Frida Kahlo 2
Prakriti Maduro revela el dolor y la soledad de la pintora mexicana.

La segunda obra del dramaturgo mexicano Humberto Robles fue concebida en 1998 como un recuento vital de Frida Kahlo contado por ella misma el 2 de noviembre de 1953, casi un año antes de su muerte en Coyoacán, la misma ciudad donde nació en 1907. En este monólogo de poco más de una hora, revive los momentos trágicos que marcaron su vida —la poliomielitis que la atacó cuando era niña, el accidente vial que destrozó su cuerpo cuando apenas tenía 17 años, la amputación de su pierna derecha por gangrena un año antes de su muerte— y la importancia que en su conflictiva afectividad tuvo el muralista Diego Rivera, con quien estuvo unida en dos oportunidades, y otros personajes tan diversos como Pablo Picasso, André Breton, Nelson Rockefeller y León Trotsky. Desde su estreno Frida Kahlo, viva la vida ha sido montada en diecinueve países, incluida la puesta en escena que dirige en Caracas Juan José Martín con la interpretación de Prakriti Maduro como la pintora mexicana.

La noche de ese Día de los Muertos Kahlo espera a sus invitados para la cena de esta tradición mexicana de origen prehispánico. La apertura de la pieza impacta por su firmeza visual y define el tono de lo que expondrá después esta notable creadora de textos y pinturas, durante la primera mitad del siglo XX. Prisionera de su cuerpo y sus desgracias, se refugia en sus calaveritas, sus cuadros, su tequila y sus ropas para evocar su amor por Rivera, su furia por sus infidelidades, su ironía sobre los franceses y norteamericanos y, sobre todo, para soportar su soledad. La obra no requiere de otro personaje porque se trata de una confesión interior, íntima y desgarrada, que evoca sus momentos más hermosos y sus etapas más difíciles. No importa si el espectador conoce o no la historia de Kahlo —la construcción textual va conformando un fresco casi cronológicamente— aunque hay que reconocer que se trata de una de las figuras más celebradas del arte latinoamericano, sobre todo a partir de los años setenta. La representación evoluciona hasta la conciencia de su muerte, la comprensión de su final, la aceptación de su vida. Artista, revolucionaria, feminista, fue una luchadora provocadora e indoblegable, salvo ante la Catrina, la calavera que simboliza la muerte.

Hay varios aspectos notables en este montaje caraqueño. El más visible se encuentra en la actuación de Prakriti Maduro, quien domina la escena de principio a fin construyendo el personaje desde sus limitaciones físicas y emocionales hasta sus posibilidades más extremas. A través de sus gestos, palabras, desplazamientos, miradas y lágrimas va confeccionando el tejido emocional de la vida de una artista transformadora, definida por el dolor surgido de la ausencia. Dolor y ausencia. La ausencia de Rivera, se entiende. Ella aguarda la llegada de su Diego, quien no se presenta. Se burla de Breton pero se sabe la esposa de un genio, del pintor de pintores. Se mofa de Trotsky pero exclama ser el amor de un artista tan descomunal como su obra. Maduro construye ese personaje tan complejo con un trabajo detallista y lo hace descender a los sueños de un ser humano.

Otro factor esencial reside en la puesta en escena de Martín, amplia y compleja, que organiza los elementos escenográficos, de vestuario y de iluminación para conformar la atmósferas que definen el humor y los estados de ánimo de su personaje. Sabe sacarle partido a las limitaciones espaciales de la Sala Plural del Trasnocho Cultural y logra involucrar al espectador en esta historia con los desplazamientos de su actriz y con el manejo de sus elementos: la mesa, las tres hojas de espejos, el vestuario, los caballetes, los autorretratos de Frida, la silla donde reposa la camisa. Desde antes que el público acceda a la sala se encuentra con espacios dedicados a recrear el universo visual y musical de Kahlo. Especialmente, Martín sabe gerenciar el clima dramático in crescendo que conduce a un final que se queda en las retinas. El principio y el final de su montaje son fundamentales.

Esa labor del director halla soporte en la muy cuidada dirección de arte de Diego Rísquez, plena de detalles perfectamente justificados. Los colores de México, sus símbolos populares, sus materiales propios, los objetos de Frida Kahlo, constituyen los elementos de un ámbito personal. Hay que agregar el muy expresivo vestuario de Eva Ivanyi, de gran importancia en la construcción del personaje, y la iluminación de Valentina Sánchez, matizada y precisa que va marcando el desarrollo de la obra. Hasta la selección de temas musicales, por parte del director Martín, se articula coherentemente a esta puesta en escena de largo aliento.

Frida Kahlo, viva la vida ha tenido un éxito notable de público. Desde su estreno a finales de enero sus funciones han estado llenas. Yo no había podido escribir porque no encontré boletos en varias oportunidades. En parte se debe a la fascinación que ejerce la pintora mexicana en el imaginario cultural de América Latina, pero sobre todo a la cuidada producción local, que supo armonizar los elementos esenciales de la obra, y a la interpretación de Maduro, sobre quien recae la primera apreciación de la obra. Ha extendido su temporada hasta el 20 de abril.

FRIDA KAHLO, VIVA LA VIDA, de Humberto Robles. Dirección: Juan José Martín. Producción ejecutiva: Prakriti Maduro y Noelia Depaol. Producción general: Yehilyn Rodriguez. Iluminación: Valentina Sánchez. Vestuario: Eva Ivanyi. Dirección de arte: Diego Rísquez. Selección musical: Juan José Martín. Elenco: Prakriti Maduro. Sala Plural del Trasnocho Cultural. Viernes 8:00 pm, sábados y domingos 7:00 pm.

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