Hijos de la sal
Dos caracteres fuertes e ingenuos a la vez que van tejiendo una trama con cierto tratamiento sórdido pero a la vez poético.

Este film de los hermanos Luis y Andrés Rodríguez consiguió siete premios en el XIV Festival del Cine Venezolano de Mérida 2018, los correspondientes a película, dirección, actor (Terry Goitía), actriz (María Alejandra Jiménez), actor de reparto (José Torres), sonido y música. Por eso lo elegimos para nuestro próximo Cine Encuentro el sábado 8 de septiembre, a las 10 am, en el Trasnocho Cultural. Hablarán con el público los hermanos Rodríguez, con los aportes de Edgar Rocca y Trino Márquez. Comparto con ustedes mi análisis.

Han pasado cinco años desde que los hermanos Luis y Andrés Rodrí­guez presentaron su primer largometraje de ficción Brecha en el silencio (2013), que abordó como tema central la violencia en el barrio, pero no aquella referida al malandraje o la represión policial sino la violencia fí­sica y emocional dentro de la familia. La violencia interna. Un drama muy duro que evadió los lugares comunes del cine de la miseria. Ahora regresan con Hijos de la sal, otro drama que repite la ruptura familiar en el marco agreste de las salinas de Paraguaná, en el estado Falcón. Ya no se trata del barrio sino de la tierra de nadie, un universo olvidado donde no existe la tecnología pero sí­ la desesperanza y la necesidad de supervivencia. No propone una identificación espacial. Puede ser en cualquier país, no importa. Lo que cuenta es lo que sienten sus personajes, sus miedos y angustias. De nuevo la violencia sutil e interna.

Los personajes principales de esta obra poco usual son los hermanos Marí­a y Enrique, apenas unos niños debutando en la adolescencia y descubriendo sus consecuencias. Son hijos de un anciano que anuncia su agonía en medio de la naturaleza inclemente. Ambos se plantearán la continuidad de sus existencias en ese pueblo olvidado de la contemporaneidad. Quedarse o emigrar. María quiere marcharse mientras Enrique, el menor, trata de emular a su padre, es decir, seguir trabajando en la salina. Dos caracteres fuertes e ingenuos a la vez que van tejiendo una trama con cierto tratamiento sórdido pero a la vez poético. En el fondo es una historia de amor, es decir, una historia sobre la necesidad del amor en un mundo seco y corroí­do por la sal y la soledad. Al final, solo se tienen a ellos mismos. Uno depende de la otra y al revés.

Hijos de la sal carece de ubicación temporal. Se intuye el pasado rutinario de sus personajes pero no se sabe de dónde vienen ese anciano y sus hijos ni dónde está o estuvo la madre de esos chicos. La casa no tiene electricidad ni agua corriente. Solo el bar del pueblo exhibe cierta tecnologí­a del siglo pasado. Desde luego, no hay celulares ni tabletas. Pero sí­ se plantea el hallazgo del erotismo, de la afectividad y de la promiscuidad. En esa atmósfera de desolación se desarrolla una toma de decisión.

La fotografía de Juan Lamata logra expresar esa atmósfera de aislamiento y olvido con una estética muy particular que logra momentos de gran belleza. Su propuesta acompaña el montaje de Carlos Mendoza y la música de Mike y Jim Durán para respaldar las actuaciones de Terry Goití­a como Enrique y María Alejandra Jiménez como Marí­a. Convincentes en sus dudas y angustias. Fueron secundados por José Torres, contundente.

Los hermanos Rodrí­guez lograron realizar una pelí­cula compleja, que huye del facilismo narrativo y pone el acento en la intimidad de sus personajes. Y esa intimidad no puede evadir sus miedos y desconciertos, sobre todo porque sus personajes son casi niños en un mundo de adultos. Un tipo de cine no muy común pero necesario.

HIJOS DE LA SAL, Venezuela, 2018. Dirección: Andrés y Luis Rodrí­guez. Guion: Carlos Tabares, Andrés y Luis Rodrí­guez. Fotografí­a: Juan Lamata. Montaje: Carlos Mendoza. Música: Mike y Jim Durán. Dirección de arte: Verónica Suárez. Elenco: Terry Goitía, Marí­a Alejandra Jiménez, José Torres, Aní­bal Grunn, Yixi Villegas, Jesús Vergara, Aris Belén Mena. Distribución: Cinematográfica Blancica.

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