Potemkin coche escaleras de Odessa
Vemos el asesinato de un niño y su madre. El director ruso no muestra el momento de su muerte. Para sugerirlo vemos un coche vacío desplazarse verticalmente por la escalinata hasta que finalmente cae al piso.

Es difícil escribir una crítica cinematográfica cuando te levantas por la mañana y lo primero que ves en las noticias es que siguen muriendo venezolanos a manos del régimen de Nicolás Maduro.

Es duro poder concentrarte para escribir un texto coherente cuando te das cuenta que el presidente sale bailando música folclórica, mientras a otro joven venezolano le destruyen el cráneo con el impacto de una bomba lacrimógena. ¿Cómo puede seguir teniendo relevancia el cine, cuando vivimos en un país que tiene cifras anuales de asesinatos, similares a las de un país en guerra? Es muy poco probable que en este momento, algún venezolano se encuentre interesado en conocer lo que ocurre en una cartelera cinematográfica.

Invitar a que la población se interese por al arte como un método de salvamiento o desahogo, en un momento tan dramático de nuestra historia puede resultar insensato. Pero de hecho, el arte no solo puede salvarnos, también puede ser el más grande recordatorio de cuál es el camino a seguir en muchas oportunidades. La misión de cualquier crítico de cine, que se aprecie de serlo, no solo debe ser la de dar su opinión personal sobre una obra. Eso sería banal y superfluo. El buen crítico debe transmitir al espectador no solo su conocimiento y entusiasmo por el arte. También debe despertar en él, dudas, inquietudes, reflexiones, cuestionamientos. Debe obligar al lector a plantearse diversas realidades sobre las ya existentes. Ayudar a que la gente entienda más, de lo que quizás ellos mismos pueden llegar a ver o comprender en un filme. Es allí cuando el crítico, puede dar por cumplida su tarea.

La buena crítica puede influir en la estimulación de ese pensamiento autocrítico que, en ocasiones, se hace fundamental para impulsar el progreso en cualquier sociedad. Hablamos de seres que no se mueven con las masas sino que piensan por si mismos, para encontrar en ese análisis un respaldo a sus ideas y pensamientos. Cuando el crítico es parte del engranaje que activa esa maquinaria, se convierte en un elemento catalizador dentro del bien colectivo. Hay películas que, tanto por su forma como por su contenido, parecen nunca perder vigencia. Auténticas obras de arte que pueden transformar la chispa que se necesita para que una sociedad estalle en contra de la tiranía, en una poderosa llamarada de fuego que consuma todo a su paso. El acorazado Potemkin (Bronenósets Potiomkin, 1925) es una cinta que muestra con un realismo sublime, lo que ocurre cuando la utopía de la igualdad social se desploma y las sociedades se cansan de ser pisoteadas y oprimidas por la tiranía.

La obra maestra de Sergei Eisenstein no solo destaca por su revolucionaria técnica de montaje sino por la forma en como utiliza metáforas simbólicas para representar la rebelión de los ciudadanos ante la injusticia y la tiranía. Y todo eso sucede a lo largo de setenta y siete minutos en los cuales la cámara no se mueve y son los planos visuales compuestos por el director ruso los que otorgan el dinamismo y movimiento a la narración. A pesar de que en un principio se pensaba que Eisenstein había creado su obra para apoyar la revolución rusa, con el paso de los años el público pudo percibir otras intenciones en la película que apuntan hacia una desmesurada crítica entorno al comunismo y la relación existente entre pueblo y gobierno.

La película está dividida en cinco partes de aproximadamente quince minutos cada una. En la primera parte, titulada Hombres y gusanos, vemos distintos planos de un mar bravío, junto a una cita de Lenin sobre la revolución rusa. Los marineros que forman parte de la tripulación del Potemkin duermen, hasta que un vigilante realiza un acto vejatorio que despierta la ira colectiva, provocando que el grupo se revele en contra de su capitán. Al día siguiente, la comida que se les entrega es carne podrida con gusanos. Eisenstein hace énfasis en esta imagen, por medio de un primerísimo primer plano. Agobiados por la situación, el grupo de marineros decide no comer. En el momento en que lavan los platos, uno de ellos lee una frases inscrita en el plato que reza: “el pan nuestro de cada día, dánosle hoy” indignado, decide romperlo.

En el segundo acto, Drama en la popa, el capitán de la nave reúne a todos los marineros sublevados que no les gustó la sopa, en un gran grupo para ser fusilados. Todos son puestos en un rincón bajo una lona a la espera del disparo fatal. Antes de escuchar el estruendo del fusil, un marinero llamado Vakulinchuk pronuncia las palabras de salvación: «¡Hermanos!, ¿contra quien disparáis?» Las palabras, más que dar aliento, resultan ser incendiarias haciendo que toda la tripulación se revele en contra de sus ejecutores. Todos bajan las armas, y se da inicio a la rebelión. La revuelta finaliza con la muerte de Vakulinchuk y la victoria de sus compañeros.

Una tercera parte, El muerto clama justicia, inicia con un bote que se dirige al muelle de Odessa a dejar el cuerpo de Vakulinchuk. El ambiente en toda la flota es de tristeza, el valiente marinero que ha muerto durante el motín es recibido por los ciudadanos de la ciudad de Odessa como un héroe. El sentir colectivo es transmitido a toda la población, que decide adherirse al movimiento de los marineros para acabar con la tiranía. Lo que en principio era tristeza termina por convertirse en una alegría que llena de coraje a todo el grupo para su posterior revelación. Luchando por un bien común, la población se une a los marineros en contra del opresor.

En el penúltimo acto Las escaleras de Odessa, los habitantes de la población llevan alimentos a los tripulantes del Potemkin. Lo que sigue a continuación es una de las escenas más emblemáticas de la historia del cine. Un grupo de oficiales dispara contra los ciudadanos. Eisenstein no muestra sus rostros para que el efecto de deshumanización sea más significativo. Mientras las personas huyen por las escaleras son masacradas por los disparos provenientes de los cosacos. Vemos el asesinato de un niño y su madre. El director ruso no muestra el momento de su muerte. Para sugerirlo vemos un coche vacío desplazarse verticalmente por la escalinata hasta que finalmente cae al piso. En el instante en que las fuerzas del Zar se disponen a apuntar sus cañones hacia la ciudad, vemos en un conjunto de tres planos la imagen de tres estatuas distintas de un león. En una el animal duerme, en la otra se despierta, y en la última se observa levantado. Todo un simbolismo hacia la insurgencia de la tripulación.

El final de la cinta, Encuentro con la escuadra, la flota liderada por el Zar se dirige hacia la ciudad de Odessa con el fin de hundir el barco de la rebelión. Durante la noche, la tripulación espera con intranquilidad el ataque. A la mañana, preparan todo su arsenal para combatir alistando sus cañones. El conflicto final no se produce y el barco sigue su curso, mientras sus tripulantes, sintiéndose victoriosos, saludan a los miembros de la escuadra del Zar con entusiasmo y alegría. La victoria por fin ha llegado.

El acorazado Potenkim es una película tan antigua que cuesta poder realizar sobre ella un análisis fresco que quepa dentro del panorama cinematográfico actual. Sin embargo, la actual situación social y política vivida en Venezuela la trae de vuelta al contexto con más fuerza que nunca. He visto la película muchas veces y debo decir que quedé gratamente sorprendido, cuando en una noche del mes de febrero del año 2014, decidí volver a verla luego de haber acudido a una manifestación en una zona popular de mi ciudad, en contra de Nicolás Maduro y el podrido régimen que hoy en día – lamentablemente- aun nos gobierna.

Más que rabia, sentía indignación. ¿Por qué nuestras fuerzas armadas no podían ser como la tripulación del Zar? ¿Por qué decenas de venezolanos eran asesinados por ejercer su derecho a la protesta, ante la mirada cómplice de las autoridades? ¿Cuál era el miedo para reprimir con tanta dureza? ¿Sentía el gobierno que Leopoldo López podría ser nuestro Vakulinchuk? Todas estas preguntas vuelven a atacar mi memoria tres años después. Hoy en día nada ha cambiado. El país se dirige con una inercia incontrolable hacia el peor precipicio de su historia. Al igual que los soldados del Potenkim, la población venezolana ha tenido que sobrevivir con los desperdicios que le otorga el régimen. Con las migajas que han quedado luego de haber perpetrado el saqueo más grande de la historia de América Latina y quizás del mundo. Hoy, de manera similar a aquella gélida noche de febrero, la historia se repite. El pueblo es masacrado, mientras el tirano oculto en su guarida – presa de su propio pánico-  observa cómo nos fusilan como ratas por seguir luchando por un cambio.

La mayor joya del genio ruso sigue manteniendo su fuerza en cada plano, en cada composición. Hoy más que nunca puedo comprender porque esta película fue considera como peligrosa por muchos países durante varios años. Muestra de ello, es que fuera prohibida en distintos estados de Estados Unidos, Francia y del Reino Unido. Esta es una cinta que no logra sostenerse por sí sola y que depende enormemente del contexto social en que es proyectada. En tiempos en donde abunda la paz y la armonía, puede resultar ser solo un recordatoria de la teoría del montaje de Eisenstein puesta en práctica. Si fuese proyectada en cualquier plaza del país en la actualidad, seguramente podría resultar ser algo inflamatorio y peligroso.

Vista fuera de su contexto, se resiente enormemente. Y que mejor contexto para apreciarla de nuevo, que la situación que atraviesa actualmente Venezuela. Quizás El acorazado Potemkin, ya no sea considerada la mejor película de todos los tiempos, como lo fue en su momento. Pero su visionado sigue siendo imprescindible para cualquiera amante del cine que esté interesado en refrescarla en su memoria o para aquellos que todavía no la han descubierto. La tarde del 18 de mayo del presente año volví a sentir su fuerza cuando asesinaron a Paúl Romero, un joven al cual tuve la dicha de conocer y que perdió la vida, a causa de la intolerancia que reina en el país desde hace 18 años con la llegada del chavismo al poder. Las fuerzas armadas aún están a tiempo de colocarse del lado correcto de la historia. Al igual que los tripulantes del Potemkin y la flota rusa, los venezolanos debemos aliarnos para derrotar al enemigo que tenemos en común. No es momento de más divisionismo o de posicionamientos motivados por intereses personales. El país está destruido. Partido en dos pedazos. Dos pedazos que sangran y comparten un hecho en común: el hambre y la miseria. Ya no se trata de chavistas y opositores, se trata de salvar al país. De arrebatárselo a estos mercenarios obsesos de dinero y poder, antes que sea demasiado tarde. Es ahora o nunca.

 

 

 

 

 

 

 

 

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