Trump proclamó a gritos que era una vergüenza que le hubiesen otorgado el Oscar a una película coreana, ‘Parásitos’, de un país –según él– con el que EEUU tiene conflictos comerciales.

¿Se habrán enterado, o mejor dicho, se han olvidado Hollywood, EEUU y su Presidente que la Kodak despareció?  No estoy tan seguro que lo han asimilado. Forman parte de una guerra que como muchas otras que ha emprendido la gran potencia, no la han ganado definitivamente. Los últimos acontecimientos lo demuestran fehacientemente.

Hace veinte años, nadie –o quizás algunos pocos– hubiesen previsto que el monopolio mundial del material de la fotografía y el cine no iba a existir más. La velocidad del desarrollo tecnológico nos apabulla o mejor dicho, no estamos preparados para entenderlo. Y algunos, que tratan de revivir glorias pasadas, están desfasados. Hace unos días recibí en mi teléfono una imagen de unos años atrás, era la foto de un helicóptero donde se veía, a su piloto y –sobresaliendo por una lateral– un camarógrafo con su inmensa cámara filmando, el pie de foto era muy simple: “Ambos perdieron su trabajo”. Quién lo iba a decir. Sólo lo sabían los inventores de los drones.

En un mitin electorero, POTUS, es decir y siguiendo las normas norteamericanas de inicializar todo, el President of the United States, proclamó a gritos que era una vergüenza que le hubiesen otorgado el Oscar a una película coreana, Parásitos, de un país –según él– con el que EEUU tiene conflictos comerciales. Quizás había olvidado –o no lo sabía– que tres mexicanitos de mierda, de esos que se cuelan por las fronteras, lo habían ganado también. Y para evitar que esto volviera a suceder había que volver a hacer películas que fueron glorias, según él, en el pasado cinematográfico del monopolio hollywoodense como Lo que el viento se llevó, esa apología del supremacismo blanco. Y como el título del artículo, copiado también de una película exitosa, propuso tajantemente, “un regreso al futuro”.

Pero, es que no somos los mismos, el mundo camina a una velocidad vertiginosa. Si bien Hollywood, al igual que la Kodak, fue un monopolio mundial, ya no lo es. EEUU con un promedio de 800 películas de largometraje de ficción al año, no es el mayor productor, superado por los indios de la India (2.000) y los afroafricanos (no se puede decir negros) de Nigeria (1.000), además de China y Japón acercándose con (600) cada uno, seguidos de Francia, Reino Unido y la vilipendiada Corea con (300) de promedio y España y Alemania detrás con un poquito de (250) cada una.

Ahora bien, lo que POTUS no ha entendido, es que el negocio del cine cambió. Para bien o para mal, cambió. Si sumamos la producción total de los cinco grandes países productores de cine del mundo estaríamos alrededor de 5.000 películas al año. Pero ¡ojo!, muchos no se han enterado que en el 2019 se produjeron 4.600 series de ficción en el mundo y vamos a estar claros, una serie de ficción es más que una simple película, en cuanto a duración y, desde luego, a costo. Es lógico que POTUS no sepa de esto y sin que caigamos en la crítica que le hicieron los distribuidores de Parásitos en EEUU, que cometieron el sacrilegio de decir —¡oh, horror!— que el problema era que Parásitos era en coreano con subtítulos y él no sabía leer. Creo que era una manera de seguir con la polémica y favorecer a la película.

Pero vayamos a lo esencial. Hace algunos años apareció, casi de la nada, de ser un pequeño blockbuster, un pequeño gran monstruo llamado Netflix, una criatura gigante, que utiliza ella sola el 15% del tráfico de Internet del mundo. Podríamos decir cínicamente en criollo: ¡una pendejadita!  Con 160 millones de suscriptores en el mundo, hasta el momento, se ha convertido en el fenómeno de exhibición del cine y de las series en el mundo. Muchos de los grandes lo han entendido y, hoy en día, Apple, Amazon y la ‘siemprepilas’ Disney, se lanzaron a la competencia. El día que Disney abrió la suscripción a su canal, sólo en EEUU se inscribieron 10 millones de personas. ¿Se dan cuenta por donde va el asunto? La vaina cambió.

¿Y el cine? Esa sala oscura —que hace 50 años era ideal para el maniculiteteo— cada día desaparece más. Quedará —como decía García Bernal— como la poesía, para unos pocos fanáticos, en algunas ciudades europeas o del mundo, donde aún es posible deambular y meternos en ese mundo de fantasía que ya empezamos a añorar. A lo mejor los amantes del cine tendríamos que mudarnos a Nueva York, esa capital del mundo, donde aún es posible en EEUU ejercer el maravilloso verbo de callejear y entrar a esa inesperada oscurana donde la fantasía es más real que en la calle. Pero eso cada vez se pone más difícil, con lo cara que está la vida en NY, quizás por culpa de los chinos que se lo compraron todo y ‘contimás’ ahora que es cada vez más problemático devolverse, no vaya a ser cosa de los virus desatados.

About The Author

Deja una respuesta