edgar-cherubini.jpgAntropólogos y etnólogos como Wilson, Schaden y Eliade, han estudiado el mito de la búsqueda del Paraíso y el de la Tierra de la Abundancia Eterna en las culturas indígenas de Suramérica, así como el papel fundamental de sus chamanes. En un capítulo sobre los Guaraníes de Brasil, Mircea Eliade (The Quest) comenta: “Los chamanes, obedeciendo a sus sueños y visiones conmueven a sus tribus con relatos, en especial el de la búsqueda de la Tierra de la Abundancia Eterna, para lo cual convencen a los suyos de renunciar a toda actividad profana y que dancen día y noche en vez de salir a trabajar a los conucos, prometiéndoles que las cosechas crecerán solas, que la comida, en vez de escasear, llenará sus chozas, y que los azadones removerán la tierra por sí mismas, que las flechas saldrán solas a cazar para sus dueños y capturarán muchos animales”.

Recientemente alguien escribió sobre la dificultad que han tenido algunos escritores y periodistas latinoamericanos de convencer a sus editores que sus crónicas no tratan temas de ficción, sino por lo contrario, que reflejan y narran los hechos tal cual suceden por estas tierras. Quizás el concepto más atinado para describir y tratar de entender nuestras realidades, atribuido al escritor Alejo Carpentier, sea el de realismo mágico. Esto viene a colación, a propósito del programa Aló Presidente emitido el tercer domingo de febrero y que incluyó en su superproducción sobrevuelos en helicóptero por la región de los llanos occidentales. El Presidente, ya en tierra, rodeado de sus guardaespaldas y actores de reparto vestidos de rojo, presentes en el set saturado de cámaras de televisión, con un dejo de sorpresa remarcado por el primer plano que hacía que su rostro ocupara toda la pantalla, se preguntaba en voz alta y con pausas que anunciaban su enojo, por qué, durante su recorrido aéreo, no había visto rebaños de ganado en esos pastizales eternos, ni surcos de arado que se perdieran en el horizonte, ni miles de hectáreas de cosechas listas para la recolección. Ese día, por un instante, una manigua de pensamientos le impidió continuar despejando la pica hacia ninguna parte que venía abriendo desde hacía horas, días y años ante un país invisible detrás de las cámaras de su revolución mediática. Se produjo un intenso silencio luego de su pregunta, algo insólito estaba sucediendo, pues poco tiempo atrás, en una visita relámpago a esa zona luego de una de sus visiones sobre el “desarrollo endógeno”, él había impartido órdenes precisas y claras: ¡que la tierra produjera sus cosechas! ¡Que las vacas dieran leche y parieran becerros!, pero fuerzas invisibles impedían que de la cornucopia del escudo nacional manaran los alimentos y frutos de esta tierra de gracia, generosa y pródiga: vacas, leche, becerros, pollos, caraotas, café, maíz. Volvió en sí, y entre risitas, guiños y chanzas, increpó con un aire malhumorado al responsable del “Ministerio del Poder Popular para la Cornucopia”, un tal Loyo: “!…Loyo, cuál es el rollo!” exclamó el Presidente esta vez haciéndose el cándido.

El Primer Chamán, que otrora hacía que el sol saliera todos los días por el oriente, se mostraba consternado por la pérdida de sus poderes mágicos. Su estribillo o mantra del “desarrollo endógeno”, de la “agricultura endógena”, de los “ejes de desarrollo”, sus cantos de ordeño en cadena nacional, sus órdenes dictadas en un programa anterior en esa misma región, no habían producido efecto alguno en los campos y potreros. Las danzas ceremoniales, sacrificios humanos e invocaciones con las que el piache mantenía el flujo de las estaciones de abundancia no estaban trabajando a su favor. Mencionar a viva voz sus deseos no significaba materializarlos. Sintió que se le agotaban los artificios. Ese día, desde el aire, vio la realidad, un paisaje desolado, una tierra de nadie, yerma, arrasada. Los remanentes que quedaban en el país, de gente e infraestructura agrícola y ganadera, desarrollo sabio y lento de quienes se ocupaban por generaciones de producir de la tierra, fueron suplantados definitivamente por un modelo de desarrollo instantáneo, ¨mágico” como es el del petróleo, que tiene “la fuerza de un mito”, provoca la ilusión de lo milagroso, además de comprar voluntades y conciencias en todas partes.

El crecimiento exponencial de las importaciones, que los expertos sitúan para este año en 50 mil millones de dólares, es anunciado como un logro mágico de su gobierno, cuando vemos al Presidente a la semana siguiente en pleno trueque de barriles de petróleo por quintales de avena y, como un prestidigitador que luego de un gesto hace aparecer un conejo, mostrar eufórico a su pueblo en cadena nacional a los barcos arribar a puerto cargados de vacas provenientes de Brasil, con carne de Argentina, con cochinos de Nueva Zelanda, caraotas de China, o leche de Bielorusia. Nos remite por analogía a lo que Bryan Wilson descubrió entre los aborígenes de Nueva Guinea: el “Cargo cult» o culto a los cargueros. “Los nativos, al ver que los europeos llegaban en barcos cargados de mercancías, pensaban que eran los espíritus de sus antepasados que les traían regalos, por lo que dejaban de trabajar y se iban a los puertos a esperarlos y a realizar ceremonias y danzas ante los enormes cascos panzudos repletos de provisiones, convirtiéndose en un verdadero culto a los barcos que atracaban en el puerto” (Magic and the Millenium).

En Venezuela nos hemos alejado de las certezas y hemos construido una “cultura del milagro”. Nadie como Cabrujas supo retratar los espejismos del populismo a través del símil de un Estado conducido por un brujo, un chamán o un mago: “¿De dónde sacamos nuestras instituciones públicas? ¿De dónde sacamos nuestra noción de Estado? De un sombrero, de un rutinario truco de prestidigitación. Un candidato que no nos prometa el Paraíso es un suicida. ¿Por qué? Porque el Estado no tiene nada que ver con nuestra realidad. El Estado es un brujo magnánimo”.

Volviendo al tema del chamán, éste encarna una cosmogonía con la que envuelve y comanda a la tribu a través de ceremonias y cultos, que unifican las mentes en la exploración de una dimensión invisible, mítica. En la Venezuela de hoy, encontramos que el Estado, las instituciones, la nación entera con sus riquezas y sus recursos, se encuentran encarnados en un solo hombre, el Presidente Chávez, quien pretende conducirnos con su visión mágica de la realidad hacia un nuevo milenarismo, convertiendo a la economía rentista y al país importador en un culto mágico donde él, a través de las pantallas de televisión, es el oficiante.

El antropólogo Fernando Coronil (El Estado Mágico), afirma que “el estado venezolano cautiva mentes. El público, sujeto al encantamiento, ni participa ni internaliza los argumentos: es conquistado, subyugado, arrastrado por el flujo persuasivo de la retórica. El estado tiende a deslumbrar mediante las maravillas del poder, no a convencer mediante el poder de la razón. Con la fabricación de deslumbrantes proyectos de desarrollo que engendran fantasías colectivas de progreso, lanza sus encantamientos sobre el público y también sobre los actores, se apodera de sus sujetos al inducir la condición de receptividad para sus trucos de prestidigitación: un estado mágico”.

Asistimos, perplejos, a la mayor elaboración en nuestros años de historia como nación, de la taumaturgia y la deificación de un Estado petrolero absolutista y rentista, que “ejerce el poder de forma teatral” y que, mediante el despliegue espectacular de los medios, impone su presencia en todos los espacios físicos y espirituales del país y su gente, “un estado que trata de conquistar, no de persuadir”, a través de sus prestidigitadores, vestidos antes con chaquetas a cuadros y, ahora, con uniformes militares y boinas rojas. “Pero, sucede que la magia alude a una realidad extraordinaria, pero también a una representación selectiva de elementos que provoca una ilusión, mediante invisibles manipulaciones apoyadas en la distracción y la diversión. Como la historia, la magia pende entre la ficción y los hechos, entre los trucos y la verdad” (Coronil).

Pese al fracaso y el desacierto en todos los órdenes de su gobierno debido entre otras, a la deificación del Petro-Estado rentista, a la ausencia de una visión coherente del desarrollo, a la carencia de políticas públicas sustentables, al despilfarro, a la ineficacia, y en especial al desatino mesiánico, nos encontramos frente a un prestidigitador, lenguaraz y astuto, que insiste en cautivar a su público con los mismos trucos una y otra vez. El saltar, sin orden ni concierto, de un tema a otro, sin fijarse en ninguno en concreto es lo que más ha utilizado para desconcertar a los menos educados y a los menos informados, mientras mueve sus dedos habilidosos para sacar la carta oculta, el ramillete de flores de plástico o la paloma del sombrero antes vacío. Los supuestos planes y soluciones a las urgentes necesidades de los venezolanos, se ven sepultados por un alud de trivialidades, chistes y anécdotas irrelevantes. Por hablar en exceso, deja ver un flanco que mucho daño le hace a su show y que ya su audiencia no traga: lo que evade, lo que omite, los temas y las respuestas que la gente está esperando escuchar, la imposibilidad de mostrar obras, hechos concretos, realidades, en vez de fantasías. Parafraseando a Woody Allen, podríamos elaborar un retrato de este ilusionista y sus circunstancias: “Ante una multitud perpleja, el mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto desapareció la delincuencia, hizo otro gesto y todos estuvieron felices y aplaudieron. Entonces, de entre la multitud, apareció un hombre virtuoso, habló de certezas con sabiduría y realismo. Al primer gesto que hizo, desapareció el mago”.

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