Leo Matiz el 23 de enero de 1958
El reportero gráfico colombiano Leo Matiz montado en un tanque de guerra el 23 de enero de 1958 en Caracas durante el cubrimiento de la celebración popular por la caída del dictador Marco Pérez Jiménez. (Fotografía Leo Matiz-copyright Alejandra Matiz).


Bogotá. Especial para Ideas de Babel
. La madrugada del 23 de enero de 1958 cientos de caraqueños se levantaron presurosos de sus camas y corrieron hacia las ventanas de sus apartamentos para atisbar en el cielo el avión presidencial con siglas 7- ATI,  conocido popularmente como la Vaca Sagrada y en el que huía,  rumbo a  Ciudad Trujillo en República Dominicana, el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez.

A las 5:30 de la madrugada las voces estrepitosas de los locutores de las radios caraqueñas anunciaron la caída de la dictadura y la ciudad fue invadida por el repique atronador de los campanarios de las iglesias y la algarabía incontenible de ciudadanos, agitadores profesionales, amas de casa, estudiantes y militantes clandestinos de la oposición, que se lanzaron a las  calles para concentrarse en la Plaza Bolívar en el centro histórico de  Caracas.

23 de enero de 1958
Escenas callejeras de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez registradas por Leo Matiz en Caracas el 23 de e enero de 1958. (Cortesía archivo Fundación Leo Matiz-copyright Alejandra Matiz).

Cerca de la sede de la Seguridad Nacional del régimen, ubicado sobre la plaza Morelos en intersección con la avenida México, una muchedumbre de jóvenes apareció gritando ¡viva la libertad, abajo la tiranía! y se arremolinó en tropel hacia la fachada del edificio. Excitados por el rumor de que el tirano había huido del país, dan saltos sobre la acera, prenden las mechas de las bombas molotov y lanzan un ataque feroz sobre las puertas y los ventanales de la edificación.

Una barahúnda de curtidos revoltosos  ingresó  al organismo policial, considerado el símbolo de la brutal represión de la dictadura contra la oposición política, y destruyó en una ráfaga implacable de violencia, oficinas, archivos confidenciales y celdas de tortura.

Desde la calle, la destrucción del edificio resuena como un tambor al que se le golpea sin piedad. El fuego y el humo se expanden en el interior de la Dirección de Seguridad Nacional. Con los rostros crispados y sudorosos, empuñando armas, palos y piedras, la turba asaltó las celdas y liberó a los cientos de opositores que esperaban ansiosos y recostados sobre los muros de la prisión el ingresó de la multitud enfurecida que entonaba arengas, golpeaba guardianes y lanzaba palabras soeces contra la dictadura.

Varios fotógrafos y reporteros de la revista Momento se abren paso a manotazo limpio entre el gentío y los gritos frenéticos de los manifestantes que elevan al cielo sus puños en alto y las pancartas vistosas contra el dictador Marcos Pérez Jiménez.

El fotógrafo colombiano Leo Matiz y los intrépidos reporteros gráficos Sebastián Garrido, José Noguera y Alfredo Bondler, intentan correr en medio de la multitud con sus cámaras en bandolera y observan que las calles están franqueadas por los escombros de  los incendios y los carros volcados sobre las esquinas.

Al grupo se habían unido los ansiosos reporteros Gabriel García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza. El cataqueño había llegado a Caracas el 28 de diciembre de 1957 y el boyacense era una celebridad en la atrevida e innovadora prensa venezolana de los años cincuenta.

23 de enero de 1958 1
Escenas callejeras de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez registradas po Leo Matiz en Caracas el 23 de e enero de 1958. (Cortesía archivo Fundación Leo Matiz-copyright Alejandra Matiz).

Leo Matiz, Gabo y Plinio miraron de forma cautelosa las escenas callejeras de destrucción bajo el sol matutino del 23 de enero. Los tres cronistas intuyeron que les esperaba una jornada tempestuosa y de vértigo, lo habitual en sus legendarias vidas de periodistas de guerras e insurrecciones populares. Para Matiz, sus sólidas y viejas supersticiones, cultivadas como reportero de guerra de la revista Life en el “Bogotazo” en 1948 y en el Medio Oriente en 1949, como corresponsal de las Naciones Unidas, lo advirtieron de aprovisionarse de un buen número de rollos Kodak y tres cámaras Rolleiflex para enfrentar los brotes de rebelión, los estallidos de los petardos y la celebración desenfrenada  de la caída de la dictadura por parte de los caraqueños.

Días previos al 23 de enero de 1958, ninguno de los tres reporteros colombianos tenían el menor presentimiento de que la dictadura de Marcos Pérez Jiménez se precipitaría a su fin, durante esa jornada  insólita y libertaria.

La noticia de un estallido militar el 1 de enero de 1958 en Maracay y el ataque a Caracas con aviones de la Fuerza Aérea, sumado a la rendición de la guarnición que se había sublevado, no los llevó a conjeturar que el piso de la  dictadura comenzaba a agrietarse. Tampoco la ola masiva de protestas de estudiantes, obreros y trabajadores que se había iniciado desde el 7 hasta el 22 de enero, representó un indicio del rumbo inesperado que tomarían los acontecimientos en el país petrolero.

Pero sin lugar a dudas, compartían la convicción inquebrantable de que se habían enamorado de Caracas en forma dócil y para siempre. Desordenada y bulliciosa, con vías atestadas de carros y presurosos transeúntes, así como aceras repleta de buhoneros que venden toda suerte de mercancías y baratijas, amaban en ella la ópera estrepitosa de sonidos y voces que atrapa a sus habitantes al mediodía y el placer de disfrutar su clima primaveral, sus parques apacibles, la delicia de sus restaurantes y terrazas, pero por sobre todo la vitalidad y el deseo incontrolable  de los venezolanos de vivir como se les diera la gana.

Revista Momento 1
Páginas interiores de la edición especial de la Revista Momento con motivo de la caída de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958. (Cortesía archivo Fundación Leo Matiz).

El 23 de enero, Caracas había dado un viraje insólito y la libertad había llegado como un remolino, en el que ellos quedaron atrapados  para capturar la épica urbana de un país que echaba por la borda la tiranía implantada por Marcos Pérez Jiménez desde 1952 hasta 1958.

Bajo el impulso de los acontecimientos, Gabo y Matiz intuían que se trataba del día más memorable de sus vidas. La atmósfera de las revueltas en las calles era sofocante y como una sombra, Matiz se deslizó entre el enjambre de agitadores y se lanzó a correr varias cuadras hasta llegar  jadeante a  los tanques de guerra, los cuales invadieron de forma sigilosa la ciudad y eran conducidos por oficiales de las Fuerzas Armadas que le habían propinado la estocada final al régimen de Marcos Pérez Jiménez.

Nervioso y agitado, Matiz se trepó como un felino a un tanque rodeado por la multitud. Levantó de manera instintiva su mirada y tuvo la sensación de haber coronado la proa de un barco que le permitía observar la panorámica de abrazos, desenfreno y la caravana de carros que reventaban con el claxon hundido la rutina caraqueña de la dictadura. Parpadeó en segundos, cerró su ojo derecho y obturó la cámara sobre la multitud embriagada en la agitación, la anarquía y el desahogo.

Revista Momento 2
Página de la edición especial de la Revista Momento con motivo de la caída de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958. (Cortesía archivo Fundación Leo Matiz).

Horas más tarde, los voceadores de prensa y los vendedores de los kioscos, anunciaban a todo pulmón la publicación del apasionante relato de los hechos de ese día histórico, plasmado en la crónica periodística Un Pueblo en la calle y con el título ¡Buenos días libertad! en la portada de la revista Momento.

La revista Momento, dirigida por “el loco” Carlos Ramírez Mc Gregor, volvía a catapultar su prestigiosa notoriedad con un despliegue visual de la jornada con los hechos que marcaron el final del autócrata. «Gabo y yo vimos desde el balcón de mi apartamento, a las tres de la madrugada, el avión que lo llevaba a la República Dominicana. Me veo en la sala de redacción de Momento, desierta, escribiendo el editorial -el primero de la democracia-, mientras la ciudad vivía, en la primera luz de la madrugada y en medio de pitos y sirenas, el delirio por la caída del dictador», ha relatado el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza.

Los registros fotográficos de Leo Matiz sobre la insurrección popular del 23 de enero de 1958 contra la dictadura, se divulgaron también en publicaciones como Paris Match y las agencias internacionales de prensa, ilustrando los sendos reportajes del periodista Gabriel García Márquez sobre la legendaria rebelión que duró 30 horas.

Dos cataqueños en Caracas

Leo Matiz y Gabo
Encuentro en Biarritz, Francia, entre García Márquéz y Leo Matiz, ambos oriundos de Aracataca, durante la entrega del título Caballero de las Artes y las Letras, en Grado de Comendador, concedido por el gobierno francés en 1995 al reportero gráfico colombiano. (Cortesía archivo Fundación Leo Matiz).

Muchas décadas después, Gabriel García Márquez y Leo Matiz, los dos cataqueños que realizaron los soberbios reportajes periodísticos sobre la dictadura como como reporteros de la revista Momento, recordaron en 1995 en Biarritz, Francia, durante el otorgamiento de la Orden Caballero de las Artes y las Letras a Matiz por parte del gobierno francés, las historias que ambos compartieron cubriendo la caída de Marcos Pérez Jiménez. “Trabajé seis meses en la revista venezolana Momento junto con Gabo. Esa fue la primera vez que yo vi a Gabriel García Márquez. En Venezuela lo había leído como reportero y conocía su historia sobre el marinero Velasco. Él no sabía de dónde era yo, ni yo sabía de dónde era él. Luego cubrimos juntos la caída de Pérez Jiménez, pero él se va de Caracas y yo también”, me confesó Matiz en un reportaje antes de su muerte.

Leo Matiz realizó su primer viaje a Caracas en 1950, invitado por el político y editor colombiano Plinio Mendoza Neira, para laborar en la revista El Mes Financiero y Económico de Venezuela. En esa publicación Matiz tuvo a su cargo la sección gráfica Así es Caracas y en la que documentó visualmente reportajes con los periodistas venezolanos Enrique Núñez, Alejandro Vallejo, Darío Achury, José Gerbasi y Manuel García. “Mi papá me llevó  a Venezuela en la época importante de Pérez Jiménez. Mi padre había fotografiado las grandes obras urbanísticas que se iniciaron bajo ese régimen. Había sido invitado a trabajar a Venezuela en varios proyectos editoriales por la familia Mendoza Neira y quienes eran muy amigos de Gabo. El Nobel compartió con los Mendoza una vida también muy familiar como ir a la playa, cocinar y pasear. Venezuela es otra patria para nosotros y allí nació mi hija. Viví muchos años en ese país y acompañé a mi papá que laboró en el cine y aproveché para trabajar de extra en una película mexicano-venezolana, conocida como El poder negro”, recuerda Alejandra Matiz, hija del fotógrafo Leo Matiz.

Leo Matiz y Gabo.1
Encuentro en Biarritz entre García Márquéz y Leo Matiz durante la entrega del título Caballero de las Artes y las Letras, en Grado de Comendador, concedido por el gobierno francés en 1995 al reportero gráfico colombiano. (Cortesía archivo Fundación Leo Matiz).

Muchos años después, Gabo también jalaría la pita infinita de sus recuerdos de la capital venezolana y confesaría en un artículo publicado en El Espectador el 7 de marzo de 1982 que “desde aquella remota frase de la escuela primaria, Caracas ha sido siempre para mí algo muy parecido a una obsesión. En el pueblo donde nací, que también tenía algo de infernal y no sólo por su calor de invierno, uno se encontraba a Caracas en el agua y la sal. Era un refugio de expatriados y apátridas del mundo entero, pero existía una categoría aparte, mucho más nuestra que las otras, que eran los fugitivos del infierno de Juan Vicente Gómez. Ellos me dejaron a Caracas sembrada para siempre en el corazón, a veces por los horrores de sus cárceles, y a veces por la idealización de la nostalgia. Era difícil ser feliz pensando en Caracas, pero era imposible no pensar en ella”.

*Periodista y escritor colombiano.

 

 

 

 

About The Author

Deja una respuesta