El capellán Luis María Padilla, de la iglesia de Puerto Cabello, parado en el medio de la calle ayudando a un soldado del gobierno herido durante la revuelta. Esta foto ganó el premio Pulitzer de fotografía de 1963. Su autor es Héctor Rondón.

Los venezolanos llevamos a esta gente por dentro, como si fuésemos un cuerpo que genera anticuerpos contra sí mismo. Así nos dividiéramos hasta el infinito y quedáramos solos en el universo, esa realidad distinta que nuestra intolerancia genera va a estar allí, sin remedio, esta gente.

Francisco Suniaga

En Venezuela, la denominada década prodigiosa fue también paradójica. Por un lado, el derrocamiento de la dictadura de Marcos Evangelista Pérez Jiménez en enero del 58, significó el regreso a la ansiada libertad, combinado con la genuina esperanza de construir una sociedad asentada en una democracia perdurable; el 7 de diciembre, gracias al Estatuto promulgado por la Junta de Gobierno, se retoma el sufragio universal, directo y secreto establecido en 1946, Rómulo Betancourt resulta electo Presidente de la República y asume la complicada y difícil tarea de liderar la  consolidación de la democracia y de construir sólidas instituciones republicanas. Sin embargo, negros nubarrones de agua y sangre, comienzan a gravitar sobre la alegre y esperanzada Venezuela de los sesenta; vientos de fronda internos e importados, presagian insurrecciones, sediciones, atentados, innecesarias divisiones entre los hijos de la misma Patria venezolana.

Muy prontamente el gobierno legal y legítimo de Betancourt debe enfrentar un revanchista intento golpista liderado por un nieto del Cabito, de Ciprianito Castro: Jesús María Castro León, quien se alza desde el Táchira el 20 de abril de 1960. Recordemos que —el ahora general golpista— el 1 de enero de 1958 participó en el levantamiento militar que se produjo en contra de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y a raíz de su derrocamiento el 23 de enero, fue ascendido a general de brigada y designado ministro de la Defensa en el primer gabinete de la Junta de Gobierno, presidida por el contraalmirante Wolfgang Larrazábal. Aunque Castro León se convirtió en un importante vocero de las Fuerzas Armadas, tuvo rápidamente importantes desacuerdos con personeros de la recién creada Junta. Por tanto, en julio de 1958, tras el estallido de una crisis en el seno de las Fuerzas Armadas, Castro León optó por dimitir y decidió abandonar el país. Empero, el 20 de abril de 1960 comandó una invasión militar desde Colombia por la frontera del Táchira, obteniendo tomar la ciudad de San Cristóbal. Posteriormente, luego de unas horas el movimiento insurreccional fue derrotado, fue detenido y enjuiciado por rebelión militar, trasladado al cuartel San Carlos de Caracas, años después falleció.

Sin embargo, este alzamiento estuvo más bien marcado por la revancha y el reconcomio, a diferencia de los siguientes que tuvieron cada vez más justificaciones reivindicativas e ideológicas de izquierda-. Entre ellas tenemos:

El Barcelonazo fue una insurrección militar llevada a cabo en el Cuartel Pedro María Freites de la ciudad de Barcelona, estado Anzoátegui, el 26 junio de 1961. Este suceso se desencadenó como consecuencia de las persecuciones, allanamientos y detenciones que efectuaron, conjuntamente, la Dirección General de Policía (Digepol) y las bandas armadas de Acción Democrática contra miembros de la Cámara Agrícola de Venezuela. Ante estos hechos, los dirigentes de la mencionada cámara decidieron acudir a la vía armada y, a esos fines, planificaron, junto a un grupo de militares descontentos, un alzamiento que debería luego extenderse a otras localidades de Venezuela, a objeto de provocar un gran movimiento cívico-militar que derrocara el gobierno de Rómulo Betancourt. Los insurrectos instalan su centro de operaciones en el Cuartel Freites e inmediatamente el mayor (R) Vivas le ordena a Rodríguez Mier y Terán, con cuarenta hombres, que detenga al gobernador Rafael Solórzano en su residencia de Lecherías y a otros oficiales les ordena tomar el cuartel de la policía estadal y la casa de Acción Democrática, la Policía Técnica Judicial, la emisora Radio Barcelona y el aeropuerto local. Esta intentona fue prontamente sofocada.

El Carupanazo estalló súbitamente en la medianoche del 4 de mayo de 1962 en Carúpano, estado Sucre, en el seno del batallón de Infantería de Marina N° 3 y el destacamento N° 77 de la Guardia Nacional. Los insurrectos, comandados por el capitán de corbeta Jesús Teodoro Molina Villegas, el mayor Pedro Vegas Castejón y el teniente Héctor Fleming Mendoza, se alzaron contra el gobierno nacional, ocupando las calles y edificios de la ciudad, el aeropuerto y la emisora Radio Carúpano desde donde lanzaron un manifiesto a nombre del Movimiento de Recuperación Democrática. Al día siguiente, las tropas leales al gobierno tomaron el control de Carúpano y sus alrededores, arrestando a más de 400 personas involucradas en la revuelta. Entre ellos se encontraban militares y civiles y el diputado por el Partido Comunista Eloy Torres, así como otros miembros de ese partido y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Ante tales hechos insurreccionales, Betancourt decidió suspender las garantías constitucionales, acusó al PCV y al MIR de estar involucrados en la sedición y promulgó el decreto N° 752 suspendiendo el funcionamiento de ambos partidos en todo el territorio nacional.

A diferencia del Carupanazo, el Porteñazo representó una conspiración cívico-militar de mucho mayor alcance, tanto por las fuerzas implicadas, lo agudo de la lucha y por el pavoroso saldo de heridos y muertos. En el amanecer del 2 de junio de 1962 se produce una sublevación en la base naval de Puerto Cabello, estado Carabobo, regida por el capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez, el capitán de fragata Pedro Medina Silva y el capitán de corbeta Víctor Hugo Morales. Prontamente el Gobierno nacional envía efectivos de la Fuerza Aérea y del Ejército quienes bombardean y rodean la ciudad, produciéndose un combate frontal contra las fuerzas insurrectas. Finalmente, el día 3 de junio, el Ministerio de Relaciones Interiores anunció que —desde el amanecer— las Fuerzas Armadas leales al gobierno habían puesto fin a la rebelión con un saldo de más de 400 muertos y 700 heridos. Tres días después, luego de  la captura de los jefes del alzamiento, cae el último reducto de los insurrectos, sitos en el Fortín Solano. Posteriormente, se comprobó la participación en los acontecimientos del Porteñazo de políticos ligados al Partido Comunista de Venezuela y se inició una decidida política de depuración en el seno de las Fuerzas Armadas de aquellos oficiales ligados o sospechosos de simpatía con la izquierda.

Mientras en las ciudades sublevadas jóvenes civiles y militares ensangrentaban sus calles y cuarteles, en el mundo político se producen dos divisiones en AD, primero la del MIR, y luego la del Grupo ARS. Y por si fuera poca novedad, el 24 de junio de 1960 —Día del Ejercito— acontece el atentado contra el presidente constitucional, cuando se dirigía a presidir el desfile militar en Los Próceres de Caracas. Rómulo Betancourt sufrió quemaduras en las manos, al explotar un automóvil que estaba estacionado en el Paseo de los Ilustres, justo cuando pasaba la comitiva presidencial. Las averiguaciones posteriores arrojaron que el autor intelectual había sido el presidente dominicano, el dictador Rafael Leonidas Trujillo, secundado por conspiradores venezolanos.

En 1961, luego de largas discusiones y acuerdos, se promulgó la Constitución Nacional que regiría los destinos del país, la misma recoge los principios de soberanía popular, la participación de todos los ciudadanos en la elección de los gobernantes y la alternancia en el poder. Los constitucionalistas describen a la nueva Carta Magna como rígida debido a que persigue consolidar las instituciones del Estado (los tradicionales tres poderes) y regular su relación con los ciudadanos. La Constitución del 61 coloca al Estado intervencionista al servicio del hombre, lo declara —en consecuencia— obligado a cumplir con los postulados de justicia social y jurídica, y consagra el respeto de los derechos fundamentales del hombre. Fue la Constitución de más prolongada vigencia en la historia del país, estuvo vigente desde 1961 hasta 1999, cuando una Constituyente, convocada por Hugo Chávez, aprobó una nueva para sustituir a la bicha del 61.

En los siguientes meses, a medida que el gobierno revolucionario de Fidel Castro en Cuba se consolidaba, la izquierda venezolana se radicalizó, precipitando la división del principal partido político del país, Acción Democrática, lo que daría origen, como se ha señalado, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En muy poco tiempo tanto el MIR como el Partido Comunista venezolano (PCV) tomaron el camino de la insurrección armada contra la naciente democracia del país, constituyendo las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) con la asesoría y el apoyo material de la Cuba castrista.

Así fue como entre 1962 y 1963 aparecieron las primeras guerrillas izquierdistas en varias zonas montañosas de Venezuela que seguían el modelo de la Sierra Maestra. Con todo el apoyo cubano, esas guerrillas fueron las primeras de corte comunista en América Latina, en virtud de su clara filiación ideológica. Fidel Castro apostó fuertemente por esta experiencia con la esperanza de que la revolución prendiera en toda la región.  Incluso el Che Guevara consideró la posibilidad de venir a Venezuela para incorporarse a la lucha armada; en mayo de 1967 un grupo de militares cubanos y guerrilleros venezolanos, entrenados en la isla, protagonizaron la llamada invasión de Machurucuto, desembarcando en la costa del centro del país y penetrando tierra adentro con la intención de establecer un foco guerrillero.

Los afanes sediciosos no cesan y se registran nuevos golpes militares orquestados con sectores políticos de izquierda. Como veremos luego, se inician y continúan los problemas con los nacientes y consolidados grupos guerrilleros; a pesar de la difícil situación se inician los preparativos para las nuevas elecciones presidenciales; el partido de gobierno postula a Raúl Leoni como su candidato presidencial. El 16 de agosto extraditan desde los Estados Unidos al ex dictador Marcos Pérez Jiménez. El 29 de septiembre es asaltado el tren El Encanto, cruenta e injustificada acción terrorista responsable de un ingente número de víctimas inocentes, lo que motivó el allanamiento de la inmunidad parlamentaria de los parlamentarios de la izquierda, a Petkoff y García Ponce, entre otros.

El 1° de diciembre de 1963 se realizaron las elecciones presidenciales, resultando ganador el compañero de partido de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni. Por primera vez en la historia de Venezuela, un presidente electo por el pueblo entrega el poder a otro presidente también electo por el pueblo. El gobierno de Raúl Leoni se denominó de Amplia Base, por haber incorporado en el gabinete ministerial a militantes de Acción Democrática, URD y del Frente Nacional Democrático (FND), así como algunos independientes.

Le tocó a Raúl Leoni ser testigo de la tercera división de AD que dio origen al Movimiento Electoral del Pueblo (MEP). Transfirió, en marzo del 69, la jefatura del país, a Rafael Caldera, presidente electo proveniente de Copei, el principal partido de la oposición.

Uno de los grandes logros del presidente Rafael Caldera fue lograr la paz política y social, acabando con las guerrillas que habían actuado en el país durante diez cruentos años. Algunos hechos políticos significativos durante el gobierno de Caldera cambiaron la estructura del juego político nacional. El primero de esos hechos fue la división del Partido Comunista que dio origen al Movimiento al Socialismo (MAS); el otro hecho relevante fue la Enmienda Constitucional Número 1, por la cual se excluye de la posibilidad de ser elegido presidente de la República y otros cargos a personas “que hayan sido condenadas a penas de presidio o prisión superior a tres años o por delitos cometidos en el desempeño de funciones públicas, o con ocasión de éstas”. Esta enmienda estuvo directamente dirigida contra el ex dictador Marcos Pérez Jiménez… lo demás es historia patria, deliberadamente manipulada, distorsionada, desfigurada, por unos socialistas bolivarianos del siglo XXI que pretenden santificar, consagrar la ignominia, la sangre, la violencia, el asesinato de tanta gente inocente que no conoció futuro y dejó de tener esperanzas.

En efecto, esta década venezolana no ha podido ser más violenta, más cruel y sanguinaria: oleoductos volados, policías asesinados a sangre fría para robarles su arma de reglamento, campesinos masacrados, aviones y personas secuestradas, destrucción de los activos fijos nacionales, inocentes ciudadanos fallecidos a causa de las bombas de la guerrilla, bancos robados y, lo que es peor, una generación de jóvenes sacrificados, inmolados en el indolente altar del castrocomunismo. Ciertamente, la monserga, la prédica, el inhumano consejo del Che Guevara a sus correligionarios alzados en armas, fue aplicado a rajatabla:

«El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar.»

Las paradojas continúan campando en la Venezuela bolivariana, chavista–madurista-castro–comunista, la violencia ya no la ejercen unos ilusos ciudadanos contra el Estado, sino que, ahora, su policía, sus fuerzas armadas, sus colectivos vengadores son los que —con total impunidad— ejercen una violencia institucionalizada, patrocinada desde la cúspide de la nomenklatura socialista del siglo XXI. No hubo pacificación verdadera para aquellos que continúan predicando la venganza, la revancha, el desquite, el reconcomio, la represalia, como excusa para compensar agravios pasados. Desafortunadamente no comulgan con lo aconsejado sabiamente por Jorge Luis Borges:

«Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón.»

Los compiladores y colaboradores de este libro, pretenden con sus testimonios y reflexiones —libres de todo corsé académico— contribuir a la recuperación de la vapuleada historia nacional, y apostar por una genuina convivencia democrática sustentada en la paz, la tolerancia y el respeto de los derechos fundamentales del ser humano.

Amén.

Enrique Viloria Vera.

Salamanca, 2019

 

 

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