¿Quién estaba detrás de Roa Sierra, el asesino de Jorge Eliécer Gaitán? Desde hace más de sesenta años a esta pregunta se le han dado dos distintas respuestas, igualmente falsas. La primera de ellas, sustentada desde siempre por la extrema izquierda, afirma que este crimen fue urdido por la oligarquÃa y el gobierno de Mariano Ospina Pérez. La segunda, refrendada incluso por cercanos amigos a quienes suele ubicárseles en la derecha, acusa al comunismo internacional, cuyo propósito esencial habrÃa sido el de sabotear la Novena Conferencia Panamericana, reunida en aquel momento en Bogotá. Fidel Castro, entonces presente en la ciudad, habrÃa sido uno de los agentes comprometidos en este siniestro complot. Pues bien, siempre fui depositario de una explicación totalmente ajena a estas dos versiones y digna de ser tomada en cuenta. Se la escuché muchas veces a mi padre, Plinio Mendoza Neira, el testigo más cercano del crimen que segó la vida de Gaitán. Siempre la guardé en mi mente como una confidencia familiar. Pero sólo ahora un hecho todavÃa desconocido por el paÃs parece confirmarla.
Recordemos lo sucedido aquel 9 de abril a la 1 y 5 de la tarde. Mi padre salÃa con Gaitán del edificio donde este tenÃa sus oficinas. Se proponÃa llevarlo a almorzar en un restaurante cercano, junto con otros amigos que se encontraban con él. A Gaitán y mi padre, cercanos amigos desde muy jóvenes, la polÃtica los habÃa vuelto a reunir; gracias a este último, Gaitán habÃa sido reconocido como jefe único del partido liberal. Mi padre fue designado miembro de su junta asesora. Como tal, se veÃan casi todos los dÃas. Sus oficinas estaban situadas a media cuadra de distancia. Yo, que era entonces un muchacho de apenas 16 años, por cierto fervoroso partidario de Gaitán, junto con mis condiscÃpulos del Liceo de Cervantes Camilo Torres y Luis Villar Borda, le solÃa llevar textos y transcripciones de sus discursos que registrábamos en nuestra oficina.
Aparece el asesino
Apenas habÃan traspuesto la puerta del edificio AgustÃn Nieto, seguidos por otros amigos, mi padre tomó del brazo a Gaitán y antes de pisar la carrera séptima alcanzó a decirle: “Tengo que hablarte de un proyecto que nos conviene poner en marchaâ€. Se referÃa a la creación de un instituto llamado BenjamÃn Herrera, destinado a formar lÃderes sindicales para el partido liberal. Pero no pudo decir más, porque en aquel momento, viniendo de la acera de enfrente, vieron avanzar hacÃa ellos a un hombre con un revólver en la mano. Pequeño, mal trajeado, con una barba de tres dÃas ensombreciéndole el rostro y una mirada llena de odio, alzó el arma e hizo tres disparos.
Gaitán, al verlo, habÃa dado una brusca media vuelta intentando regresar al edificio, de ahà que los disparos lo alcanzaran en la cabeza y la espalda. Cayó sobre el andén. El asesino, posteriormente identificado como Juan Roa Sierra, habÃa bajado el arma como si quisiera disparar un tiro de gracia. Mi padre, entonces, alargó su brazo como buscando arrebatarle el arma. Roa Sierra la levantó velozmente hacÃa él e hizo un cuarto disparo que por milagro no lo mató. La bala perforó su sombrero y se clavó en una pared del edificio. Ese sombrero, con la huella del impacto, se guardó en casa por muchos años.
Roa Sierra retrocedÃa lentamente, siempre con el arma en la mano, cuando ocurrió algo inesperado. Del café Gato Negro, que estaba a sus espaldas, salió un hombre corpulento, con sombrero y abrigo negros, que se acercó sin prisa a él y tranquilamente le quitó el revólver. Luego le hizo señas a dos policÃas que estaban en la esquina y les entregó a Roa, quien parecÃa obedecerle con docilidad. Aquel enigmático personaje dejó a mi padre muy sorprendido. No sabÃa si en su acción habÃa un frÃo coraje o más bien complicidad con el asesino. Le extrañó mucho que no se diera a conocer en la prensa como el hombre que lo habÃa desarmado.
Los dos policÃas que tenÃan a Roa, rodeados de pronto por enfurecidos testigos del crimen, decidieron empujarlo al interior de la farmacia Nueva Granada, que estaba detrás suyo. El farmaceuta cerró rápidamente la reja para evitar que la multitud penetrara en su establecimiento. Empleado o propietario de la farmacia, a este hombre lo entrevisté dos dÃas después. Fue mi primer trabajo como precoz jefe de redacción de la revista Reconquista, editada por mi padre. “Era un hombre muy pequeño y estaba muerto de miedo -me contó el boticario refiriéndose a Roa-. Como la multitud se habÃa agolpado al otro lado de la reja, buscaba escaparse corriendo hasta el fondo del establecimiento sin hallar salida alguna. Temiendo por mi farmacia, yo abrà la reja justo para darle cabida solo a él y lo lancé fuera. Allà lo mataron a golpesâ€.
El misterio del hombre que logró desarmar a Roa Sierra con suma tranquilidad lo despejarÃa mi padre pocos meses después. Miembro de la dirección liberal, se encontraba una mañana en la sede del partido, en la calle 16 con carrera novena, cuando se empezaron a escuchar afuera los gritos de protesta de una inesperada muchedumbre. Llamaban traidores a los dirigentes liberales, encabezados por Carlos Lleras Restrepo, por haber aceptado, en aras de la paz, participar desde la madrugada del 10 de abril en el gobierno de Ospina Pérez. El ministro de Gobierno era el propio DarÃo EchandÃa. Pese a ello, en muchas regiones del paÃs seguÃan produciéndose actos de violencia contra los liberales a cargo de policÃas conocidos como chulavitas y de conservadores rasos interesados en conservar el poder en las elecciones presidenciales previstas para el año 50.
Con sumo valor, mi padre decidió salir al balcón para hablarles a los manifestantes. Al lado suyo, apareció de pronto su amigo y miembro de la dirección liberal José Francisco Chaux, quien sin abrir diálogo alguno le gritó a la multitud: “¡No se dejen engañar! El hombre que está allà abajo, azuzándolos contra nosotros, es un detective cuya placa de identificación aquà tengo. Se llama Pablo Emilio Potes y ha organizado a los pájaros del Valleâ€. Diciendo esto, señalaba a un hombre grande y corpulento con sombrero y traje oscuro que al oÃrlo intentaba escabullirse. Mi padre lo reconoció de inmediato. Era el mismo personaje que habÃa desarmado a Roa Sierra.
‘Yo maté a Gaitán’
A partir de aquel momento, y hasta el final de su vida, mi padre siempre tuvo la convicción de que Gaitán habÃa sido asesinado con la complicidad de aquel Potes y de otros miembros del bajo mundo del detectivismo de la época que buscaban, valiéndose de pájaros y chulavitas, impedir el triunfo de los liberales. No hay que olvidar que desde 1947 se habÃa desatado contra el liberalismo en todas las regiones del paÃs (mi padre lo habÃa verificado en Boyacá, su departamento) una feroz ola de violencia. Gaitán la habÃa visto muy de cerca. De ahà su famosa Manifestación del Silencio del 7 de febrero -2 meses antes de su muerte-, poblada de féretros vacÃos y banderas negras. Yo la contemplé desde un balcón de la plaza de BolÃvar, al lado de mi padre.
Por cierto, nunca creyó él que el presidente Ospina Pérez y su alto gobierno estuviesen implicados en el asesinato de Gaitán. Tampoco que fuese obra del comunismo internacional, con participación de Fidel Castro. A propósito de éste, siempre nos contó que dos dÃas después del 9 de abril habÃa tenido que ir a la Quinta División de la PolicÃa, en la Perseverancia, para calmar y desarmar a un grupo de insurrectos que aún permanecÃan allÃ. “En vez de emborracharse, ustedes se han debido organizar como un grupo armado y colocarse al frente de una insurrección popular -les dijo-. Ahora es demasiado tarde, están rodeados por el ejército. He conseguido que los dejen salir sin que nada les ocurraâ€.
También nos dijo: “dos muchachos cubanos, que allà se encontraban, se acercaron a mà y me dieron la razón. -Quisimos ayudarlos pero no fue posible -me dijeron-. Uno de esos muchachos tenÃa puesta una chaqueta de cueroâ€.
Años después, hallándonos con Gabo en Caracas, entrevistamos a Emma Castro, hermana de Fidel. HabÃa llegado para solicitar apoyo a los revolucionarios que se hallaban en la Sierra Maestra. Cuando supo que éramos colombianos, nos regaló una foto que Fidel y Rafael del Pino, un compañero suyo, se habÃan tomado en el parque Santander. Llevaba la fecha del 3 de abril de 1948.
Apenas se la enseñamos a mi padre, reconoció en ella a los dos muchachos cubanos que habÃa encontrado en el cuartel de la PolicÃa, en la Perseverancia.
Nunca llegué a imaginar que sesenta y cinco años después de aquel 9 de abril de 1948, surgiera de manera casi milagrosa, un testimonio capaz de darle vigencia a lo que mi padre se llevó a la tumba como convicción suya.
En efecto, revisando en dÃas pasados viejos mensajes electrónicos no abiertos, encontré uno que me estremeció. En un texto titulado “¿Quién mató a Gaitán?â€, escrito por el coronel Luis Arturo Mera Castro, se mencionaba por primera vez a Potes, al famoso Pablo Emilio Potes, el mismo personaje tantas veces citado por mi padre. En dicho artÃculo, el coronel Mera revelaba que el tÃo de un amigo suyo habÃa sido llamado de urgencia por Potes quien, moribundo, abandonado en una pocilga de la calle 63 de Bogotá, habÃa sentido la necesidad de hacerle una extraña confesión.
Textualmente le habÃa dicho: “Por el aprecio que le tengo y para descanso de mi alma lo mandé llamar. Yo estoy pudriéndome en vida y estoy pagando mi pecado por el mal tan grande que le hice al paÃs: yo maté a Gaitánâ€.
Nada de esto ha tenido difusión en la prensa. Pero, para mÃ, fue un informe estremecedor que no me deja en paz. Confirma lo que mi padre siempre me aseguró.
El Tiempo
Abril 8, 2013
http://www.eltiempo.com/colombia/bogota/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12732142.html