Hay buenas noticias de Roman Polanski. Su último film conocido por aquÃ, habÃa sido un thriller polÃtico, llamado El escritor fantasma (en realidad una alusión al negro, que en la jerga editorial es quien escribe para otro sin aparecer con su nombre). La pelÃcula era una muy entretenida serie de disparos sobre un alter ego de Tony Blair, caÃdo en desgracia por asociarse con Bush, sobre la cual planeaba la sombra de los siempre ominosos mundos de Polanski.
Hay suerte con sus últimas dos entregas que conviene procurarse por los caminos verdes. Lo primero a señalar es su uniformidad. Ambas son, si no piezas de teatro filmadas, deudoras de obras de teatro que de forma muy explÃcita y deliberada rinden tributo a un origen que no ocultan. La segunda constatación es que, asà como todo malhechor vuelve al lugar del crimen, este hurgador de la parte oscura del alma humana, vuelve en el último tramo de su carrera, a los esquemas dramáticos con los cuales empezó.
Vale recordar que Polanski, sobreviviente del nazismo, hábil escapista del comunismo, comenzó su carrera con un film enigmático llamado Cuchillo en el agua que develaba las interioridades de una pareja en un juego muy simple de tres personajes. Tras un largo periplo que abarcó la comedia negra, el horror, el policial, la adaptación literaria, los horrores del exterminio, el hombre vuelve por sus fuentes. Carnage (algo asà como CarnicerÃa) es una obra de Yasmina Reza. Reza es una personalidad interesante, capaz de meterse en los pliegues de las relaciones humanas a través de situaciones tan simples como absurdas (tal vez alguien recuerde una feliz adaptación de su obra Arte en el Ateneo de Caracas, hace unos años, cuando éramos un poco más felices). Carnage tiene el mismo estilo, tan reconocible de la autora. Dos parejas se reúnen para discutir de forma muy civilizada, la pelea a puños que tuvieron sus hijos. Lo que empieza como un ejercicio de educación, buenos modales, corrección polÃtica y comprensión de un hecho menor, comienza a derivar poco a poco en un comportamiento más infantil que el de los dos párvulos y, por cierto, mucho más brutal.
La maestrÃa de Polanski, y de paso todas sus obsesiones, se dan cita. Hay un entorno cerrado como lo habÃa en Cul de Sac en 1966 o en El inquilino, en 1976 y un aire minimalista a la hora de viviseccionar a dos parejas elegantes, ricas y bien avenidas en un apartamento de lujo que solo es abandonado al principio y en un vitriólico comentario final.
Tan o más aclamada es su última pelÃcula La venus de las pieles en la cual el ascetismo de la anterior entrega es exacerbado al extremo. En una sala de teatro, un escritor y director se apresta a abandonar la sesión de casting cuando entra, demorada, una de las candidatas que no era tal. Poco a poco la dama (una estupenda Emanuelle Seigner, esposa del director) logra que el director la atienda, luego que le permita audicionar, y pasa a tomar posesión de la escena y de la vida de su contrincante. Claro, se trata de una adaptación de Sacher Masoch que de estos temas sabÃa tanto o más que Polanski, pero el triunfo de la pelÃcula es instalar a los personajes en ese triángulo maldito en el que la fascinación, el amor y el poder confluyen en el drama. Porque el mundo exterior, que en Carnage o en otras de sus pelÃculas estaba entre paréntesis o era una amenaza latente, aquà sencillamente deja de existir. Polanski traza un mapa humano en el que lo único que existe es la agonÃa de dos cuerpos, cada uno de los dos avanzando sobre la humanidad del otro, intentando invadirlo.
ParecerÃa que con sus ochenta años a cuestas, Polanski sigue fiel a sus obsesiones, con su talento intacto y su gusto por bucear en las aguas profundas de la existencia humana. Dos films que deben verse.