The Scottish National Gallery Unveil Their New Exhibition Of Work From The D. Daskalopoulous Collection
‘Fountain’ de Marcel Duchamp cuestionó el academicismo en el arte en 1917, pero luego comenzaron los malos imitadores. Foto de Adam Karsten.

Es una trapacería, no hay otra palabra para definir a unos autodenominados ‘artistas’, fabricantes de desaguisados. Eso es lo que he visto en algunos stands de las últimas ferias de arte que he visitado, donde uno no sabe si está observando una exposición de decoradores, artesanos o bromistas. Muchas de las llamadas obras de arte e instalaciones ‘vanguardistas’ o ‘posmodernas’, sin ningún discurso conceptual que las sostenga, no son otra cosa que trampas caza bobos instaladas por curadores y galeristas con muchas agallas y poco miedo al ridículo.

Cuando Marcel Duchamp (1887–1968) cuestionó el academicismo en el arte y en 1917 expuso un urinario de porcelana que tituló Fountain, bajo el concepto ready-made art, dio inicio, sin proponérselo, a que muchos otros se sintieran con licencia para matar el arte. Son vulgares imitadores de las obras de Duchamp, Ray, Picabia o del pop art de la década de los cincuenta, entre otras tendencias ya agotadas, que estos exponentes del disparate nos tratan de vender.

Esto viene a cuento después de leer la noticia sobre una exposición en Nueva York de ‘pinturas invisibles’ de una artista llamada Lana Newstrom. «El hecho de que usted no puede ver nada –declara la artista– no significa que no exista la obra, el arte es imaginación, por eso tienes que imaginar la pintura o escultura que se encuentra frente a tí». Newstrom crea el ‘arte invisible’ y los coleccionistas pagan miles de dólares por ellas, ha dicho su agente de ventas. Hay un viejo refrán popular que reza: “Donde hay un timador hay un incauto”.

Para dar una idea de las distorsiones del mercado global del arte, el cadáver de un tiburón sumergido en una pecera con formol, del artista inglés Damien Hirst, fue vendido en ocho millones de libras esterlinas (trece millones de dólares) por la galería londinense Saatchi y es considerada por algunos ‘críticos’ como una pieza importante del arte vanguardista. Lo mismo sucedió con la calavera del mismo autor, titulada For the Love of God, exhibida en importantes ferias de arte y vendida en cincuenta millones de libras esterlinas (ochenta millones de dólares). Estas piezas y sus exorbitantes precios forman parte de un mercado que contribuye al embrollo existente en galeristas, curadores, críticos, marchantes, coleccionistas y el público, sobre lo que es o no es arte.

Como lo manifiestan José Coria y Miguel Da Vila (…Watch the box!) “Ahora tenemos un entorno kitsch generalizado donde la pérdida de sentido de la realidad, la saturación de imágenes, la celebración de la frivolidad y el consumo materialista lo son todo. El concepto del arte se ha centrado plenamente en el culto a la personalidad (inculcado por los massmedia) de artistas pseudo-marginales, pseudo-subversivos, que reciclan los desechos de la sociedad y le atribuyen un carácter simbólico y significativo, banalidad que resulta novedosa en un contexto donde los asideros a lo concreto escasean, donde al parecer el retrato de la sociedad contemporánea sólo es posible a través de la falsificación”.  La crítica estaba dirigida, entre otras, a la exposición del joven artista mexicano Gabriel Orozco en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), en 2010, que fue catalogado por la revista Art Now como “uno de los 81 creadores más influyentes de la actualidad”,  refiriéndose a su obra Caja de zapatos vacía (1993), que antes había sido expuesta en la Bienal de Venecia, la Tate Modern de Londres, el Pompidou de París y el Reina Sofía de Madrid. Tan magnífica “obra” era ¡una caja de zapatos vacía! Críticos de arte, periodistas culturales y curadores que convierten lo banal y nulo en vanguardia, no hacen otra cosa que invitar a la gente a vivir en el mundo de la estupidez. Como afirma Baudrillard:

el arte apuesta a esa incertidumbre, a la imposibilidad de un juicio de valor estético fundado, y especula con la culpa de los que no lo entienden, o no entendieron que ‘no había nada que entender’. Esta paranoia cómplice del arte hace que ya no haya juicio crítico posible, sólo un reparto amistoso —necesariamente de comensales— de la nulidad”.

Si bien el arte debe ser completamente libre por tratarse de un mecanismo de expresión del que dispone cualquier individuo, debe existir al menos una dosis de ética en el artista en relación con las obras que exhibe. Esto se desprende del estudio titulado ¿Debe la sociedad tolerar todas las formas de arte?, de la universidad de Oxford, que cuestiona severamente el significado de Body Worlds, de Gunther von Hagen, exposición itinerante inaugurada en Londres en 2012 y actualmente en algunas ciudades de EE.UU. Se trata de la exhibición de una variedad de cuerpos y órganos humanos reales. En esta especie de morgue ambulante, promocionada como exposición artística, se observa, entre otros, el cadáver de una mujer embarazada y de su hijo por nacer dentro de su vientre, lo que motivó airadas protestas del público asistente y que fueron reseñadas en la publicación a la que hago referencia.

Cuando alguien abusa de tu buena fe, intentando engañarte o hacerte perder el tiempo, en criollo uno dice que ese individuo te está embromando. En el caso de estos supuestos artistas, podríamos decir que están intentando embromarte. Son hilarantes las anécdotas sobre el embromarte. Se comenta que en una famosa galería de Nueva York, un visitante preguntó el nombre del artista y el título de la obra colgada en la pared de una exposición de ‘arte conceptual’, tratándose en realidad de la rejilla del sistema de ventilación que tenía incorporadas unas delgadas tiras de tela que oscilaban en el aire. En la Foire Internationale d’Art Contemporain de 2103 en París, un stand exhibía felpudos usados, eso sí, bellamente enmarcados. Uno de estos aún tenía restos de una plasta de perro, donde el ‘artista’ muy probablemente había limpiado sus zapatos. Tuvieron mucha demanda pese a los altos precios. El paroxismo de esta confusión generalizada sobre lo que es el arte en la actualidad fue lo acaecido en la feria Arco de Madrid, durante la pasada edición en febrero de 2013. Una noche, un vagabundo ingresó a hurtadillas al recinto y se echó en un rincón de una de las salas, donde improvisó su lecho con cartones, bolsas de basura y un saco de dormir con olores nauseabundos. A la mañana siguiente, luego de abrir las puertas de la feria, un coleccionista privado se dirigió a la administración con gran excitación, ofreciendo comprar una de las obras allí exhibidas. Cuando se dieron cuenta de que se trataba de un indigente durmiendo la mona, alguien con una justificada dosis de cinismo elaboró la ficha de dicha obra: «Técnica mixta sobre cartón: Hombre maloliente, orine y vino».

El mercado del arte se ha globalizado convirtiéndose en un verdadero fenómeno financiero del siglo XXI.  Su desarrollo ha alcanzado proporciones colosales y engloba un portafolio multinacional de ferias, galerías, marchantes y coleccionistas. Solo para citar algunas cifras, en el 2013 se registraron ventas globales de arte por 47.4 billones de euros (65.900 millones de dólares), según cifras del TEFAF Maastricht Art Market Report 2014, que incluye galerías, marchantes, subastas y ventas de antigüedades. De esta cifra, 11.500 millones de dólares correspondieron a ventas de arte en China, la nueva meca del mercado del arte.

En todo el mundo, el público acude en masa a las ferias, museos y galerías. En París, suman más de doce millones de visitantes a las exposiciones durante 2013. La Tate Modern London recibió a 4 millones 747 mil 537, el MoMA a 2 millones 672 mil 761 y el Reina Sofía de Madrid a 2 millones 87 mil 415 personas.

Un fenómeno nunca antes visto. Sin embargo, existe una gran confusión ante el ‘se vale todo’ en el arte, lo que ha ocasionado una crisis de valoración estética aunada a una deslegitimación promovidas por un mercado voraz y muy eficaz en mercadear propuestas insulsas que invaden las ferias y galerías en la actualidad, donde críticos de arte en alianza con galeristas, grupos financieros y medios especializados, persuaden a la gente desinformada a preferir lo falso a lo verdadero, lo insustancial a lo valioso, lo invisible a lo real. Este desconcierto está opacando a los verdaderos discursos del arte contemporáneo, incluyendo el de jóvenes artistas con investigaciones y propuestas innovadoras.

edgar.cherubini@gmail.com

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