Lacombe, Lucien 1
El papel de los franceses durante la ocupación nazi, las motivaciones y acciones de los colaboracionistas y la degradación moral que ello suponía están muy presente en Lacombe, Lucien.

Patrick Modiano ganó el Nobel de Literatura, un hecho que tendrá más que ver con el lobby de la cultura francesa que con sus credenciales. Pero vale la pena anotar que Modiano tiene en su haber el libreto de una película que cumple cuarenta este año y que en su momento removió la buena conciencia gala, hurgando en un tema siempre urticante.

El papel de los franceses durante la ocupación nazi, las motivaciones y acciones de los colaboracionistas y la degradación moral que ello suponía están muy presente en Lacombe, Lucien. La formulación del título remite a un expediente policial y por elevación a un formulario que a muchos les gustaría archivar. Pero la narración de Louis Malle (otro director maldito para la crítica, siempre a la búsqueda de aristas oscuras del ser humano como Ascensor para el cadalso, Soplo al corazón y alguna otra), logra exactamente lo contrario. Lucien Lacombe es apenas un paysan del Sur francés. Intenta entrar en la resistencia pero es rechazado, y por casualidad entra en contacto con un colectivo colaboracionista a través del cual se nos presenta una galería de personajes torvos, retrato de la época que se vive. Hay un policía alcohólico y denigrado por sus ex jefes que ahora trabaja para los alemanes, su amante amargada que le lleva la lista de denuncias anónimas (hasta hay gente que escribe para denunciarse a sí misma, dice con desprecio por sus compatriotas), un fundamentalista nazi, un playboy y su novia actriz de cine. Y en la acera opuesta, los maquisards resistentes y un sastre judío que, de integrado que está a la sociedad francesa, ha llamado a su bellísima hija, France.

Lo siniestro del caso es que, excepción hecha del radical ideologizado que repite consignas a lo Maduro, ninguno de los otros miembros del colectivo se mueve por afinidad política. Son rémoras, seres que han derivado en la colaboración con el invasor por despecho, mediocridad o ansias de poder (y de paso de dinero). Y Lucien entra a formar parte del grupo por accidente, buscando una identidad que solo el entramado de intereses nucleado en torno a una actividad cualquiera puede darle. Y en esto Modiano y Malle son subversivos. Porque Lucien Lacombe es un francés promedio que entró a colaborar pero bien hubiera podido entrar con la misma ligereza en la heroica resistencia, solo movido por su gusto por la sangre (una escena inicial lo muestra matando pollos con sus manos), su pulsión erótica (por Aurore Clément, pero también por una doméstica del grupo) o su simpleza e ignorancia.

A pesar de todo, hay un atisbo de salvación precisamente a través de la belleza (y el erotismo) que despliega France en otro gesto ruptural del libreto. Cuando Lucien rompe con su pertenencia al colectivo, después de haber realizado con ellos actos monstruosos, no lo hace por patriotismo, mucho menos por ideología. Lo hace siguiendo los mismos impulsos que lo llevaron a unirse a él. El libreto es sutil.

Por un lado rescata el heroísmo de los resistentes que llegarán a ser torturados (un maestro de escuela, un médico que cae por seguir su vocación), por el otro, una vez sentado ese precedente, hace la radiografía de esa Francia siniestra y oculta que retrata muy bien otro documental imprescindible sobre el período, Le chagrín et la pitié/El dolor y el miedo de Marcel Ophuls.

Por ello Lacombe, Lucien mantiene su prestigio y su vigencia incólumes en la hora actual. Porque no habla de un pobre (pero siniestro) infeliz sin mayores luces en la Francia ocupada, sino de la figura, el arquetipo de quienes, enfrentados a la posibilidad del poder, harán lo imposible por conservarlo en cualquiera de sus formas, independientemente del contexto. Se trata de un paso anterior al ejercicio obsceno del poder: el encuentro de la identidad en un grupo que lo apoya. Un film que se interna en los caminos de la banalidad del mal con partitura de Django Reinhardt.

Una película maldita cuyo protagonista, Pierre Blaise, se mató en un accidente de carro al año siguiente de ser fusilado imaginariamente en su primer papel protagónico, según nos explicaba el último título de la película.

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