Venezuela nos necesitaLatinoamérica no podrá hacerse la de «la vista gorda ante la tragedia venezolana, como hasta ahora».

Hasta ahora la crisis venezolana solo surtía efectos dentro del propio país. Salvo uno que otro exabrupto de Hugo Chávez antes de morir, una que otra expropiación de empresas extranjeras sin la adecuada compensación, y una que otra injerencia menor en las contiendas electorales de naciones vecinas, los estragos de quince años de despilfarro, corrupción, deriva autoritaria y violaciones crecientes de los derechos humanos únicamente habían dañado a… Venezuela. Ya no.

La decisión del presidente Barack Obama de calificar formalmente a Venezuela como una “amenaza para la seguridad nacional” de Estados Unidos escala el enfrentamiento entre el gobierno de Nicolás Maduro y “el imperio”.

Former Mexican Foreign Minister and poli
Castañeda fue canciller de México de 2000 a 2003. Actualmente es profesor de Política y Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad de Nueva York.

Los motivos de la decisión norteamericana permanecen en el misterio; asimismo, no se comprenden del todo las consecuencias jurídicas de esta “certificación”.

Pero no es imposible que parte de la explicación resida en la pasividad latinoamericana frente a los encarcelamientos o desafueros de líderes opositores, la represión de manifestantes estudiantiles y empresariales, la censura de los medios, y el derrumbe de la economía venezolana.

Obama quizás busca obligar a definiciones a países como Brasil, México, Chile y Colombia, que sin ser parte del Alba, es decir, la coalición chavista de la región, han mantenido un desconcertante silencio ante los atropellos recurrentes de Chávez y Maduro.

Sobre todo, la operación norteamericana puede meter una cuña entre Caracas y La Habana, justo cuando al régimen cubano le importa más que nunca acelerar las negociaciones con Washington.

Conviene recordarlo: sin Venezuela, Cuba se hunde, a menos que encuentre una tabla de salvación sustituta. La única disponible es la normalización de relaciones con Estados Unidos, en mi opinión imposible a corto plazo, pero, en la opinión de muchos expertos, a la vuelta de la esquina.

Maduro reaccionó de dos maneras a la afrenta de Obama.

Primero, pidió poderes especiales a la Asamblea Legislativa, expidió nuevas leyes rehabilitantes y movilizó al Ejército y a las milicias en maniobras de guerra como si la invasión estadounidense fuera inminente: el viejo argumento de la agresión externa que justifica la represión interna.

Segundo, buscó y consiguió el apoyo de Unasur, una de las nuevas organizaciones regionales, cuyos pronunciamientos son tan frecuentes como inocuos, y solicitó una reunión del Consejo Permanente de la OEA el 18 de marzo –día en que será elegido el nuevo Secretario General– para vituperar contra la decisión de Obama y obtener respaldo latinoamericano.

Más aún, se prepara para transformar la Cumbre de la Américas –a la que normalmente acuden EE. UU., Canadá y todos los países de la región, salvo Cuba– en un aquelarre retórico contra el “intervencionismo yanqui” en su país.

Solo que esta vez en principio asistirán a la reunión de Panamá Obama y Raúl Castro; se darán la mano; se sentarán a la misma mesa y tal vez celebren una reunión bilateral si logran destrabar las negociaciones sobre la apertura de embajadas en cada capital, y en particular eliminar a Cuba de la lista de países que, según Washington, apoyan el “terrorismo internacional”.

No se ve claramente cómo el deshielo de Estados Unidos con Cuba se compagine con una confrontación verbal y política virulenta con Venezuela, en la que Cuba y sus aliados se verán obligados a tomar partido. Ya lo hizo el Gobierno isleño desde La Habana, manifestando su apoyo incondicional a Maduro, pero con Obama en frente lo tendrá que pensar dos veces.

Pero tampoco se vislumbra una salida fácil para los países antiintervencionistas, sin ser prochavistas. No parece sencillo esquivar los escollos de Panamá sin comprometerse con unos o con otros.

¿Qué harán los presidentes de Brasil, México, Chile y los demás países antiintervencionistas, pero no prochavistas, que han aplaudido –con toda razón– la distensión entre Cuba y Estados Unidos?

¿Se unirán al estridente coro de Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales, Rafael Correa y Cristina de Kirchner, acorralando a Obama en Panamá, o repetirán el exhorto del rey Juan Carlos I a Chávez: “¿Por qué no te callas?”. ¿Tratarán de desactivar la trampa tendida por Maduro a Obama, o se resignarán a la ausencia del estadounidense si la celada se confirma?

Solo es seguro un vaticinio: los grandes países de América Latina no podrán hacerse los de la vista gorda ante la tragedia venezolana, como ha sucedido hasta ahora. Gracias al aparente exceso de Obama, a la desesperación cubana por atraer inversiones, turistas y comercio, y frente al descalabro económico venezolano, producto de la incompetencia y de la caída del precio del petróleo, el tiempo de la indiferencia se agotó. Enhorabuena.

Opositores que siguen en prisión

La orden de liberación otorgada ayer al exalcalde de San Cristóbal (Táchira) Daniel Ceballos no significa su salida de la cárcel.

Leopoldo López, líder, Voluntad Popular

Se entregó a las autoridades el 18 de febrero del 2014, tras ser acusado por el Gobierno de incitar a las protestas que dejaron un saldo de 43 muertos. Está recluido en la cárcel militar de Ramo Verde.

Antonio Ledezma, alcalde de Caracas

Fue detenido el pasado 19 de febrero en su despacho y recluido en las oficinas del Servicio de Inteligencia (Sebin), acusado de conspirar contra el gobierno de Nicolás Maduro.

Daniel Ceballos, alcalde de San Cristóbal

Está recluido en la prisión de Ramo Verde desde marzo del 2014, por las mismas causas por las que es juzgado López, además de los delitos de rebelión y agavillamiento. Fue condenado a 11 meses.

Lorent Saleh, estudiante

Fue detenido en Colombia y deportado a Venezuela en septiembre pasado por hacer proselitismo, una actividad prohibida por las normas migratorias. Se lo acusa de delitos contra el Gobierno.

Iván Simonovis, exsecretario de seguridad

Fue condenado a 30 años de prisión por los sucesos del golpe de Estado contra el fallecido presidente Hugo Chávez en el 2002. Por su estado de salud, desde septiembre pasado recibió la medida de casa por cárcel.

*Publicado originalmente en El Tiempo de Colombia.

http://www.eltiempo.com/mundo/latinoamerica/analisis-a-la-situacion-de-venezuela-con-estados-unidos/15471797

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