que va más allá —incluso— de la pérdida de vidas de millones de seres humanos. Vienen a mi memoria El gran dictador (1940) de Charles Chaplin, y Ser o no ser (1942), de Ernst Lubitsch, piezas maestras de la comedia que cuestionaron a Hitler y el Tercer Reich en su plena hegemonía y cuando aún EEUU no había decidido intervenir en el conflicto bélico europeo. Recordé ambas películas durante la proyección de Jojo Rabbit (1919), el  film desconcertante de Taita Waititi que aborda el mismo drama desde la perspectiva de las necesidades afectivas de la infancia, la ausencia del padre, el adoctrinamiento político y la esperanza que reside en el amor.

El realizador neozelandés se atreve —como Chaplin— a utilizar directamente la figura tenebrosa del füher para expresar la dimensión humana de la tragedia de la guerra más allá del nazismo. En este sentido, es muy importante la construcción de su trama y sus personajes. En 1945, en la víspera de la caída del nazismo, en un pueblo alemán, Jojo Betzier (el sorprendente Roman Griffin Davis) es un niño que pertenece a las Juventudes Hitlerianas, adoctrinado completamente. Tiene un amigo imaginario con quien mantiene diálogos reveladores: Adolf Hitler (interpretado por el propio Waititi). La ausencia de su padre —destinado al ya fracasado frente de guerra— acentúa su relación con su muy inteligente y encantadora madre Rosie (la magnífica Scarlet Johansson), clandestina activista de la Resistencia que alberga en el sótano de su casa a Elsa (la reveladora Thomasin McKenzie), una adolescente judía. El encuentro entre Jojo y Elsa mueve la trama de forma significativa. Él es nazi y ella judía. Lo que comienza como un enfrentamiento se convierte después de varias peripecias en amistad y solidaridad. Mientras el Tercer Raich se desploma, la enajenación del régimen se acentúa. También su crueldad.  Las dos mujeres de su corta vida —su madre Rosie y su amiga Elsa— logran transmitirle el valor del baile como celebración.

Lo interesante del film de Waititi, más allá de su inteligente humor, es que escurre el bulto al maniqueísmo. Unos oficiales nazis acosan a Jojo porque no es capaz de matar a un conejo (de allí su apodo burlón Rabbit) mientras otros lo defienden cuando se descubre la complicidad de su madre y la victoria de los Aliados. Rosie es capaz de actuar con audacia en medio de la hegemonía nazi y Elsa se plantea comprender a ese niño que jura odiar a los judíos. En medio del odio y la locura, surge la humanidad. Allí reside la principal densidad del film.

A pesar de que el tema de la Segunda Guerra Mundial ha sido trabajado muchas veces en lar artes, Jojo Rabbit se erige desde una perspectiva distinta, desconocida, que motiva la risa, que se burla de los protagonistas de la tragedia y que señala la terrible estupidez de la guerra. Todos sabemos que es una fantasía, que ese niño jamás existió, que su historia es producto de la imaginación de un artista. Pero la ficción nos acerca dramáticamente a la comprensión de la realidad. Ya eso es bastante.

JOJO RABBIT  (Jojo Rabbit), EEUU, República Checa y Nueva Zelanda (2019). Dirección y guion: Taita Waititi, sobre el libro Caging Skies de Christine Leunens. Producción: Carthew Neal, Taika Waititi, Chelsea Winstanley. Fotografía: Mihai Malaimare Jr. Montaje: Tom Eagles. Música: Michael Giacchino. Director de Arte: Ra Vincent. Elenco: Roman Griffin Davis, Taika Waititi, Scarlett Johansson, Thomasin McKenzie. Distribución: Cinecolor Films.

About The Author

Deja una respuesta