Lezama Lima y Carpentier
Una imagen de la Cuba de las luces: José Lezama Lima, Lilia de Carpentier, Julián Orbón y Alejo Carpentier hacia 1936. Fotografía del archivo personal de Lezama Lima.

Amo a Martí. Amo los sencillos versos de su Ismaelillo (“Hijo soy de mi hijo / él me rehace”) y amo la escritura acerada de sus crónicas neoyorquinas y sus diarios; pero no amo la falsificación histórica que pretende explotar a Martí como capital simbólico, volviéndolo papá de Fidel, abuelo de Chávez y legitimador de las peores autocracias seudoizquierdistas del continente.

Amo La Habana. Amo su elegancia airosa de dama caribeña en perpetua danza con el mar; pero no amo su vergonzosa decrepitud, el maltrato patrimonial al que ha sido sometida por tantos lustros de fracaso económico revolucionario.

Amo la belleza insular, el contoneo de sus altísimas palmeras, su luz extraordinaria y su perpetua entrega a las olas; pero detesto la discriminación en los Meliás de cinco estrellas de Varadero, donde un cubano solo puede entrar como parte de la servidumbre.

Amo el son y el danzón, el legado de Lecuona, las manos prodigiosas de Bebo Valdez y las voces de Ibrahim, de Omara y de Celia. Pero no soporto las quejas atipladas de Silvio ni la desfasada canción protesta: me saben a caña amarga.

Amo la robusta ficción de Alejo y de Lezama, la ilustrada y lúdica disidencia de Cabrera Infante y la osadía imaginaria de Reynaldo Arenas. Amo la resistencia vuelta relato en las páginas de Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez. Pero no amo la panfletaria y previsible novela de la revolución, ni la miopía triste y funcionarial de Fernández Retamar, ni el olor piche del apartheid ideológico que hiede en Casa de las Américas.

Amo el cine de Gutiérrez Alea y la espontaneidad de las sampableras musicales de Buena Vista Social Club; pero detesto las libretas de racionamiento, los cuerpos colgados como reses en las guaguas, los trabajo forzados y la mentirosa pedagogía del “estímulo moral” para el “hombre nuevo”.

Amo la ingeniosidad del pueblo cubano para sobrevivir a la miseria en el Mar de la Felicidad, su humor invencible, su franqueza y su hospitalidad off the records, su talento para bailar como los dioses de un olimpo tropical. Pero nunca comulgaré con el pensamiento único, ni con el adoctrinamiento de los pioneritos, ni con los almacenes solo para turistas, diplomáticos y altos funcionarios, ni con el monopolio informativo, ni con las alcabalas ideológicas, ni con la hipocresía homofóbica.

Amo la valentía y el santo anhelo de libertad de los balseros (los que llegan a tierra y los que son almuerzo de los tiburones). Pero no amo la decana tiranía que los arroja a ese abismo de olas gigantes y dientes afilados.

Amo el sacrificio y la entereza de Guillermo Fariñas y la voz intrépida de @yoanisanchez. Amo su tenacidad, su apuesta por el tuit libertario, su desparpajo. Amo la persistencia de las Damas de Blanco. Pero no amo el inaudito cinismo del caimán barbudo, cuando dice que las jineteras son las putas más cultas de la historia.

Amo de todo corazón a mis hermanos Ileana Baptista y Arhan Pérez Alea; pero no amo la infiltración de agentes cubanos en Venezuela, disfrazados con batas de médicos y sudaderas de entrenadores deportivos.

Amo a Cuba, pero rechazo y protesto contra la dominación cubana en mi país, contra el saqueo de nuestro patrimonio a costa de miseria, inflación, desabastecimiento y violencia.

Amo a Cuba y respeto su bandera; pero no tolero verla enarbolada en nuestros cuarteles ni en nuestros actos oficiales como símbolo inequívoco de una Venezuela sometida, convertida rehén, en trofeo, en provincia del imperio castrocomunista.

Amo Cuba, pero no soporto a los estrategas marca G-2, que ayudan a sostener un régimen ilegitimado por sus propias ejecutorias, a los sapos que espían a nuestros empleados públicos y a las comunidades populares, a los oficiales invasores que mandonean impunemente a nuestra Fuerza Armada.

Amo a Cuba, pero como enemigo de todo imperialismo, me toca decir hoy: Agentes cubanos: ¡go home!

@doblepachecove

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