Mi madre me contaba, que allá por Ocumare de la Costa, a finales de los años 20 del siglo pasado, había una casa llamada “La Orapía” a donde los esbirros del general Juan Vicente Gomez, trataban de llevar las muchachas más bonitas del pueblo para que el dictador, cuando iba de visita, escogiera las que más le gustaban y se divirtiera con ellas. En esas oportunidades, a mi tía Maria Luisa, al igual que a otras jóvenes vecinas, sus padres la escondían, para protegerlas de los  antojos del general.

La historia la recuerdo a propósito de los arrebatos estatizadores del régimen. Sin duda que estos arrebatos tienen múltiples orígenes que incluyen entre otros, la ideología socialista que alimenta al régimen y que se plantea la liquidación de todo el sector privado; la búsqueda del control total del país, la venganza política y hasta los caprichos del jefe de la revolución. Pero, en algunos casos, la decisión de ir contra una determinada hacienda o empresa en particular, está  motivada por el interés de individuos o grupos oficialistas, en apoderarse de esos activos.

Un individuo o grupo se enamora de una hacienda o empresa y empieza a fantasear y a planear como apoderarse de ella. ¡Cuántos oficialistas no soñarán hoy con ser el presidente del grupo Polar! A partir de allí  comienza una campaña hacia dentro y fuera del gobierno para establecer la necesidad de su estatización. Vienen las intimidaciones, las acusaciones, los expedientes contra la empresa.  Un interés privado, particular, se transforma en una política pública, en una acción de gobierno.

A María Luisa la podían esconder cada vez que venía el dictador de visita. En cambio, las empresas privadas no tienen manera de esconderse, mucho menos cuando se trata de las más vistosas y atractivas del país, y cuando no es uno, sino unos cuantos dentro del régimen los que las desean. Por esa razón, lo que queda es pelear, luchar, resistir. Movilizarnos en su defensa.

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