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El chavismo le abrió puertas y territorio absoluto al subversivo Coco militar.

Las lecciones de Filología impartidas por el profesor Angel Rosenblat (1902-1984) en la Universidad Central de Venezuela durante varias décadas enseñaron entre otras técnicas a clasificar sobre tarjetas o fichas los múltiples vocablos del habla venezolana recogidos en calles, programas radiales y televisivos, textos literarios, un tesoro a la vista en varios volúmenes de Buenas y malas palabras (1960).

De agua con pulpa es el coco, fruto delicioso, nutritivo y sanador. Además, alguien ‘es un coco’ por vivo, capaz, conocedor Pero si alguna frase perturbó nuestra infancia fue la de ‘allá viene el Coco’, diablo criollo, bicho maluco, enemigo del final feliz en los universales cuentos para niños de todas las edades. El Coco fue nuestro dragón, asesino en serie, brujo, espía invasor del imperio terrenal o espacial.

A grandes rasgos, hay escasa literatura venezolana tradicional en la que el Coco es un militar salvaje, delincuente capaz de dispararle a su pueblo indefenso que solo clama por su derecho de ejercer la libertad física y de conciencia. Antes y durante la dictadura gomecista, salvo José Rafael Pocaterra desde el exilio, en sus Memorias de un venezolano de la decadencia (1927), los pioneros escritores venezolanos poco describieron a los esbirros en su vestuario de verdugos. Rómulo Gallegos y Guillermo Meneses, tan opuestos en estilo, plasmaron la fuerza brutal destructiva del Coco militar como abstracta maldad en la ropa de personajes simbólicos: malo, bárbaro, policía engarrotado, caudillo rural perseguidor del provinciano que emigra y rumia su desazón en bares y prostíbulos de la capital. Durante el perezjimenismo si abundan testimonios desgarradores ocultos, luego abiertos, sobre tortura y crimen oficializados.

Hoy, cuando Venezuela agoniza bajo una tiranía totalitaria castrense, castrista y castradora, sustentada en el sádico crimen organizado transnacional y que se traga la mayor parte del presupuesto anual estatal de un país arruinado, hay quienes califican de estupidez eso de sentarse en una plaza a esperar que un salvador ejército extranjero invada el suelo patrio. Es verdad. Porque el traidor y agresivo Coco uniformado ya está bien adentro, se incrustó en la entraña del Estado luego de planificar la subversión antidemocrática por una década en las propias Fuerzas Armadas de origen constitucional y breve vida, tan respetadas y queridas por la comunidad venezolana de entonces debido a su noble destreza que venció sobre el movimiento guerrillero de los años sesenta. El chavismo le abrió puertas y territorio absoluto al subversivo Coco militar, por fuera vencido pero siempre latente, convirtiendo aquella derrota en el actual éxito visible del poder total injerencista cubano por veinte años de cártel y cuartel, juntos en una casta sin escrúpulo, dispuesta a lo que sea para conservar su trono minero y monetario. Para colmo del definitivo injerencismo vende directamente a Rusia la reserva petrolera, el gran patrimonio nacional.

¿Son acaso el Chapulín Colorado, marcianos bailando cha-cha-cha, marines yanquis o el engañado votante venezolano quienes pueden expulsar al violento Coco? No. Son los ciudadanos de todo el continente, solidarios, forjados en principios éticos firmes, humanitarios, de ley activa, el nuevo equipo subversivo de comandos entrenados para una ayuda bélica provisional de suma precisión quirúrgica, lo que puede salvar a la sociedad civilista regional del Coco malvado, un Satán ahora revolucionario y populista, repleto de balas, adornado con medallas ganadas en visibles matanzas contra civiles, en especial jóvenes y colegas de oficio anticamaradas, por eso los sepultan vivos en las tumbas subterráneas del régimen. Los héroes del hombre nuevo tienen rostro de Fidel y Raúl Castro, Che Guevara, Timochenko, Hugo Chávez Frías, Nicolás Maduro y su amo, el zar Vladimir Putin.

Es hora ya de perder la inocencia y para comenzar pronto sirve la magistral novela biográfica Limónov (Editorial Anagrama, undécima edición, 2016) de Emmanuel Carrere (n 1957, París) hace días con justicia homenajeado en la madrileña Feria del Libro. Por allí se conoce el alma rusa de los recientes cincuenta años y cómo funciona el actual tramposo Coco invasor, imperialista soviético de ayer, hoy, quizá un mañana por otro medio siglo.

Cierto. Es un problema serio. Y no se soluciona mirándose el ombligo sobre banquitos de una plaza.

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