Witold GombrowiczEspecial para Ideas de Babel. Para empezar, quiero advertir que —difícilmente— estas palabras tendrán alguna forma específica. Probablemente vayan entre la conferencia y el juego, la clase magistral y las divagaciones, los recuerdos y, hacia el final, la lectura dramatizada o no de uno de los textos que alguna vez —hacia 1991— interpreté cuando me tocó en suerte hacer de Pepe y protagonizar Ferdydurke en la producción del TET, adaptada y dirigida por nuestra maestra Elizabeth Albahaca, antigua actriz venezolana del elenco del Teatro Laboratorio de Jerzy Grotowski, en Polonia. Es decir, una hija de Grotowski.

Hecha la advertencia y apelando también aquí al juego como herramienta pedagógica, como lo hago en mis clases y mis sesiones, siendo esta además una instancia primordialmente pedagógica, quiero proponerles un juego que quizás conozcan. Es el juego de Simón, dice… ¿lo hacemos? … ahora Simón, dice que presten atención porque voy a proseguir con estas impresiones y divagaciones.

Estuve en Polonia y se me quedó en el corazón, así como reverbera en el alma de quien la escucha la música de Chopin. Una huella perdurable. Como el corazón del pianista puesto en la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia, hecho excelso que sigue latiendo en mí.

Cantamos en la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia. Cantamos allí con un coro de jóvenes venezolanos musicalmente mezclados con cantantes polacos, un día domingo en la mañana, con la iglesia repleta de fieles. El frío de la ciudad se había quedado afuera. Adentro, la música, el intercambio, la profesión de fe. Afuera, los destellos de Solidaridad con Lech Walesa a la cabeza. Adentro, el corazón de Chopin.

Fue una experiencia significativa. Todavía puedo recordar esa sonoridad. Tal como está en la memoria la elevación de haber estado cantando también para el corazón de Chopin.

Junto a esta remembranza sonora, los rostros inolvidables de los colegas cantores polacos, la cercanía del Teatro Laboratorio del maestro Grotowsky, la famosa Escuela de Cine en Łódź. ¡Y un deseo juvenil de volver para estudiar allí! Pero cerraron la entrada a extranjeros por aquellas fechas y me quedé con ese deseo titilando.

La vida suele reencaminarle a uno donde ha sido bien tratado y bien recibido, y es como si ese deseo, de vez en cuando, ha asomado la cabeza para decirme: ¡Estoy por aquí! Entonces, ha venido Grotowsky por la vía del TET, por las vías vivas de nuestros maestros Elizabeth Albahaca y Theo Spichalsky —hijos artísticos del Maestro Jersy Grotowski y su Teatro Laboratorio—, por la vía de don Tadeusz Kantor, a quien pude conocer en Caracas, y por la vía magnífica de ese escritor tremendo llamado Witold Gombrowicz. Con Elizabeth Albahaca —para los que están sintonizando tarde— hicimos su versión de la novela Ferdydurke y me encomendó protagonizar por primera vez un montaje en el TET, encarnando el personaje de Pepe de la novela de Gombrowicz.

Han pasado los años y el recuerdo de Ferdydurke sigue latiendo aquí como mis remembranzas polacas, como las lecciones de Elizabeth y Theo, como la música de Chopin, como su corazón.

Por eso ahora, cuando María Fernanda Ferro viene y me cuenta sobre la hermosa iniciativa de la Embajada de Polonia en Caracas y me invita a que haga una conferencia sobre Ferdydurke y Gombrowicz, para evocar Los Días del Teatro Polaco y así rendir tributo a ese notable y legendario hombre de las letras, es como pedirme que haga un tributo al teatro polaco —¡porque Gombrowicz también escribió teatro!— y a la Polonia que vive en mí, de la que siempre estaré agradecido y feliz por haberme recibido en su momento.

Me propongo hacer entonces una exposición en torno a lo que fue nuestra experiencia teatral con Elizabeth Albahaca a propósito del Ferdydurke de Gombrowicz y, además, la lectura dramatizada de uno de los monólogos que entonces me tocó hacer.

Espero sea un gesto teatral, pedagógico y ojalá que hasta lúdico y fiel a ese carácter de Gombrowicz: corrosivo y tragicómico, crítico y mordaz de su tiempo, de estos tiempos y hasta de estos lares.

Witold Gombrowicz, autor de Ferdydurke y unos cuantos textos más que incluyen novelas, cuentos y piezas dramáticas, fundamentalmente, fue y es —puesto que su obra sigue muy viva y entonces es como si Gombrowicz siguiera viviendo— un cuestionador de las formas, las formalidades, las convenciones, las convencionalidades. Su novela Ferdydurke, sobre todo, es una reacción alucinante e inevitable contra un universo deshumanizado. Un petardo contestatario contra toda forma, toda formalidad, todo formalismo, contra todo conformismo y contra toda sumisión.

A Gombrowicz le reventaban las formas, las formalidades que vacían de contenido a cualquier cuerpo; que restan vitalidad, chupan, someten, convierten y matan al individuo, a los grupos humanos y a las relaciones humanas, así como a las relaciones del ser humano con la naturaleza. Y los convierten en carapachos, en caparazones, en andamios con lucecitas y lentejuelas.

Le molestaban las formas, las convenciones sociales: la forma de los estudiantes, de los maestros y profesores, las actitudes generacionales, las formas de la familia y las conveniencias de las tías culturales, las formas de la burguesía y de la prole, las formas de la modernidad y la forma de los modernos, las imposiciones de la cultura oficial, las formas de lo urbano, así como las formas de las tribus urbanas, las formas de los poetas ¡y más aún las formas redondeadas de los grandes poetas cortesanos, los poetas oficiales! La forma de los artistas, las formas del arte y hasta las formas de la literatura… Las formas como moldes donde se echan el intelecto, el cuerpo humano todo, el cuerpo social todo incluyendo el cuculeito una vez que se ha alcanzado alguna forma definida que ayude a la identificación del otro o por el otro con algo, aunque ese algo no sea uno mismo.

En el fondo, Gombrowicz nos viene a contar —en los catorce capítulos de su novela Ferdydurke— una historia que toca y hurga el tema de la forma y además la cuestión de la inmadurez, así como el tema del aparentar y el ser. Esto no a la manera del teatro, sino a la manera social, mundanal, vulgar de parecer y no ser, de figurar aunque no haya ni materia, ni verbo, ni carne, ni sustancia para decir nada; de fingir a la manera de los políticos inescrupulosos que trafican con la pobreza sin ni siquiera advertir su propia pobreza de alma; de imitar porque no se tiene materia propia ni para imaginar y mucho menos para expresarse con voz propia y cuerpo completo.

La burla, el chiste de sal gruesa, la ironía y el sarcasmo son aliños constantes para hablarnos de una historia común a todos los seres humanos, de Polonia o de aquí: el asunto de hacernos persona, el tema del self, el tema de cómo vamos haciéndonos adultos condicionados por nuestros contextos; lo que hace muy familiar a la novela en medio de ambientes de sueño, onirismos extremos, personajes deformados hasta la caricatura y varias pesadillas. Todo contado en una novela llamada Ferdydurke, palabra inventada por Gombrowicz y de la que no volveremos a saber más nada entre la A inicial y la Z del final de la novela.

Para nosotros, herederos de la cultura occidental y en esta costra de occidente, esto de las formas es asunto de todos los días. Amanecemos tratando de darle forma a lo informe. De negociar con la imprecisión. Cosa como inútil si recordamos a Antonin Artaud cuando dijo: No hay que buscar una secuencia lógica que no existe en las cosas…

“La angustia existencial”, dicha así es ya un lugar común con el que convivimos. Hamlet, uno de esos tantos personajes teatrales que se ha ganado su puesto dentro de la cotidianidad global ya decía en 1603: To be or not to be, that is the question. “La angustia existencial”, “La angustia existencial”, “La angustia existencial”. Aunque la nombramos tres veces y más, seguirá siendo un enigma para el ser humano. Casi un ente enigmático lleno de preguntas. Hablamos sobre “la angustia existencial” con la llaneza añeja de quien espera y acata, o de quien se para y la mira de frente a la cara hasta tumbarla de solo verla, para que ella se vuelva a levantar hasta el final de los días. La angustia existencial es como muñeco porfiado. La auscultamos o no como quien se cepilla o no se cepilla los dientes a diario y varias veces al día. Como quien suspira y mira a los lados o como quien de tanto tragar grueso se le ha abierto la tráquea como si fuera la de una de ballena. “La angustia existencial” es cosa vieja, pavosa, anquilosada o es asunto vigente, cotidiano, con sus turnos diurno y nocturno que no respeta ni fines de semana ni fiestas de guardar. Además, para qué hablar de “la angustia existencial” si todo está bien ¿¡verdad!?

—¿Cómo está todo? —le pregunta alguien a uno por estos días y, sin pensarlo, la respuesta es:

—Todo bien, todo está muy bien ¡Chévere!

¡Qué curioso! ¿No? ¡Claro! Respondemos así porque parece que la dinámica social global nos atiza a que estemos bien, la propaganda del confort y del buen vivir nos engatusa y nos excita, promoviendo las burbujas de espacio mínimo para, ahí, llevarla ¡Y estar bien, muy bien! ¡Chévere! Nuestra libertad ha quedado confinada a una burbuja.

Witold Gombrowicz nació en Polonia el cuatro de agosto de mil novecientos cuatro y a los trintitres años escribió Ferdydurke, su primera novela. Antes, había escrito un texto al que tituló Memorias del período de la inmadurez. Un texto de lo que llaman la mocedad, un texto que servirá de pretexto en Ferdydurke para burlarse de sí, burlarse de esas tempranas memorias, de su inflación pretenciosa, de la vanidad del escritor que las redactó, de los trabajos que pasó para justificar su escrito y cómo la crítica y los letrados le trataron, con lo que desarrolla unas cuantas páginas poderosas de la novela donde la inmadurez es tema que aborda, sobre el que gira, va y viene, lo agarra y lo suelta y, en ese ejercicio de tomar y dejar hacer una reflexión honda, onírica, insomne y loca en torno al ser y el parecer, el ser y la percepción del otro, la otredad.

Ferdydurke empieza con un rapto. Así se titula el primer capítulo de la novela: El rapto. La acción comienza en la madrugada y justo a la hora de más oscuridad y más frío. Desde su anonimato, un personaje nos habla desde el insomnio para contarnos angustias… Mi cuerpo sentía un temor mortal, que me oprimía el alma, y el alma a su vez oprimía el cuerpo… y hasta la más mínima de mis partículas se contorsionaba en el presentimiento atroz de que no ocurriría nada, nada cambiaría, nunca pasaría nada, y aun cualquier cosa que se emprendiese no sucedería nada y nada. El sueño que me había despertado luego de molestarme durante toda la noche explicaba las razones de ese espanto.

En ese primer capítulo, Pepe, el protagonista, es raptado por un profesor llamado Pimko Y ahí ya Gombrowicz nos ubica y ubica sus dardos y catapultas a uno de los sistemas sociales, a una de las formas sociales que más marcaron la vida y la palabra de Gombrowicz en Ferdydurke: la escuela.

Todavía en la Polonia de hoy, al terminar la secundaria superior, en los liceos, se les otorga a los estudiantes un Certificado de Madurez.

La madurez y la inmadurez forman parte del contenido de Ferdydurke. Son temas que acogotan al autor y su primera denuncia subrepticia es contra ese sistema que, como acá y en otras partes del mundo donde existe (eso que llaman) educación formal, está quebrada. Entre otras razones porque apela a una exclusiva forma de relacionarnos entre los seres humanos: la transmisión. Confundiéndola, de manera naturalizada, con la comunicación y generando estragos en nuestras vidas ¡Tan escolarizadas!

Permítanme una digresión…

Desde hace muchos años… Para ser exactos, desde que empecé a hacer radio y desarrollamos luego una metodología para enseñarle a los chamos a ser radionautas y a crear sus propios programas radiofónicos, uno de los temas con los que todavía hoy comenzamos nuestros talleres es el tema de la comunicación. ¡De cajón! ¿Verdad? ¿Y por dónde más se va a empezar sino por la comunicación, función clave de este ejercicio sonoro e imaginativo?

Desde el primer día y hasta la fecha, hemos podido compartir esos talleres con niñas, niños y jóvenes, adultos contemporáneos y hasta con ancianas y ancianos. ¡Inolvidables!. En la provincia o en la capital; en áreas urbanas y extra-urbanas; en el campo, con vecinas y vecinos de comunidades rurales ¡y hasta con colegas docentes!

Le entramos a este asunto de la comunicación, pidiéndole a los participantes que, individual y hasta anónimamente —si así lo desean— dibujen su propia concepción de lo que es este fenómeno. Que lo dibujen apelando a lo que es eso en sus vidas diarias, en sus relaciones cotidianas, apelando a los recuerdos de cuando estudiaron el tema en la escuela, en el liceo —antes de recibir su certificado de madurez— o en la universidad.

Como decía mi maestro Jesús Rosas Marcano, generamos un ambiente de vida colmenera procurando sea una vivencia significativa para todas y todos los participantes, en donde cada quien va y ‘pinta’ lo que le sale, su propia visión acerca de la comunicación.

¿Y qué aparece? Aparecen distintas visiones: ¡el álbum está lleno de ocurrencias! Hay quien pinta unas flechas y unos recuadros. Hay quien dibuja unos muñequitos y unas flechitas. Unos pintan que si un televisor, que si una radio, que si un periódico, una computadora ¡Hay quienes han dibujado hasta un sobre con una carta!

Otros se mandan con un dibujo libre en el que se ven integrados a la naturaleza y le hablan a los árboles, a la tierra, al cielo. Unos se dibujan a sí mismos explicando la manera cómo conversan con su ser. Hay quienes se ven en relación con los demás seres humanos, con los otros… En fin, cada cual tiene su dibujo y lo muestra a los demás en un juego donde ahora todos participan, se intercambian papeles, miran y remiran, cuchichean ¡se generan tantas risas espontáneas por las ocurrencias dibujadas!

Hay tendencias. Esta es una de las tendencias más vistas y analizadas entre las concepciones de comunicación que han dibujado los participantes… ¡Mirémosla bien! ¿De qué nos habla este dibujo? ¿Qué representa? ¿Qué nos está diciendo?

La reflexión, la indispensable reflexión… Hechos los dibujos, aupamos la discusión sobre las distintas tendencias, comenzando por esta visión tan frecuente como alarmante.

Vienen entonces las diversas opiniones:

—¡Pero eso no es comunicación!

—¡La flecha sale sólo de un sitio y va directo al otro!

—¡No, claro que sí es comunicación, porque el de arriba le está diciendo algo al de abajo, le está comunicando algo!

—¡Ese es un diálogo de sordos!

—Pero ¿por qué tiene que estar uno arriba y otro abajo?

—¿Entonces el de abajo no tiene nada qué decir?

—¡Le está escuchando! ¡Es el receptor…!

—¡Mientras que el otro es el emisor!

—Así funciona la comunicación y, además, así han sido establecidas las normas del buen hablante y del buen oyente: mientras uno habla. El otro, escucha.

Otras opiniones:

—Eso es igualito a cuando el jefe le dice a un empleado: ¡Mira, te comunico que estás botado!

—O cuando de la dirección ponen en las carteleras: Comunicado ¡y a uno no le queda otra sino acatar la instrucción!

—¡Eso no es comunicación, nada!

—¡Eso es arbitrariedad!

No, pero ¡jefe es jefe manque tenga cochocho!

—¡Sí es comunicación porque así nos etendemos los seres humanos!

—¡A mí no me grite!

Las distintas opiniones de cada quien son escuchadas con atención, con respeto y hasta con admiración por los argumentos y por la manera cómo se defiende cada argumento. Es interesante observar cómo hasta se llevan por delante hasta las “buenas normas” que se habían mencionado. Es muy interesante apreciar cómo, animando siempre la discusión, se le van agregando elementos al debate.

En la indispensable discusión, se empiezan a revelar los contenidos expresados en esta tendencia, estas ideas sobre LA COMUNICACIÓN en la que muchos se reconocen.

—Quien está arriba, manda ¡Y el otro obedece!

—El que está abajo no puede crecer, se pasma.

—El de abajo no puede avanzar, porque es casi un mudo…

—Su voz, su expresión, su expresividad, quedan presas.

—No tiene autonomía, ni decisiones, ni libertad.

—Está condenado a recibir y se acostumbra.

—Sus posibilidades de dar, hablar y hacerse sentir, se anulan.

—Se convierte en un ser pasivo, inactivo y «bien mandado».

—No alcanzará a tener ni voz, ni decisión propia.

—Es esclavo del otro.

Porque no estamos hablando de comunicación. Porque esta manera de relacionarnos entre las personas es un fenómeno de transmisión.

¡Y es notable la diferencia entre la transmisión y la comunicación! La transmisión se parece mucho al juego Simón, dice. Si escuchamos Simón, dice, se hace. Pero quien se mueva sin haber escuchado Simón, dice ¡pierde! ¡Se convierte en un perdedor! ¡Y ahí viene el conocido ahora como bulling que tanto nos acogota!

Esa constante manera de relacionarnos entre los seres humanos que resta libertad y que mata al individuo, esa especie de condena es la que denuncia Witold Gombrowicz en los primeros compases de su Ferdydurke. Esa forma de ‘entendernos’ entre los seres humanos es la que le tocará vivir a Pepe, el personaje principal de la novela durante muchos de los catorce capítulos de Ferdydurke y contra eso se revela el autor en esa cosmogonía gombrowichiana y llena de preguntas.

El autor ha sufrido en carne propia el desprecio de los desterrados, de los excluidos. A Gombrowicz le tocó salir forzosamente de su amada Polonia y no volver sino muchos años más tarde.

Algunos días antes del estallido de la II Guerra Mundial —y así lo encontrarán en el oráculo contemporáneo que es Internet— Gombrowicz viaja invitado con una embajada de escritores polacos a la Argentina. Durante el viaje, Alemania invade repentinamente Polonia y ante los acontecimientos que se producían en Europa, Gombrowicz decide permanecer en Buenos Aires, donde vivirá al comienzo en condiciones de extrema pobreza.

Por mediación de varios conocidos de su misma nacionalidad, acaba por obtener un trabajo en la sucursal argentina del Banco Polaco (es en las horas muertas de este puesto de trabajo donde, ocultándose de su jefe y compañeros, escribirá Transatlántico, como él mismo explica en el prólogo a la novela).

Hasta comienzos de 1963, Gombrowicz permanece en la Argentina, desempeñando diferentes ocupaciones (periodista, traductor, profesor de filosofía…) y congregando en torno suyo a un círculo de fieles escritores y artistas. Previamente, la traducción colectiva de Ferdydurke al castellano que realizó con sus camaradas del café Rex culminó en un lenguaje complejo, infantil y vanguardista al mismo tiempo: la publicó Editorial Argos en 1947, con prólogo del autor. La obra mereció los elogios de Ernesto Sábato, quien introdujo la re-edición argentina del libro para la Editorial Sudamericana en 1964, sello que publicó Diario argentino en 1967. Sus novelas y obras de teatro fueron censuradas en la Polonia comunista hasta finales de los años setenta; sin embargo, fueron publicadas en polaco por su amigo Giedroyc, quien en 1950 había creado en París una editorial polaca llamada Kultura. Ya que muchos de los libros publicados por Kultura fueron objeto de contrabando dentro de Polonia, las obras de Gombrowicz llegaron a ser bien conocidas allí.

Gombrowicz inventa palabras en Ferdydurke: cucalio, cuculeito, filifor, filimor, fachalfarra, y así también inventa unos ocurrentes subtítulos a sus próximos capítulos después de El rapto: Aprisionamiento y empequeñecimiento consiguiente / Atrapamiento y consiguiente malaxación / Prefacio al Filifor forrado de niño / Filifor forrado de niño / La seducción y consiguiente arrastramiento a la juventud / El amor / La compota / El espiar y consiguiente internarse en la modernidad / El desenfrenamiento pernal y el nuevo atrapamiento / Prefacio al Filimor forrado de niño / El peón, es decir la nueva malaxación / La fachalfarra o el nuevo atrapamiento.

Comparado en su literatura por los críticos con Albert Camus y la corriente existencialista, Gombrowicz nos va mostrando cómo a lo largo de nuestra vidas nos vamos despegando de la condición natural del ser humano, cómo se nos van olvidando las rotaciones, los pasos de aire, el movimiento marino, los ritmos y procesos de crecimiento en el reino vegetal.

Así como nuestras memorias de teflón se van olvidando de la sístole y el diástole, el torrente sanguíneo o los movimientos propios de la respiración para ocuparnos de las manidas y muchas veces mochas formas de la cultura y los procesos de intercambio social que derivan en la demagogia y la burocracia y cómo las costumbres sociales nos van apresando y deslindando de nuestra naturaleza.

La recuperación de esa naturaleza es su puja a lo largo de su novela y esa es razón, esa es pasión primordial de esa tragicomedia que es Ferdydurke, asunto que la hace tremendamente teatral, si recordamos que el teatro ha sido, es y será gabinete, memoria para las emociones humanas y para su valerosa expresión, para su briosa, su lanzada jugada de estos seres humanos que hacemos teatro y para los espectadores que se aproximen.

Como siempre ocurre con este oficio, con los oficios de la poesía y las artes, lo que se hace es como mensaje de náufrago viajando dentro de la botella por los mares. El que lo agarre, es suyo.

Ahora, en honor a este maravilloso autor polaco y propiciando que cada quien, con su ingenio, con su imaginación, le dé forma a uno de los textos de su Ferdydurke vamos a apagar la luz y a escuchar la grabación de lo que fue uno de los monólogos que me tocó en suerte hacer en el 91, cuando nuestra maestra Elizabeth Albahaca tuvo la brillante ocurrencia de adaptar para el teatro y montar con el TET este texto maravilloso del que les he hablado sólo un poquito para que se animen a buscar y leer Ferdydurke, del escritor universal Witold Gombrowicz. ¡Gracias maestro!

 

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