GRAF8874. LISBOA, 04/05/2018.- Fotografía facilitada por RTVE, del primer ensayo de los representantes españoles en Eurovisión, Amaia y Alfred, hoy en el Altice Arena de Lisboa. EFE/Raúl Tejedor ***SOLO USO EDITORIAL***
GRAF8874. LISBOA, 04/05/2018.- Fotografía facilitada por RTVE, del primer ensayo de los representantes españoles en Eurovisión, Amaia y Alfred, hoy en el Altice Arena de Lisboa. EFE/Raúl Tejedor ***SOLO USO EDITORIAL***
Alfred y Amaia llevaron como estandarte dos maravillosas voces y su historia de amor. EFE/Raúl Tejedor

Acercarnos a una población para descubrir los elementos claves de su psicología social es un tema que apasiona. El reciente festival de Eurovisión, que fue visto por más de 200 millones de espectadores en 40 países, nos habla con claridad de ello.

La aproximación al análisis de la sociedad proporciona las claves necesarias para entender fortalezas y debilidades, y a su vez, nos brinda las herramientas estratégicas. Cuando hablan de este volumen de personas siguiendo una transmisión nos hablan de lo contemporáneo, de la ausencia de fronteras, de la diversidad, incluso trasladado al plano económico, nos habla del triunfo indiscutible del capitalismo en el mundo y en consecuencia del espectáculo como industria. Entonces, hay que apostar a ello. Sin embargo, la sociedad española apostó al amor, a la conceptualización de un Romeo y una Julieta contemporáneos. Los representantes de este país en Eurovisión se presentaron como dos niños inocentes en medio de un maremágnum de efectos, luces, escenografías y representaciones. Concepto de ingenuidad, casi adolescente, en una pareja que no brilla por su belleza y, quizás por eso, más cercanos al común de la gente, por su naturalidad.

Millones de espectadores se sentaban los días de transmisión de Operación Triunfo, atraídos por la historia de estos dos jóvenes, historia que además se forjó bajo los acordes de La La Land, la música de una película que estremeció de romance las pantallas de otro espacio tomado por la tecnología, los efectos, las historias de ‘enredos’, crímenes, denuncias y misterios.

Quizá en ese momento se construyó el link inconsciente: sí el cine puede, la música también. El amor es una fuerza que cada cierto tiempo arrasa las taquillas de forma cíclica porque el ser humano necesita reencontrarse con sus sentimientos en el estado más puro. Ante esta posibilidad, los interpretes más comerciales, los que ofrecieron espectáculo, quedaron descalificados.  Prevaleció un sentimiento casi hasta familiar.

Así pues, Alfred y Amaia, los que algunos califican como ‘Almaia’ —invocando a otro fenómeno que no tiene comparación: ‘brangelina’— viajaron a Portugal. Llevaron como estandarte dos maravillosas voces y su historia de amor.  No les sirvió de mucho,  porque vivimos momentos en que las sociedades gritan problemas manifiestos. Todas las canciones presentadas daban fe de ello: bullying, ausencias, diversidad de género, el maltrato a la mujer. Hace muchos años que este Festival es una plataforma para esto.

Ganó la representante de Israel, Netta Barzilai, con la canción Juguete, que critica el cacareo social. Ella, durante su interpretación, imita los sonidos de una gallina y mueve sus brazos al compás. En respuesta a su triunfo ya la imagen del Primer Ministro israelí saludando con una aleteo de brazos dio la vuelta al mundo.

No hay duda, la psicología social habla de lo que somos los países. La historia demuestra que las sociedades dominadas por lo sentimental, por las pasiones y las emociones —mientras se descuida lo racional— tienden a cometer equivocaciones con mayor facilidad que las que llevan el ritmo de sus vivencias con ciertas dosis de pragmatismo. Las señales son la clave, cuando se pretende lograr el triunfo de la mano de las ‘masas’, ya sea en el plano musical o en el político, pero esas ‘señales’ jamás funcionan si las asumimos aisladas de un mundo que avanza a ritmo vertiginoso.  En psicología social también hay que ser estratégico.

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