Bogotá. Especial para Ideas de Babel. La madrugada del 23 de enero de 1958 cientos de caraqueños se levantaron presurosos de sus camas y corrieron hacia las ventanas de sus apartamentos para atisbar en el cielo el avión presidencial con siglas 7- ATI,  conocido popularmente como la Vaca Sagrada y en el que huÃa, rumbo a  Ciudad Trujillo en República Dominicana, el dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez.
A las 5:30 de la madrugada las voces estrepitosas de los locutores de las radios caraqueñas anunciaron la caÃda de la dictadura y la ciudad fue invadida por el repique atronador de los campanarios de las iglesias y la algarabÃa incontenible de ciudadanos, agitadores profesionales, amas de casa, estudiantes y militantes clandestinos de la oposición, que se lanzaron a las  calles para concentrarse en la Plaza BolÃvar en el centro histórico de  Caracas.
Cerca de la sede de la Seguridad Nacional del régimen, ubicado sobre la plaza Morelos en intersección con la avenida México, una muchedumbre de jóvenes apareció gritando ¡viva la libertad, abajo la tiranÃa! y se arremolinó en tropel hacia la fachada del edificio. Excitados por el rumor de que el tirano habÃa huido del paÃs, dan saltos sobre la acera, prenden las mechas de las bombas molotov y lanzan un ataque feroz sobre las puertas y los ventanales de la edificación.
Una barahúnda de curtidos revoltosos  ingresó al organismo policial, considerado el sÃmbolo de la brutal represión de la dictadura contra la oposición polÃtica, y destruyó en una ráfaga implacable de violencia, oficinas, archivos confidenciales y celdas de tortura.
Desde la calle, la destrucción del edificio resuena como un tambor al que se le golpea sin piedad. El fuego y el humo se expanden en el interior de la Dirección de Seguridad Nacional. Con los rostros crispados y sudorosos, empuñando armas, palos y piedras, la turba asaltó las celdas y liberó a los cientos de opositores que esperaban ansiosos y recostados sobre los muros de la prisión el ingresó de la multitud enfurecida que entonaba arengas, golpeaba guardianes y lanzaba palabras soeces contra la dictadura.
Varios fotógrafos y reporteros de la revista Momento se abren paso a manotazo limpio entre el gentÃo y los gritos frenéticos de los manifestantes que elevan al cielo sus puños en alto y las pancartas vistosas contra el dictador Marcos Pérez Jiménez.
El fotógrafo colombiano Leo Matiz y los intrépidos reporteros gráficos Sebastián Garrido, José Noguera y Alfredo Bondler, intentan correr en medio de la multitud con sus cámaras en bandolera y observan que las calles están franqueadas por los escombros de  los incendios y los carros volcados sobre las esquinas.
Al grupo se habÃan unido los ansiosos reporteros Gabriel GarcÃa Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza. El cataqueño habÃa llegado a Caracas el 28 de diciembre de 1957 y el boyacense era una celebridad en la atrevida e innovadora prensa venezolana de los años cincuenta.
Leo Matiz, Gabo y Plinio miraron de forma cautelosa las escenas callejeras de destrucción bajo el sol matutino del 23 de enero. Los tres cronistas intuyeron que les esperaba una jornada tempestuosa y de vértigo, lo habitual en sus legendarias vidas de periodistas de guerras e insurrecciones populares. Para Matiz, sus sólidas y viejas supersticiones, cultivadas como reportero de guerra de la revista Life en el “Bogotazo†en 1948 y en el Medio Oriente en 1949, como corresponsal de las Naciones Unidas, lo advirtieron de aprovisionarse de un buen número de rollos Kodak y tres cámaras Rolleiflex para enfrentar los brotes de rebelión, los estallidos de los petardos y la celebración desenfrenada  de la caÃda de la dictadura por parte de los caraqueños.
DÃas previos al 23 de enero de 1958, ninguno de los tres reporteros colombianos tenÃan el menor presentimiento de que la dictadura de Marcos Pérez Jiménez se precipitarÃa a su fin, durante esa jornada insólita y libertaria.
La noticia de un estallido militar el 1 de enero de 1958 en Maracay y el ataque a Caracas con aviones de la Fuerza Aérea, sumado a la rendición de la guarnición que se habÃa sublevado, no los llevó a conjeturar que el piso de la dictadura comenzaba a agrietarse. Tampoco la ola masiva de protestas de estudiantes, obreros y trabajadores que se habÃa iniciado desde el 7 hasta el 22 de enero, representó un indicio del rumbo inesperado que tomarÃan los acontecimientos en el paÃs petrolero.
Pero sin lugar a dudas, compartÃan la convicción inquebrantable de que se habÃan enamorado de Caracas en forma dócil y para siempre. Desordenada y bulliciosa, con vÃas atestadas de carros y presurosos transeúntes, asà como aceras repleta de buhoneros que venden toda suerte de mercancÃas y baratijas, amaban en ella la ópera estrepitosa de sonidos y voces que atrapa a sus habitantes al mediodÃa y el placer de disfrutar su clima primaveral, sus parques apacibles, la delicia de sus restaurantes y terrazas, pero por sobre todo la vitalidad y el deseo incontrolable  de los venezolanos de vivir como se les diera la gana.
El 23 de enero, Caracas habÃa dado un viraje insólito y la libertad habÃa llegado como un remolino, en el que ellos quedaron atrapados para capturar la épica urbana de un paÃs que echaba por la borda la tiranÃa implantada por Marcos Pérez Jiménez desde 1952 hasta 1958.
Bajo el impulso de los acontecimientos, Gabo y Matiz intuÃan que se trataba del dÃa más memorable de sus vidas. La atmósfera de las revueltas en las calles era sofocante y como una sombra, Matiz se deslizó entre el enjambre de agitadores y se lanzó a correr varias cuadras hasta llegar jadeante a  los tanques de guerra, los cuales invadieron de forma sigilosa la ciudad y eran conducidos por oficiales de las Fuerzas Armadas que le habÃan propinado la estocada final al régimen de Marcos Pérez Jiménez.
Nervioso y agitado, Matiz se trepó como un felino a un tanque rodeado por la multitud. Levantó de manera instintiva su mirada y tuvo la sensación de haber coronado la proa de un barco que le permitÃa observar la panorámica de abrazos, desenfreno y la caravana de carros que reventaban con el claxon hundido la rutina caraqueña de la dictadura. Parpadeó en segundos, cerró su ojo derecho y obturó la cámara sobre la multitud embriagada en la agitación, la anarquÃa y el desahogo.
Horas más tarde, los voceadores de prensa y los vendedores de los kioscos, anunciaban a todo pulmón la publicación del apasionante relato de los hechos de ese dÃa histórico, plasmado en la crónica periodÃstica Un Pueblo en la calle y con el tÃtulo ¡Buenos dÃas libertad! en la portada de la revista Momento.
La revista Momento, dirigida por “el loco†Carlos RamÃrez Mc Gregor, volvÃa a catapultar su prestigiosa notoriedad con un despliegue visual de la jornada con los hechos que marcaron el final del autócrata. «Gabo y yo vimos desde el balcón de mi apartamento, a las tres de la madrugada, el avión que lo llevaba a la República Dominicana. Me veo en la sala de redacción de Momento, desierta, escribiendo el editorial -el primero de la democracia-, mientras la ciudad vivÃa, en la primera luz de la madrugada y en medio de pitos y sirenas, el delirio por la caÃda del dictador», ha relatado el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza.
Los registros fotográficos de Leo Matiz sobre la insurrección popular del 23 de enero de 1958 contra la dictadura, se divulgaron también en publicaciones como Paris Match y las agencias internacionales de prensa, ilustrando los sendos reportajes del periodista Gabriel GarcÃa Márquez sobre la legendaria rebelión que duró 30 horas.
Dos cataqueños en Caracas
Muchas décadas después, Gabriel GarcÃa Márquez y Leo Matiz, los dos cataqueños que realizaron los soberbios reportajes periodÃsticos sobre la dictadura como como reporteros de la revista Momento, recordaron en 1995 en Biarritz, Francia, durante el otorgamiento de la Orden Caballero de las Artes y las Letras a Matiz por parte del gobierno francés, las historias que ambos compartieron cubriendo la caÃda de Marcos Pérez Jiménez. “Trabajé seis meses en la revista venezolana Momento junto con Gabo. Esa fue la primera vez que yo vi a Gabriel GarcÃa Márquez. En Venezuela lo habÃa leÃdo como reportero y conocÃa su historia sobre el marinero Velasco. Él no sabÃa de dónde era yo, ni yo sabÃa de dónde era él. Luego cubrimos juntos la caÃda de Pérez Jiménez, pero él se va de Caracas y yo tambiénâ€, me confesó Matiz en un reportaje antes de su muerte.
Leo Matiz realizó su primer viaje a Caracas en 1950, invitado por el polÃtico y editor colombiano Plinio Mendoza Neira, para laborar en la revista El Mes Financiero y Económico de Venezuela. En esa publicación Matiz tuvo a su cargo la sección gráfica Asà es Caracas y en la que documentó visualmente reportajes con los periodistas venezolanos Enrique Núñez, Alejandro Vallejo, DarÃo Achury, José Gerbasi y Manuel GarcÃa. “Mi papá me llevó  a Venezuela en la época importante de Pérez Jiménez. Mi padre habÃa fotografiado las grandes obras urbanÃsticas que se iniciaron bajo ese régimen. HabÃa sido invitado a trabajar a Venezuela en varios proyectos editoriales por la familia Mendoza Neira y quienes eran muy amigos de Gabo. El Nobel compartió con los Mendoza una vida también muy familiar como ir a la playa, cocinar y pasear. Venezuela es otra patria para nosotros y allà nació mi hija. Vivà muchos años en ese paÃs y acompañé a mi papá que laboró en el cine y aproveché para trabajar de extra en una pelÃcula mexicano-venezolana, conocida como El poder negroâ€, recuerda Alejandra Matiz, hija del fotógrafo Leo Matiz.
Muchos años después, Gabo también jalarÃa la pita infinita de sus recuerdos de la capital venezolana y confesarÃa en un artÃculo publicado en El Espectador el 7 de marzo de 1982 que “desde aquella remota frase de la escuela primaria, Caracas ha sido siempre para mà algo muy parecido a una obsesión. En el pueblo donde nacÃ, que también tenÃa algo de infernal y no sólo por su calor de invierno, uno se encontraba a Caracas en el agua y la sal. Era un refugio de expatriados y apátridas del mundo entero, pero existÃa una categorÃa aparte, mucho más nuestra que las otras, que eran los fugitivos del infierno de Juan Vicente Gómez. Ellos me dejaron a Caracas sembrada para siempre en el corazón, a veces por los horrores de sus cárceles, y a veces por la idealización de la nostalgia. Era difÃcil ser feliz pensando en Caracas, pero era imposible no pensar en ellaâ€.
*Periodista y escritor colombiano.
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