Especial para Ideas de Babel. Para el ser humano sin cuerpo no hay existencia real ni divina. Es una advertencia de la conciencia que lo guÃÂÂa, pero la que paradójicamente, no puede tocar ni ver. Pienso la conciencia mientras ella me piensa a mi. No hay nada más allá. Es tradición â€â€Âde todas las culturas que las religiones o la metafÃÂÂsica obstinen en persuadir a la persona con la idea de que la existencia se prolonga â€â€Âaun sin el cuerpo hacia un umbral o territorio desconocido, pero de luz y paz eterna, que pone fin al desasosiego que accidenta a la vida. Sin embargo, ante la certidumbre o el acoso de la muerte, algunas personas sucumben en el pesimismo y la desesperanza de que más allá del cuerpo no hay existencia que estimar. El recuerdo es demasiado mezquino porque termina olvidándonos. Los que se debaten en la agonÃÂÂa de la herida o la larga y dolorosa enfermedad, acrecientan sus dudas antes de que su conciencia se apague como la llama de una vela, o con ese último suspiro que es el estertor que estremece las paredes del mundo. La misma frase de Jesucristo en la cruz es reveladora: Señor ¿por qué me has abandonado? Contrario ocurre con los suicidas, aquellos que deciden desprenderse de su cuerpo, con un ciego y calculado valor, cuando no soportan las continuas depresiones o los tormentos de la conciencia que los abate.
Para los mÃÂÂsticos y los creyentes de fe, el cuerpo solo es el depositario o el testimonio concreto del alma o de una energÃÂÂa del universo infinito, que no cesa con la palabra finitud. Otra forma de trascender el miedo a la muerte es amándose sin cesar en este bosque frondoso donde estamos. La alegrÃÂÂa de vivir está vinculada con tener un cuerpo satisfecho de sus necesidades, que permita disfrutar de la existencia breve a la que ha sido destinado cada miembro de la humanidad. La felicidad que de ella se desprende está asociada a placeres y goces secretos, escondidos, asàcomo a los sentimientos más sublimes que florecen en aquellos lugares que todavÃÂÂa no hemos visitados, o de los charcos de la muerte. El arte busca eternizar la brevedad de la vida humana, en lo apolÃÂÂneo de la danza o el ballet. En las posturas plasmadas en imágenes por la fotografÃÂÂa, en el trazo del dibujo o en los colores de la pintura. Las palabras también van por ella con un poema, con una descripción o una metáfora, con una pelÃÂÂcula que se proyecta infinitamente en nuestra mente, como para que no olvidemos que la imaginación es nuestra única gloria por la que vale la pena morir, ese sueño que contiene el futuro por inventar a cada instante.
Amar el cuerpo del otro es amar el propio cuerpo. Bien sea en su esplendor o decadencia. Cuidar el cuerpo o glorificarlo hasta la cumbre de su esplendor, supone preservar la existencia de la lenta voracidad del tiempo, asàsea ignorado o nunca se llegue a saber, el sentido profundo de su significación. Ese es quizás el misterio más profundo de la vida. Por ello, uno de los mandamientos de la naciente del cristianismo fue advertir al ser humano, con la sentencia del mayor de los mandamientos: No matarás. Porque el cuerpo de la persona es el templo o el récipe donde se halla la existencia de Dios. Yo soy el que soy.
Las guerras están hechas para destruir el cuerpo, matarlo o mutilarlo hasta trastocar la brújula de la conciencia. Mas quien va a la guerra marcha con un nombre y regresa con otro, si es que regresa del campo de batalla. Las batallas del amor son distintas, las únicas donde se va desarmado, inerme, como un niño que toca un violÃÂÂn en medio de una marea de manifestantes que enfrentan el repiqueteo de las balas que los atraviesan, destrozan su carne, sus huesos y también con esos gases inclementes que hacen acordar aquellos que se usaron en los campos de concentración para acabar con la respiración, ese hilo invisible que sostiene a la vida. Las cárceles están hechas para degradar el cuerpo o lo que habita en éste. El encierro tensa tanto la conciencia que el prisionero busca fugarse de sàmismo con una rutina que inventa, para no sucumbir a las normas rÃÂÂgidas de sus carceleros o del sistema penitenciario. Si logra conquistar una idea inédita, esta florece, pero nadie puede arrancar esa flor.
Toda verdadera rebelión contiene algo inédito, algo que al principio no puede traducirse, sólo sentirse. Es la fuerza intangible del espÃÂÂritu que se expresa a través del cuerpo. Porque la rebelión verdadera agota la razón y el cálculo, al crear un nivel de comprensión y acción nunca antes imaginado. La rebelión nueva nace del acumulado sufrimiento y la impotencia de ese cuerpo maltratado, vejado. Mas â€â€Âen ese territorio oscuro y doloroso prende la llama de la lucidez desacostumbrada y comienza a propagarse y a vencer la dominación y condena, fraguando en su natural y único proceso nuevas tácticas y estrategias de liberación al superar aquellas formas anteriores de rebeliones acumuladas por la historia. Ninguna ola del mar es igual a las otras.
Lo nuevo es una logÃÂÂstica de contrastes que construye y reserva el gran momento en la que debe actuar la unidad polÃÂÂtica de todo el movimiento rebelde, para consolidar la rebelión total contra el poder total. El liderazgo se democratiza cuando la épica se vuelve espÃÂÂritu puro. El triunfo se da por avalancha y sin fisura y es, entonces, cuando la resistencia pasa a la defensiva y luego a la ofensiva. En ese momento su protagonista esencial es el individuo, vÃÂÂctima desamparada ante la brutalidad del gobierno que lo reprime, lo tortura y lo encarcela. Pero no sólo la vÃÂÂctima se rebela contra su opresor, sino contra los temores y objeciones de sàmismo. Ese miedo a la libertad que algunos llevamos por dentro.
Lo que ocurre en Venezuela no es producto de la rebelión de una juventud generacional que sustituye a otra que ha envejecido, sino de aquella que convoca a la fuerza eternamente joven que hay en cada venezolano. La rebelión que está activada en Venezuela, lo hace librándose de la tradicional concepción de hacer polÃÂÂtica y, también, de los lastres anacrónicos de la revolución como fenómeno infame del siglo XX. En ese siglo pasado la revolución pareció vencer a la democracia y la democracia buscó a adaptarse y sucumbir a las pautas de la revolución. Eso explica cómo a finales del siglo XX, el totalitarismo cubano se ha convertido en el imperialismo de la América Latina. Penetra con sagacidad y astucia los organismos regionales de la democracia y desmonta las democracias blandas de los paÃÂÂses latinoamericanos.
Hasta hace poco la oposición polÃÂÂtica venezolana lucÃÂÂa impotente ante este expansionismo y, de repente, los invasores cubanos y su bestial paradigma de la revolución encontraron una resistencia combativa y opositora jamás pensada, en este ancho y profundo territorio del alma. La juventud venezolana en su esencia eterna, liderada por estudiantes y algunos valiosos jóvenes polÃÂÂticos que ingresaron a la escena del combate que se vive actualmente en este paÃÂÂs irreductible, asàlo demuestran. El cuerpo de esos héroes que han caÃÂÂdo, han sido los que han sonreÃÂÂdo y enfrentado a la muerte con serenidad y fortaleza mÃÂÂstica, como un poema que se escribe por primera y última vez. Pero para quedarse después, tatuado para siempre en el cuerpo de los valientes que sobrevivirán a la tragedia de este pueblo.
@edilio_p