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¿Cuál es el futuro de esta generación de nuevos venezolanos que están naciendo en hogares cada vez más pobres?

Mientras escribo estas líneas, en mi isla favorita, mi añorada Margarita, cientos de feligreses acuden al Valle del Espíritu Santo a orarle a la Patrona de Oriente: la venerada Virgen del Valle.

Y es que, en momentos como los que vivimos, orar y aferrarnos a nuestra fe, son algo así como la única ventana abierta hacia la esperanza. La oración termina siendo la pomada contra los golpes o el consuelo ante tanta tristeza. No está fácil vivir en Venezuela. Mejor dicho, permanecer en el país que tanto amamos, va más allá de un acto de fervor como el que profesan los devotos de la Virgen…Pues a ella, dirijo mis peticiones, con el anhelo de que nuestro país aprenda la lección, se sacuda la inmundicia que la aplasta y salga de la miseria que lo asfixia.

También pongo en manos de la Virgen las vidas —y las conmovedoras historias— de cientos de venezolanos que ya no saben cómo luchar contra el hambre, la pobreza y las enfermedades que los diezman. Hay demasiada gente padeciendo. El hambre no es cuento. Los buscadores de comida en la basura no son producto de la ciencia ficción. Los vi hace pocos días revisando los contenedores de desperdicios de un restaurante de la capital. Escenas como esa se replican a cualquier hora: en cualquier lugar donde pudiesen estar depositados los desechos de algo que sirva para comer.

Contrasta la extrema delgadez de niños, mujeres y hombres de mi país, con la obesidad resplandeciente e inocultable de los saqueadores que nos mal gobiernan. Con sus guayaberas rojas talla XXX prensadas a los cuerpos y los niveles de colesterol elevados de tanto lujo mal habido. Un despilfarro y una riqueza súbita que sus gorduras no les dejen esconder. Contrastan las barrigas monumentales de alcaldes, gobernadores y ministros oficialistas con las pancitas hinchadas por parásitos de los niños de nuestros barrios. Contrastan las suntuosidades y los excesos de los personeros de la Revolución, con los teteros de agua sucia que sorben desesperados los bebés nacidos bajo este mandato aniquilador.

Reina la desnutrición en la gente de escasos recursos y repercute con mayores consecuencias sobre su descendencia, amenazada desde ya por las enfermedades que aparecen cuando la alimentación, desde recién nacidos, ha tenido demasiadas deficiencias. ¿Cuál es el futuro de esta generación de nuevos venezolanos que están naciendo en hogares cada vez más pobres? ¿Cómo va a la escuela un niño de 7 años para aprender a leer o escribir cuando la decisión de sus padres se debate entre darles de comer o comprar el uniforme? ¿Cómo se alimenta una familia cuyo ingreso es apenas un sueldo mínimo —o dos si la madre también trabaja— si para poder adquirir la canasta alimentaria necesitaría multiplicar ese monto por cien?

¿Qué pasó con los olvidados de siempre, a quienes Chávez quiso dignificar? ¿Por qué en estos siniestros años de totalitarismo chavista-madurista se han incrementado los índices de pobreza extrema, los embarazos adolescentes, las muertes por desnutrición, las deserciones escolares, la delincuencia y la inflación? Este régimen ha disparado los indicadores más vergonzosos que pueda ostentar una nación, sin demostraciones de arrepentimiento o rectificación; porque al menos si el desgobierno diera muestras de querer enmendar los entuertos en los que nos han hundido, aceptar que ya no son mayoría y respetar los mandatos de la Constitución, «todavía tendría chance de salir por la puerta delantera», como dice Pedro, mi amigo el mensajero, quien analiza mejor que nadie la realidad de Venezuela, porque la vive y padece a diario, montado en su moto.

El hambre, ese nuevo legionario de la muerte que recorre nuestro país, pende sobre las cabecitas de los recién nacidos marcados por el sello de la pobreza y los amenaza con arrebatarles las vidas de un momento a otro. Se llena el país de mamás luciendo su involuntaria extrema delgadez, de cuyas tetas secas se aferran y cuelgan niñitos ávidos por sorber algo que les calme el apetito… Se multiplican los casos en los barrios de cualquier rincón de Venezuela, porque el control de la natalidad no existe y las niñas se inician cada vez más niñas en el arduo oficio de la maternidad. No es difícil vaticinar cuál es el futuro que les depara a esos neovenezolanos. No es difícil suponer cuán enfermos y cuán pobres pueden llegar a ser esos bebés que nacen marcados por el hambre.

«Mi nieto está enfermo y muy flaquito. Lo llevé al Hospital de Niños y me lo dejaron hospitalizado. El doctor me dijo que tiene cinco kilos menos de lo que debería estar pesando. Tengo que engordarlo; pero, ¿cómo, si no puedo comprar más comida? Y como no trabajé esos días, no pude cobrar». Así escuchó una amiga que le decía una señora a otra, mientras limpiaba el baño de un centro comercial. A la mujer le colgaba el uniforme. La otra la escuchaba, desde la resignación de una faena compartida que rinde pocos dividendos o, mejor dicho, que no alcanza para alimentar a la familia. «Maduro nos está matando de hambre, chica. Yo salí esta mañana sin desayunar. Si compraba pan, no tenía para el pasaje. A mis hijos y a mi nietecito les dejé para comer una olla con sopa de sobre y un huevo». «Y ellos ¿qué desayunaron?» le pregunta la otra. «Nada… hoy la sopa de sobre será la única comida del día».

mingo.blanco@gmail.com

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