El resultado de las elecciones del 3 de diciembre en Venezuela recoge una estructura electoral completamente viciada y fraudulenta, que pretendía corregirse apelando a la modificación de las condiciones electorales. Cuando la dirección opositora aceptó concurrir sin condiciones, sobre la base de la idea de que con votos podía derrotar el fraude, se planteó -ahora se ve- un objetivo inalcanzable. Esa estructura —Registro Electoral, cedulaciones, cazahuellas, maquinitas, presiones, listas fascistas, etc.— permite mucho más que el ventajismo clásico de un sistema imperfecto; es un plan diseñado rigurosamente para que el gobierno gane y la oposición pierda. No será así siempre; pero, así es ahora.

En beneficio del razonamiento que sigue, supóngase que Chávez sí obtuvo los resultados del CNE, avalados por la dirección opositora. Las implicaciones de esta situación son tremendas. Significa que el movimiento construido alrededor del Presidente se ha convertido en un fenómeno estructural de la sociedad venezolana; no es un hecho electoral, ni siquiera meramente político, sino que es algo más. Sería la expresión de fuerzas sociales nuevas, más poderosas que las antiguas, que encuentran su propulsión y también su expresión en Chávez.Más aún, esa votación indicaría que la derrota opositora no es producto de una circunstancia azarosa, sino de la incapacidad de entender a la sociedad emergente y mayoritaria. Si las cosas sucedieron de ese modo, la principal tarea no sería agitar un país que no se entiende, sino salir a entender un país que no se conoce.
Chávez
ha obtenido una doble victoria. Una, que nunca soñó, fue la legitimación, dada esta vez no por sus amanuenses en los poderes públicos, sino por la dirección de la oposición; la segunda, fue un mandato para realizar su proyecto socialista, dentro de lo cual la idea del consenso con la oposición es esencialmente imposible, y ya el Presidente asomó la contraseña. Se dirá que los ciudadanos no saben qué es el socialismo del siglo XXI y que Chávez no se los explicó. ¡Pamplinas! Lo que ha recibido el caudillo reelecto es un mandato para hacer lo que él quiere y en la forma en la que lo quiere. Por lo tanto, resulta una ingenuidad pensar que va a haber un diálogo que cuestione el proyecto del régimen. El cuento del diálogo es una película repetida, lo cual no impide que la Comisión Técnica designada por Rosales se convierta en centro de denuncia y concientización.

La oposición logró unirse en torno a un solo candidato, no se retiró del proceso y entre tanto, a vuelta de poquísimas semanas, logró «calentar la calle» con manifestaciones que no se veían desde aquel abril del 2002, mucho más de lo que habían logrado algunos melancólicos fierabrás que convocaban sin el menor éxito a ese calentamiento.

Por último, last but not least, se dio a la oposición la oportunidad de mostrar su propio músculo: cuatro millones bien redondos de electores. La política seria comienza cuando se habla en millones, decía Vladimir Ulianov, el mismísimo Lenin.

No se debe ocultar el hecho de que la oposición está atravesando el desierto y abril del 2002 y diciembre de 2006 son apenas oasis, pero no la llegada a Canaán, esa tierra de leche y miel. Porque ya lo dijo en el momento acaso más dramático de su vida León Blum, la política es un juego severo donde no todos los aciertos se cobran pero todos los errores se pagan doble.

Tampoco Chávez ganó su reelección el 3 de diciembre de 2006, y menos limpiamente. Lo hizo gracias a uno de los más escandalosos fraudes perpetrados en una América Latina que no los está, que se diga, estrenando. Pero el error de la parte más alborotada de la oposición está en confundir fraude con manipulación de los resultados.

Chávez no necesitó falsear las cifras del tres de diciembre, pues ya el encargo estaba hecho, por la acción delincuencial de Francisco Carrasquero y Jorge Rodríguez, junto con otros cómplices también premiados con munificencia. Fueron ellos quienes manipularon el registro electoral, prohijaron las listas Tascón y Maisanta, las cedulaciones express, las nacionalizaciones del mismo tipo y celeridad, los cambios injustificados de domicilio. Pero eso no fue obra de un día, sino de ocho años de delitos que en una democracia decente, les hubiera costado cárcel, devolución de sus sueldos mal habidos y una capitis deminutio.
Ellos sí se dieron cuenta (y lo han dicho) de que el fraude no estaba contenido en la manipulación de los resultados, sino en el obsceno ventajismo oficial.

Con todo, hay que insistir, Chávez perdió. En primer lugar, a él le interesaba mucho menos la victoria en las urnas que hacerle perder a los venezolanos la confianza en el voto como arma de combate democrático: no lo pudo, ni tampoco los abstencionistas que tanto lo ayudaban en eso.

No logró como hubiese querido, transformar la venezolana en una democracia plebiscitaria («diez millones» Chávez, cero la oposición) como paso previo a la dictadura totalitaria. No logró hacerle perder legitimidad a la oposición, pues no hay en este país ni en ninguno cuatro millones de «oligarcas» ni cuatro millones de golpistas.

Pero sobre todo, que debe contar que esos cuatro millones que apoyaron a Rosales, han encontrado en éste el líder por el que clamaban para conducirlos por un camino sembrado de obstáculos hacia la victoria.

* Senador en la Cortes Generales de España por el Partido Nacionalista Vasco

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