El ciudadano ilustre 2
No sólo la película es desmitificadora del ultramundo del subdesarrollo sino también de las solemnidades de una civilización que no ha pasado de la fase embrionaria encapsulada en su propia vanagloria.

Para Manuel Ocando, grande cinéfilo.

En nuestro medio tropical subdesarrollado, categoría mucho más vigente de lo que la gente piensa, son más importantes las palabras que las acciones. Omitimos la realidad de manera compulsiva y nos refugiamos detrás de una ilusión escapista hacia un pasado ‘glorioso’ mitologizado o un futuro ‘feliz’ que nadie sabe sus coordenadas. Los más previsores y audaces se hacen eco de las palabras del Padre de la Patria, Simón Bolívar, en 1830, cuando desilusionado y derrotado, sostuvo que lo mejor que se tiene que hacer para salir del bochinche: es emigrar. Mientras tanto, los que nos quedamos abollados en ésta ruindad, mascullamos nuestras heridas y postergaciones vitales desde una resignación hostil. El presente es un tránsito por el Infierno y los ‘días y trabajos’ (Hesíodo, S. VIII, a.C.) cada vez son más pesados y sombríos.

Los que hicieron la película El ciudadano ilustre (2016), inusual y argentina, son gente muy inteligente. Al verla me dio vergüenza formar parte de un estadio humano tan primitivo. La sensibilidad artística, el talento como tal, no es nada democrático. Sólo unos pocos pueden formar parte de la aristocracia con una piel genuina. El ciudadano ilustre es la parábola del fracaso de la Historia alrededor de las multitudes anónimas y anómalas.

Un premio Nobel de Literatura, refugiado en la civilización (Barcelona, España), decide descender a la barbarie donde ocurrió su nacimiento circunstancial, en este caso Salas, pero también pudo haber sido Caracas o Maracaibo al día de hoy. En ese territorio enemigo se vive la peor comedia humana y el protagonista trata, desde una integridad suprema, resistir la mediocridad que le abruma desde los homenajes sociales, siempre interesados, siempre vacuos y siempre con segundas intenciones. No sólo la película es desmitificadora del ultramundo del subdesarrollo sino también de las solemnidades de una civilización que no ha pasado de la fase embrionaria encapsulada en su propia vanagloria.

Bastaría hacer un seminario de sociología del desespero o antropología del dolor con El ciudadano ilustre de Mariano Cohn y Gastón Duprat y la imprescindible película mexicana La Ley de Herodes (1999) de Luis Estrada, para derrumbar todas las apariencias superfluas que sostienen un estilo de vida social inmaduro, infantil y autodestructivo en todos sus ámbitos más variados en pleno siglo XXI de la heroica cultura e idiosincrasia latinoamericana.

Hay películas que te reconcilian con una vida alternativa y positiva, como posibilidad siempre abierta, desde la misma negación. El ciudadano ilustre cumple cabalmente con ese objetivo.

EL CIUDADANO ILUSTRE, Argentina y España, 2016. Dirección y fotografía: Mariano Cohn y Gastón Duprat. Guion: Andrés Duprat. Producción: Fernando Sokolowicz, Victoria Aizenstat, Eduardo Escudero. Música: Toni M. Mir.  Montaje Jerónimo Carranza. Elenco: Oscar Martínez, Dady Brieva, Andrea Frigerio, Nora Navas, Manuel Vicente, entre otros.

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