Escándalo americano 2
Duelo de chicas: Jennifer Lawrence contra Amy Adams.

Cortesía de Cinemathon.wordpress,com

Diez nominaciones al Óscar —las mismas que Gravedad de Alfonso Cuarón— exhibe con no poco orgullo American Hustle (2013), acá Escándalo Americano. La más reciente de las obras de David O. Russell se erige como una de las grandes triunfadoras de la temporada de premios, aún y cuando no todo lo que brilla dentro de esta película sea merecedor del hombrecillo dorado.

La estafa a la que alude el título original —el escándalo es lo de menos— pinta de principio a fin una historia donde la mentira y más aún el engaño recorre transversalmente el sentido de la historia, los personajes y los símbolos que exhibe el film. Cazador cazado y estafador estafado es un poco los extremos que contienen esa indecisión pasional y romántica que agobia al personaje de Christian Bale: Irving Rosenfeld.

Inspirada en un hecho real —como muchas otras de las nominadas—, Escándalo Americano es más un fuego de artificio. Pirotecnia seductora que estalla en su particular cielo para luego, hacia el final, desaparecer sin más.

La historia de amor, enmascarada como si de principio a fin se tratase de una cinta homenaje a Martin Scorsese —Buenos muchachos y Casino para más señas—, más bien un ejercicio mimético; pierde lustre frente al ruido que ejerce sobre ella toda la maraña de titiritero extraviado que pretende articular ese virtuoso agente del FBI interpretado por Bradley Cooper.

A Russell le gana mucho más, y se nota, ese triángulo amoroso que construyen un Christian Bale (dando vida a Robert De Niro, también en el elenco, más que al personaje en turno), Amy Adams y Jennifer Lawrence. Desafortunadamente, ese instante dura poco, aunque por suerte y no en vano, les dedica la mejor secuencia de toda la historia, allí en medio del encuentro en aquél edificio que vio grandes tiempos; con besos, llantos e infidelidades a tope, todo en un momento.

Lo que sigue es ruido. Hermoso, sutil, exquisito. La estridencia, brutalidad y absurdo que plenan un film de mafiosos es camuflado con inteligencia por esa banda sonora que quizás envidiaría el propio Tarantino.

El realizador elabora un traje y/o empaque para su historia de gigantescas proporciones, arrebatando espacio a aquello que verdaderamente le interesa. Y por ende, aquello que podría seducir al espectador más allá de la forma.

Así, como el fuego de artificio, la obra va perdiendo lustre  y mostrando las costuras de un final que se aventura desde muy pronto, por mucho rulo, lentejuela y anteojos que se luzcan de un fotograma al otro.

El film se parte en dos, no a partes iguales, quedando la más interesante de lado, mientras la estafa en desarrollo se transforma en un trampantojo cinematográfico.

Pasado el tiempo de los oropeles, los verdaderos aliados del realizador en todo este entramado son un Cooper que cual bailarín solitario vive su propia película, mientras la verdadera corre por otro lado. Y claro, esas dos mujeres, ya referentes en el universo de Russell: Adams y Lawrence. La primera se atreve a perder sus mohines de princesa encantada, transitando rutas que su instrumento aún no había mostrado. Mientras a la otra, a Lawrence, le bastan un par de escenas para robarse la película. Para crear el caos y desencadenar el final. También para dejar dudas sobre alguna que otra cosa que se asomó en el camino.

Twitter: @cinemathon

About The Author

Deja una respuesta