De qué hablo cuando hablo de ella
Por tres semanas, el Teatro Forte y Vladimir Vera presentaron una tetralogía monologar donde temas y asuntos sobre la violencia de género era su hilo conductor.

Hace algún tiempo reflexionaba sobre la validez y pertinencia que cualquier teatrista debe asumir al enfrentarse a la escenificación del monólogo. Para ese entonces no concreté algo definitivo sobre esta clase de empresa. Sin embargo, delinee algunos aspectos que, debían ser revisados y analizados con minuciosidad con objeto de buscar si asumir monólogos, era un arte del facilismo o, un reto escénico.

Quien escriba monólogos debe contar con pericia a saber compactar situaciones dramáticas capaces de ser desarrolladas con vigor de forma y rigor de fondo; que la brevedad del discurso dramático no coarte el asunto a ser desarrollado; que el monólogo posea una contundente estructura interna: debe ser claro en su pertinencia conceptual y proponer un discurso escénico capaz de sostenerse más allá de ser aprehendido como algo “fácil” de enunciar y, por ende, debe servir de cómo un algo que detone cosas en la recepción del público espectador.

Añado a lo anterior que el reto de monólogo debe contar con un director osado, con agallas, que sepa fracturar sus ataduras y trasgredir cualquier limitación artística, estética y, por supuesto, alentar a su equipo de producción a que, la concreción del monólogo no sea algo facilista. El reto es expresar con el monólogo algo que potencie creatividad, ingenio, imaginación y sobre todo, ganas de ir a contra corriente de lo que, la mayoría de los escritos se asumen como una ganancia que se ve más con el magneto de la taquilla cuando se hace teatro evasivo sustentado en comedias superfluas y no con dramas que pueden sacudir el horizonte de expectativa del espectador.

Todo este largo introito es para ingresar la propuesta de espectáculo titulada De qué hablo cuando hablo de ella exhibida por tres semanas, en los espacios de la Sala Cabrujas de Cultura Chacao bajo la responsabilidad de Teatro Forte y la dirección de Vladimir Vera.

Agrupación que cuenta con una década de esfuerzo por indagar y escenificar interrogantes partiendo de la escenificación de textos contemporáneos con el objetivo de proponer nuevas miradas al decurso de este tiempo. Un grupo que, guste o no, ha sabido sacudir la apatía del público por su tenacidad y por contar con un director que no teme a equivocarse sino que es capaz de saber oír y dialogar con sus detractores, Vera es de los pocos puestistas venezolanos que evita anclarse en la moral vanidad artística. Él y sus acompañantes por diez años han abierto una buscado mantener una senda distinta propia dentro del quehacer del teatro nacional.

Por tres semanas presentaron una tetralogía monologar donde temas y asuntos sobre la violencia de género era su hilo conductor. Pero, asimismo, habían subtramas concatenadas para enunciar otras aristas como podrían ser esa violencia física o psicológica que se hace contra y sobre la mujer; la valoración de una reivindicación de las féminas ante coyunturas del patrón de ciertas culturas que tienden a marginarla o excluirla en sus derechos buscando solo convertirlas en meros objetos y no en personas. En todo caso, lo conceptual, lo reflexivo fue ese leit motiv de esta indagación teatral que —siendo objetivo— buscó tener una exposición compacta, aunque pudo ser mucho más osada en cuanto al trabajo con el espacio y con la labor de conjunto con estas talentosas actrices.

Un espectáculo donde se sumaron dos autores nacionales y dos ibéricos articulados de la siguiente forma: Si me pegas te pego de Gennys Pérez, con la fuerza de la actriz Graciella Mazzone, cuya capacidad corporal y gestual supo constituir una partitura sintética y contundente; Perra de Carlos Be, interpretado por Candice Wilcox que con altibajos buscaba darle una sustancialidad a su trabajo de composición pero creo que el texto no le ayudó en mucho; El eco de las piedras de Pablo Ley asumido con seriedad por Carla Müller que de forma similar se contrapuso con el esfuerzo de esta joven interprete lo cual creó una sensación que el discurso no le permitía darle una fluida salida a lo que ella trababa de imponer sobre la escena; y finalmente Te Juro que te mato de Gustavo Ott, con la intensa actuación de Valentina Garrido, cuyo desparpajo y perspicaz desenvolvimiento sacudió la recepción del público.

Un esfuerzo creador donde la plástica del vestuario efectuaba conexiones simbólicas con referentes universales y, de igual manera, con una iconografía contemporánea que iba desde Da Vinci pasando por Judith, de Gustav a Frida Kahlo. Un concepto donde se sumó la intervención de Gala Garrido en la dirección de arte; a Miny Albornett, Lesly Medina, Guadalupe López y John Manzano en los diseños de vestuario y el apoyo y colaboración de estudiantes del Instituto de Modas Brinil. También se da crédito a Frinee Saldivia en el maquillaje y el apoyo de Nehi Ascenzi,Lismary Patino y Elvira Prieto en la producción artística.

Con sinceridad siento que Vladimir Vera pudo ser más arriesgado con esta dirección y haberle asignado más empuje a este trabajo teatral, es decir, haber roto con esas secuencias planas o predecibles y rearticular otro concepto espacial para que las actrices hubiesen sido más lúdicas con sus textos e interaccionar con más potencia con el espectador.

El trabajo de selección de los monólogos pudo ser integrado con textos nacionales. El público —y este servidor— sabe que hay conectores invisibles con lo que es nuestro y eso se sabe agradecer. Creo en la dramaturgia del patio y esa dramaturgia puede y debe ser estimulada para ser capaz de exhibirse con propiedad en las tablas venezolanas.

Vera es agudo en este sentido. Si logró convencer a Gennys Pérez y Gustavo Ott a fin que les facilitasen estos monólogos —desde mi trinchera de opinión— creo que debió haber sumado a este trabajo, textos monologales de autores y autoras venezolanas. la ganancia hubiese sido más. Con todo, esta propuesta De que hablo cuando hablo con ella es una fórmula que aplaudí y está en ese auténtico sentido de hacer teatro de arte.

*Publicado originalmente en Bitácora Crítica.

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