Criminal, maniático, hermano fiel, pelotero fantasma, miembro de la mafia, médico honesto o policía corrupto… Por muy variados los personajes que ha interpretado a lo largo de tres décadas, el público inmediatamente recuerda al actor Ray Liotta por sus papeles de villano o fuera de la ley.

“Son los más populares. No puedo explicarlo. Hacer ese tipo de cosas en el cine representa para mí una fantasía y también una diversión, porque personalmente nunca he golpeado a nadie en mi vida. Es pura percepción pública”, aclara de antemano el protagonista de la recordada Buenos muchachos, que tuvo una proyección especial en el Festival de Cine de Aruba del presente año.

Llegó vestido totalmente de blanco. Transpiraba acorde con el clima. Hubo momentos durante la entrevista, que concedió cerca de la piscina del hotel donde se hospedaba, donde no recordaba algunas de las películas en las que había aparecido, mucho menos el nombre de ellas. A veces, incluso, a mitad paraba para preguntar si esa estaba contestando correctamente. Dentro de aquella actitud calmada parecía resguardar la misma intensidad que refleja en pantalla, aunque fuera de su zona de comodidad frente a la dinámica preguntas y respuestas. Algunas frases parecían repetidas o como si ya las habría dicho previamente, porque sabe que narrar su vasta experiencia se torna fascinante. Probablemente había bebido antes un par de copas de más.

Este año Liotta parece volver a la palestra con tres importantes títulos que ya han recorrido los festivales de Cannes y Venecia: Matándolos suavemente, una alegoría sobre el capitalismo desde el punto de vida criminal; El lugar más allá de los pinos, sobre un doble de cine que comete un fechoría y más tarde se enfrenta a un policía convertido en político; y por último, The Iceman, la verdadera historia de un dedicado padre de familia que a la vez fungía como asesino a sueldo. Todos son roles secundarios.

“Con suerte estas películas despertará el interés en la industria a tenerme más en cuenta. Si la historia es cautivante funcionará, porque es lo que engancha a la audiencia. Todo depende de la pasión que estos nuevos directores, como Andrew Dominik y Derek Cianfrance, tienen para contarla. El guion es mi única biblia”.

No tiene reparo en afirmar que ha tenido una carrera de altos y bajos. “El problema está –explica- que los grandes estudios piensan de manera distinta. Ahora sólo quieren producir películas de superhéroes y contratar a los actores del momento. Recientemente vi una en el avión y juro que me quería salir (risas). Siento lástima con los jóvenes que hoy quieren establecerse en Hollywood. Se ha perdido esa sensibilidad independiente que imperaba décadas atrás, como cuando yo comencé”.

Raymond Allen Liotta nunca sospechó que la actuación sería lo suyo. Nació en Newark, Nueva Jersey el 18 de diciembre de 1954. “Tal vez porque soy hijo adoptado busqué alguna manera de sentirme aceptado. Debe haber algo muy dentro de mí que reflejaba ese gravitar y me envió por esa dirección”, reveló.

Luego de la secundaria, tras sobrellevar el acné que le cicatrizó buena parte del rostro –y que en el presente ha tratado de arreglar con cirugía y aumentación facial-, se inscribió en la universidad de Miami. Originalmente escogió artes liberales, pero luego optó por las clases de drama para evadir materias como historia y matemáticas. Ahí conoció a un compañero de origen cubano llamado Steven Bauer, quien más adelante haría Cara cortada y se casaría con la actriz Melanie Griffith.

“Ella fue quien me dio mi gran oportunidad. Antes de eso era un actor con cinco años de experiencia en telenovelas como Another world y Casablanca. Todos mis amigos ya estaban en el cine, así que me mudé para Los Ángeles y comencé a audicionar. No me interesaba ser estrella, sólo quería actuar en películas. Pero lo único que obtuve fue una terrible experiencia, La dama solitaria, donde violo a Pia Zadora con una manguera”, relata con un dejo de humor y a la vez vergüenza.

Luego de persuadir al cineasta Jonathan Demme, Liotta se unió al elenco de la comedia Something wild (1986), donde hizo de un criminal desatado que interrumpe un día nada inocente entre su ex novia (Griffith) y un aburrido oficinista. Eso llamó la atención de los críticos por primera vez y le permitió roles prominentes en el drama fraternal Dominick y Eugene y la cinta de béisbol Campo de sueños, donde encarnó a Joe Jackson. Todavía era un talento novel.

Para lograr el papel más emblemático de su carrera, el del mafioso Henry Hill en “Buenos muchachos”, Ray Liotta debió recurrir a la perseverancia otra vez. El estudio Warner Bros. quería nombres conocidos como Tom Cruise o Sean Penn, pero el director Martin Scorsese vio algo en él que lo convenció.

“Conocí a Marty en el festival de cine de Venecia, en 1988. Estaba rodeado de guardaespaldas por las amenazas de muerte que recibió por La ultima tentación de Cristo. Cuando me acerqué a saludarlo fui empujado por los de seguridad, pero la manera como traté de explicarme ante esa incómoda situación fue lo que lo convenció que yo era el indicado para el papel”.

El actor sabía que estaba en buenas manos. Participaba junto a Robert De Niro y Joe Pecsi para llevar a la pantalla la generacional historia de una banda neoyorkina dedicada al robo, la extorción y, cuando la ocasión lo ameritaba, al asesinato, con o sin el consentimiento de las familias del bajo mundo. Cuando se estrenó en 1990 no causó tanto impacto, pero con el tiempo adquirió la reputación que tiene hoy día.

“Para empezar, ahí no soy tan terrible como los demás personajes. La única escena en que me violento es cuando golpeo repetidamente al tipo que se sobrepasó con mi novia. Mi madre murió en medio del rodaje y eso me ayudó mucho a expresar ese momento de rabia. Desde entonces me asocian a ese personaje que interpreto”.

Confiesa no haber visitado el filme sino hasta la noche anterior en compañía de su hija, de 13 años. “A ella le pareció la mejor película que ha visto. A mí también me encantó. Es una de esas ocasiones donde el guión correcto y la personalidad del director se unen en armonía. Pero siempre se me hace difícil verme en pantalla haciendo esas cosas terribles: delatando a mis amigos, engañando a mi mujer, traficando droga y volviéndome adicto”.

El 12 de junio pasado el verdadero Henry Hill, el hombre al que Liotta debe gran parte de su popularidad, falleció. ¿Cómo tomó la noticia?

“Sólo lo conocí un par veces. Primero en una cancha de bowling, donde me felicitó por mi actuación y por no hacerlo ver como una escoria. ‘¿Acaso no vio la película?, dije para mis adentros. La última vez coincidimos a la salida de un restaurante de comida mexicana. Fue realmente triste, estaba totalmente borracho. Me reconoció y dijo algo, pero no le entendí. Espero que haya conseguido paz”.

Hace unos meses trascendió que el guionista Nicolas Pileggi y el productor Irwin Winkler tienen planes de hacer una serie basada en “Buenos muchachos”. “Personalmente siento que no hay nada más que contar sobre lo que ya se hizo en el cine. Tal vez gire en torno a un ex mafioso ebrio en Venice Beach, no sé”, indicó sorprendido y con inmediata reprobación en torno al proyecto.

Luego de GoodFellas a Liotta le llovieron ofertas para interpretar a villanos o psicópatas. Prefirió hacer de cirujano que ayuda a los veteranos de la guerra de Vietnam en Artículo 99, pero no le fue muy bien en taquilla. “No tenía un publicista en ese entonces y hay muchos juegos que jugar en este negocio. Antes pensaba que todo se basaba en la actuación. Por eso no siento que lo haya logrado en la industria. Las oportunidades no se presentan, hay que luchar por ellas”.

Declinó hacer del fiscal Harvey Dent en Batman (1989), de Tim Burton, simplemente porque “quería ser considerado como actor serio”, decisión que considera estúpida viéndolo al punto de vista actual. “En aquél entonces las películas de superhéroes no eran tan populares. El negocio ha cambiado”.

Entonces accedió a thrillers básicos como Obsesión fatal, Sin escape y Turbulencia hasta que se presentó la oportunidad de encarnar a Frank Sinatra en el telefilme The Rat Pack, que le valió una nominación al Emmy y Globo de Oro.

“Había rechazado la oferta en numerosas ocasiones, porque me pareció un hombre difícil de hacer creíble en pantalla. Imagínate, ¡Sinatra! Temía lo que la gente dijera. Uno de los apocalipsis en la vida de un actor es preocuparse de lo que otros dirán. Lo pensé bien: ‘Soy de Nueva Jersey y se cómo decir ‘Fuck you’ (risas). Subí a bordo, en vista que no había nada interesante en el cine para mí”.

La respuesta de los fanáticos del cantante y, en especial de su familia, no se hizo esperar. Cabezas de caballos falsas -en alusión a la clásica escena de El padrino- comenzaron a aparecer en el camerino y en el set. Liotta y parte del elenco se pusieron nerviosos, pero todo a la larga formaba parte de una broma por parte de Tina Sinatra, la hija.

“A parte de eso no hubo otro tipo de reacción, sólo que Sinatra estaba muriendo. Recuerdo que hubo una premier en Las Vegas y amigos del cantante como Quincy Jones y Angie Dickinson la vieron. Se acercaron para decirme esto y aquello, pero quién sabe si creerles o no. Estas jodido desde cualquier perspectiva cuando asumes ese tipo de papeles”, suelta con precisa picardía, como si estuviera en una de sus películas, para suscitar la risa ante el escucha.

En 2001 Ray Liotta se convirtió en el primer actor en la historia del cine cuyo personaje, Paul Krendler, se come su propio cerebro. El imborrable evento ocurre en Hannibal, la (entonces) anticipada secuela a El silencio de los inocentes.

“En realidad para mí fue una oportunidad trabajar con Ridley Scott, el director. De hecho, él había seleccionado a Tom Sizemore para ese papel, pero por alguna razón él lo rechazó. Sabía que la escena donde Anthony Hopkins me da de comer mi propio cerebro iba a ser increíble. Ridley no tenía idea de cómo proceder, así que sugerí que las anestesias que me estaban dando eran drogas felices. Me preguntaron qué quería comer y ordené algo repulsivo: carne de pollo oscura. Recuerdo que la gente se salía del cine cuando llegó ese momento; incluso a mí se me revolvió el estomago”, cerrando la frase con gesto de rechazo.

Aunque Liotta confiesa que en estos últimos años aparece en películas sólo por el dinero (“Ahora tengo hija, un divorcio, manutención y cuentas por pagar”), otras veces sacrifica su salario cuando cree en el proyecto. Matándolos suavemente, próxima a estrenarse para la temporada de premiaciones cinematográficas, es una de ellas.

“No te pagan casi nada por ese tipo de obra. Tal vez a Brad Pitt sí, porque se encargó de levantar el proyecto. Pero los otros actores, como James Gandolfini o Richard Jenkins, no. Por eso a veces tengo que recurrir a esas películas con guion en blanco, de las que estoy seguro van inmediatamente a video -como The River Murders o Street Kings 2-. De alguna manera hay que ganarse la vida para poder sobrevivir y luego, cuando se presenta la oportunidad, colaborar en lo que más te apasiona”.

Hizo de papá de Johnny Depp en Blow, sobre el auge de la cocaína en los años 80 y fue policía de sombra gris en Cop Land, John Q., “Narc” y Ases calientes. Fuera del cine prestó su voz para el videojuego Grand Theft Auto, aunque reconoce de facto no haberlo jugado jamás.

Al pedirle que ofreciera su visión sobre el oficio del arte escénico, estas fueron sus palabras: “Actuación es afrontar circunstancias que no son tuyas. La imaginación es como un músculo: mientras más lo uses, más fuerte será. No hay que alardear sobre hacer este trabajo. Lo único difícil es saber tu posición dentro de la escena, interactuar a partir del diálogo con los otros actores y exponerte ante miles de personas. Es un juego de niños llevado a un nivel adulto. Lo más anti natural para un profesional es aparentar que todo el proceso es natural. Por eso no me cierro a la improvisación, como en ‘Observe and Report’, pero ello debe realizarse dentro de una estructura”.

Dice que de él no depende determinar si el próximo filme logrará o no merecerle su primera nominación al Oscar. “Nunca leo las críticas, ni siquiera cuando alguien se me acerca para decir que escribieron cosas buenas de mí. Si eso ayuda a promocionar la película, que así sea”. Ya trabajó bajo las órdenes de Scorsese, Demme y Scott, ahora quiere sumar a esa lista otro cineasta de alto calibre. “Mi gran sueño es poder trabajar con Woody Allen”.

¿Responde bien a la comedia? “Sí, mi hija cree que soy muy gracioso (risas). Es definitivamente algo que quisiera hacer más a menudo. Creo que hasta mis personajes violentos se desenvuelven en momentos graciosos. Algún día sería bueno aparecer en un filme donde beso a una mujer sin necesidad de estrangularla primero”, sentencia a la espera de otra carcajada. Lo volvió a lograr.

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