Para un gobierno que desprecia la institucionalidad, que se rige por los designios o caprichos de una sola persona, ha de ser muy difícil entender los procesos y decisiones a las que arriban otros estados y gobiernos democráticos, sometidos a reglas e instituciones sólidas. Es así como se puede leer la dificultad que tiene el gobierno venezolano y los sectores oficialistas, para comprender y digerir lo que está ocurriendo en los Estados Unidos con la nominación del Sr. Palmer como embajador de ese país ante Venezuela.

Primero hay que entender la lógica detrás del proceso que sigue a su nominación. El Presidente de la Republica lo postula y el Congreso lo debe ratificar. El Congreso hace esta ratificación mediante una comisión de Asuntos Exteriores que primero lo interpela y lo interroga a fondo para después, dependiendo de su desempeño, recomendar la aprobación de su nombramiento por la cámara del senado en pleno. Es tradición que la cámara del senado haga estas aprobaciones por consenso, porque ese embajador estará representando no al gobierno ni al partido que está en el poder, sino a todo el pueblo de los Estados Unidos.

Ese mecanismo de aprobación supone que todos los partidos representados en un congreso amplio y plural, participan del examen que se le hace al embajador nominado. La profundidad y calidad de su conocimiento sobre el país para el cual ha sido designado es puesta a prueba. Los senadores le hacen todo tipo de preguntas, algunas de ellas muy delicadas. Si el candidato miente o si sus respuestas no son muy convincentes, su nominación no prosperará. En el caso que nos ocupa, el embajador Palmer está obligado a demostrar que conoce a fondo la realidad venezolana. Siendo esta su obligación, ¿qué puede contestar si le preguntan, por ejemplo, sobre el estado de las instituciones en Venezuela? No puede contestar sino que han sido destruidas. ¿Qué puede contestar si le preguntan sobre la corrupción en el país? No puede contestar sino que ésta ha llegado hasta los tuétanos del gobierno. ¿Qué puede contestar si le preguntan sobre la criminalidad? No puede sino contestar que el país está tomado por el hampa y que las cifras de muertos por homicidios en nuestro país, hacen palidecer las de países en guerra.

Si el Sr. Palmer no dijera la verdad, si se dedicara a ofrecer respuestas ambiguas, su cargo nunca se concretaría, y en ese caso, no sería porque el gobierno de Venezuela lo rechazaría, sino porque el congreso de su propio país no ratificaría su nombramiento. Así pues, el Sr. Palmer no tiene otra opción que decir la verdad. Mientras tanto, si el gobierno venezolano espera encontrarse con un candidato a embajador norteamericano que diga ante su congreso que las cosas van bien o medianamente bien en Venezuela, lo más probable es que se tenga que quedar esperando indefinidamente. Y tal vez es lo mejor, porque también se pregunta uno, ¿para qué un embajador norteamericano en nuestro país, si igual el gobierno venezolano ni lo recibe?

gerver@liderazgoyvision.org

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